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E c u a d o r - S u d a m é r i c a

lunes, 29 de septiembre de 2014

¡PERDÓN, SEÑOR PRESIDENTE!


Por Leonardo Parrini

Las cámaras están apiñadas como suele suceder en  las coberturas donde existe la posibilidad de que algo sensacional ocurra. Ese algo que los reporteros de farándula huelen a la distancia. Ese ingrediente que busca el periodismo amarillista para cocinar la noticia que destaca la forma por sobre el contenido y exacerba y descontextualiza las declaraciones y versiones de las fuentes. Esa versión de prensa producida en una especie de carrera de caballos, por quien tiene la exclusiva más impactante o el chisme menos relevante convertido en noticia.   

Días pasados asistimos a una de esas coberturas con todos los ingredientes del media show: drama, víctimas, madres llorando, manifestantes vociferando, gritos, súplicas, perdones. El evento tiene lugar en las afueras de la Unidad de Flagrancia de la Fiscalía. Delante de las cámaras y los micrófonos encendidos hay un grupo de familiares de los estudiantes detenidos en la marcha del 17 de septiembre, porque, según el parte policial, “se encontraban agrediéndose entre sí con palos y piedras, causando daños materiales en la propiedad pública y privada”. Detrás de las cámaras están los reporteros que "meten" los micrófonos para captar el menor gemido, la palabra dolorosa, la súplica; mientras que los camarógrafos atisban, en close up, el detalle más morboso de la escena de dolor. Una mujer cae de rodillas y con lágrimas en los ojos, grita: ¡Perdón, señor presidente! Los concurrentes le secundan a coro: ¡Perdón por nuestros hijos!

A simple vista lo que debió ser una invocación de justicia al poder, se torna un acto deplorable en sí mismo en tiempos de democracia. Lo que debió ser un alegato por los derechos humanos de los detenidos, presuntamente conculcados, se convirtió en un press release sensacionalista con claros propósitos políticos. ¿Es este un signo de nuestro tiempo de restauraciones conservadoras, de recomposición de la filas, de una búsqueda del tiempo perdido? Sin duda que lo es y a medias. A partir de una omisión, la acción restauradora nace abortada: el gran ausente del momento es el debate político con tesis y antítesis que sugieran rumbos a seguir. La oposición por un lado se queda con los elementos sensacionalistas del evento político del 17 de septiembre: detenidos, daños materiales, perdones colectivos. Y el régimen, en lugar de reorientar lo sucedido, cae en el juego de las formalidades y replica en la voz del Presidente que los padres de los estudiantes “deben pedirle perdón a la ciudadanía”.

El tema de fondo es que la lucha política no debe estancarse en la existencia de culpables y de perdones. En democracia, oponerse al poder no debe suponer culpabilidad. En esa misma democracia el poder no sólo debe adoptar formulas propagandísticas, sino que debe debatir, educar a la ciudadanía y reposicionar los hechos políticos a partir de un ejercicio de reflexión. La fórmula perdón por oponernos funciona mediáticamente, puesto que sitúa al régimen como una dictadura a la que hay que implorar piedad. Y esa misma versión de prensa contribuye a desestabilizar la imagen del Gobierno como un poder omnímodo, monárquico e intolerante.

Es hora de separar lo objetivo de lo subjetivo. Y aunque victimarse es un buen negocio político, es hora de bajar el tono emotivo de la cosa pública y hacer prevalecer la razón por sobre las emociones. No es suficiente demonizar al régimen como una dictadura represiva, no es suficiente estigmatizar a la oposición tirapiedras. No es suficiente poner la medición de fuerzas en términos cualitativos y decir “somos más, somos muchos más”. Hoy día es preciso mejorar la calidad de la política y para ello es necesario discutir tesis. El debate de ideas se lo debe inaugurar con buena voluntad y apertura por escucharnos. Ese debate debe proponer ideas, sugerir cambios, corregir modelos.

Detrás de los hechos del 17 de septiembre se pretende la construcción simbólica de un poder omnímodo. Vender la imagen de un Presidente como la de un autócrata, es otra forma de clientelismo político practicado por la oposición. Con los dimes y diretes se consigue llevar a trampa al régimen, opuesto a una ciudadanía convertida en cliente. El poder debe aprender de la oposición. Existe la urgente necesidad estatal de comunicar bien lo que se pretende del pais y el rumbo elegido. La base de la buena política es una buena comunicacion. En esa línea, el diálogo debería ser elevado a la categoría de política pública para que ese ejercicio de entendernos contribuya a superar los odios irracionales, las incomprensiones y las enormes ignorancias que existen acerca de los verdaderos propósitos del Gobierno.

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