Por Leonardo Parrini
Las cámaras están apiñadas como suele suceder
en las coberturas donde existe la posibilidad
de que algo sensacional ocurra. Ese algo
que los reporteros de farándula huelen a la distancia. Ese ingrediente que busca
el periodismo amarillista para cocinar la noticia que destaca la forma por
sobre el contenido y exacerba y descontextualiza las declaraciones y versiones
de las fuentes. Esa versión de prensa producida en una especie de carrera de
caballos, por quien tiene la exclusiva más
impactante o el chisme menos relevante convertido en noticia.
Días pasados asistimos a una de esas coberturas
con todos los ingredientes del media show:
drama, víctimas, madres llorando, manifestantes vociferando, gritos, súplicas,
perdones. El evento tiene lugar en las afueras de la Unidad de Flagrancia de la Fiscalía.
Delante de las cámaras y los micrófonos encendidos hay un grupo de familiares de
los estudiantes detenidos en la marcha del 17 de septiembre, porque, según el parte
policial, “se encontraban agrediéndose entre sí con palos
y piedras, causando daños materiales en la propiedad pública y privada”. Detrás
de las cámaras están los reporteros que "meten" los micrófonos para captar el menor gemido,
la palabra dolorosa, la súplica; mientras que los camarógrafos atisban, en close up, el detalle más morboso de la escena de dolor. Una
mujer cae de rodillas y con lágrimas en los ojos, grita: ¡Perdón, señor presidente!
Los concurrentes le secundan a coro: ¡Perdón por nuestros hijos!
A simple vista lo que debió ser una invocación
de justicia al poder, se torna un acto deplorable en sí mismo en tiempos de
democracia. Lo que debió ser un alegato por los derechos humanos de los detenidos,
presuntamente conculcados, se convirtió en un press release sensacionalista con claros propósitos políticos. ¿Es
este un signo de nuestro tiempo de restauraciones conservadoras, de recomposición
de la filas, de una búsqueda del tiempo perdido? Sin duda que lo es y a medias. A partir de una omisión, la acción restauradora
nace abortada: el gran ausente del momento es el debate político con tesis y antítesis
que sugieran rumbos a seguir. La oposición por un lado se queda con los elementos
sensacionalistas del evento político del 17 de septiembre: detenidos, daños materiales, perdones colectivos. Y el régimen, en lugar de reorientar
lo sucedido, cae en el juego de las formalidades y replica en la voz del Presidente
que los padres de los estudiantes “deben pedirle perdón a la ciudadanía”.
El tema de fondo es que la lucha política no debe
estancarse en la existencia de culpables y de perdones. En democracia, oponerse
al poder no debe suponer culpabilidad. En esa misma democracia el poder no sólo
debe adoptar formulas propagandísticas, sino que debe debatir, educar a la ciudadanía
y reposicionar los hechos políticos a partir de un ejercicio de reflexión. La fórmula
perdón por oponernos funciona mediáticamente,
puesto que sitúa al régimen como una dictadura a la que hay que implorar piedad.
Y esa misma versión de prensa contribuye a desestabilizar la imagen del Gobierno
como un poder omnímodo, monárquico e intolerante.
Es hora de
separar lo objetivo de lo subjetivo. Y aunque victimarse es un buen
negocio político, es hora de bajar el tono emotivo de la cosa pública y hacer
prevalecer la razón por sobre las emociones. No es suficiente demonizar al régimen
como una dictadura represiva, no es suficiente estigmatizar a la oposición tirapiedras.
No es suficiente poner la medición de fuerzas en términos cualitativos y decir “somos
más, somos muchos más”. Hoy día es preciso mejorar la calidad de la política
y para ello es necesario discutir tesis. El debate de ideas se lo
debe inaugurar con buena voluntad y apertura por escucharnos. Ese debate debe
proponer ideas, sugerir cambios, corregir modelos.
Detrás de los
hechos del 17 de septiembre se pretende la construcción simbólica de un poder omnímodo.
Vender la imagen de un Presidente como
la de un autócrata, es otra forma de clientelismo político practicado por la oposición.
Con los dimes y diretes se consigue llevar a trampa al régimen, opuesto a una ciudadanía
convertida en cliente. El poder debe aprender de la oposición. Existe la urgente necesidad estatal de comunicar bien lo que se pretende del pais y el rumbo elegido. La base de la buena política es una buena comunicacion. En esa línea, el
diálogo debería ser elevado a la categoría de política pública para que ese ejercicio
de entendernos contribuya a superar los odios irracionales, las incomprensiones
y las enormes ignorancias que existen acerca de los verdaderos propósitos del Gobierno.
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