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E c u a d o r - S u d a m é r i c a

miércoles, 28 de agosto de 2013

SIRIA: LA NUEVA AVENTURA BÉLICA NORTEAMERICANA


Por Leonardo Parrini

Desde los barcos estadounidenses emplazados en aguas internacionales, en el horizonte se avizoran las costas de Siria, un país perteneciente al mundo árabe ubicado en la orilla oriental del mar Mediterráneo. Barcos y aviones aliados de Francia e Inglaterra también secundan esta aventura bélica estadounidense fuera de sus fronteras.

No deja de ser paradójico que, precisamente, cuando se cumplen 50 años del mítico discurso de Martin Luther King I have a dream, que hablaba del sueño de la paz y la justicia, el país del norte se embarque en otra escaramuza bélica erguido en cancerbero del mundo.  

Siria enfrenta una cruenta guerra civil que ha cobrado más de cien mil víctimas entre los 20 millones de habitantes, agobiados por el enfrentamiento entre el régimen socialista de Bashar al Asad y los rebeldes que intentan su derrocamiento. Siria forma parte del mundo islámico árabe donde conviven drusos alawitas y chiitas junto a minorías étnicas asirias, armenias, turcas y kurdas y miles de refugiados palestinos.

En medio del fragor de la guerra civil se habría producido un ataque químico de gas venenoso en la periferia de Damasco en contra de la oposición que lucha con el régimen que dejó un saldo de más de mil muertos, según fuentes de la Coalición Nacional Siria. El presidente Asad  ha dicho que “en realidad en esa zona no hay una línea exacta de frente entre el ejército y la insurgencia armada. ¿Acaso el Estado puede utilizar armas químicas o cualquier otro de tipo de armamento de destrucción masiva en un lugar donde están concentradas sus tropas? Por eso ese tipo de acusaciones son exclusivamente políticas”. La posición estadounidense es categórica: el ataque fue químico, mientras que el régimen sirio se muestra abierto a una comprobación de la ONU sobre la existencia de armas químicas en su territorio. Los norteamericanos no quieren esperar el informe de la ONU y han decidido desatar un ataque que no pueden garantizar que sea limitado, intenso y breve como se ha manifestado.

¿Cuál es el propósito de EE.UU en Siria?

Cualquier ataque de EE.UU y sus aliados contra Siria, probablemente tendría como objetivo dar al presidente Bashar el Asad y a Irán una lección sobre los riesgos que implica desafiar a Occidente, pero no intentar cambiar el curso de la guerra civil, señalan observadores internacionales. No obstante, fuentes del Pentágono afirman que “el Gobierno tiene que decidir cuál es su objetivo, un castigo para demostrar que existe un precio y restablecer un elemento disuasorio, o cambiar el equilibrio del poder en Siria”. La suspicacia no olvida que en 2011 EE.UU atacó a Libia, permitiendo a los rebeldes derrocar a Muamar el Gadafi; luego de lo cual nunca se confirmó la existencia de armas químicas en territorio libio.

La diplomacia cubana ha manifestado que "una agresión contra Siria provocaría gravísimas consecuencias para la convulsa región del Medio Oriente, constituiría una flagrante violación de los principios de la Carta de las Naciones Unidas y del Derecho Internacional y aumentaría los peligros para la paz y la seguridad, bajo la mentira deliberada de la existencia de armas de exterminio en masa o con el pretexto de la protección a civiles, que ocasionaron cuantiosas muertes de personas inocentes, incluidos niños, a las que califican como daños colaterales".

Los misiles norteamericanos enfilan a las costas sirias fuera del alcance de su defensa antiaérea. En EE.UU sólo un 9% apoya el ataque militar al país islámico. El Congreso estadounidense reclama datos más precisos sobre la operación y recomienda la aprobación de ambas cámaras para iniciar el fuego. Obama, con el dedo en el botón, está a punto de activar un dispositivo bélico que deberá justificar legalmente si se producen víctimas civiles, que es lo más probable que ocurra. El mundo asiste a una nueva aventura bélica norteamericana que nos mostrarán las pantallas del televisor y que, seguramente, subirá el rating de la CNN.  

lunes, 26 de agosto de 2013

LA DEUDA AMBIENTAL Y EL ECOLOGISMO OPORTUNISTA


 Por Leonardo Parrini

Como flores en primavera estos días retoñan ecologistas por doquier. Los hay aquellos de viejo cuño que mantienen un discurso defensista de pajaritos y flores, mezclado con la tendencia consumista de usar productos de marca -que sí contaminan el ambiente-, como aerosoles, plásticos y líquidos conductores de electricidad, entre otros. También los hay de nuevo cuño que, en la comodidad de su hogar, oficina y ONGs, proclaman preocupaciones "ecologistas" por sobre las demás necesidades humanas como alimentarse, asistir a un buen colegio, vestirse, educarse, tener salud y, por cierto, disfrutar de unas vacaciones en contacto con la naturaleza.

Y están los deudores de la naturaleza, morosos de una deuda que no cobran ni pagan, atrincherados en la comodidad de sus bufetes industriales que controlan la producción de bienes y servicios de consumo masivo. Ellos son los países capitalistas desarrollados, llamados a pagar la deuda ambiental por concepto de enriquecimiento -¿ilícito?- en el lucrativo negocio de producir insumos contaminantes a nivel mundial.

Estos depredadores industriales adquirieron una deuda - además de moral-, que está legalmente basada en el principio de “responsabilidades comunes pero diferenciadas”, adquiridas en corresponsabilidad planetaria por el uso del espacio atmosférico que, como se sabe, es un bien público. Los países industriales, como morosos ambientales, se enriquecieron e inflaron sus economías apropiándose de un espacio de uso común y público: la atmósfera. De allí que mantienen una deuda planetaria de proporciones incalculables.  

El Ecuador, bajo el actual régimen, propuso en la Convención Contra el Cambio Climático, CCCC, un mecanismo denominado Emisiones Netas Evitadas, ENE, que fue aprobado en la CCCC. El mencionado mecanismo consiste en el reconocimiento a un país que de manera libre decide disminuir, o abandonar, actividades  industriales que ocasionan emisiones a la atmósfera. El país que así actúa puede pedir una compensación a los países desarrollados contaminadores como parte de pago de la deuda ambiental adquirida.

Esa modalidad de compensación ya estaba contemplada en la REDD o Reducing Emissions from Defosrestation and Forest Degradation que sostiene que un país que decide no deforestar sus bosques tiene derecho a recibir una compensación por su decisión. Es en ese contexto que el Ecuador propuso la Iniciativa Yasuní ITT de dejar bajo tierra 25% de la reserva petrolera del país y recibir en compensación 3.600 millones de dólares en diez años que representan la mitad del valor económico a que renunciaba el Estado. Han transcurrido tres años de la formulación de la propuesta ecuatoriana –la tercera parte del plazo de diez años- y sólo recibimos 10 millones, es decir el 0,37 de lo presupuestado a la fecha. Ante la falta de responsabilidad y compromiso de parte de los deudores industriales que debieron compensarnos y así pagar su onerosa deuda planetaria, el Ecuador decide dejar sin efecto la Iniciativa ITT y valerse de los recursos allí existentes.

Entonces los ecologistas de viejo y nuevo cuño saltaron a la palestra en defensa del Yasuní, y se olvidaron de denunciar a los verdaderos responsables de la contaminación planetaria, es decir, los países industriales que, demagógicamente, hablan de defensa ambiental. Los ecologistas incapaces de ver el panorama completo, reducen el tema a un asunto ambientalista  aislado de los problemas sociales que se inscriben en una lucha global contra la inequidad y desequilibrio social y ambiental. No pueden comprender en su reduccionismo ideológico que la defensa real de la naturaleza no consiste en declaraciones de escritorio, sino en la aplicación de una política pública de defensa constitucional, práctica e integral de la naturaleza, incluido el recurso tanto humano como natural.

En el Yasuní no hay riesgos inminentes, excepto los propios de toda actividad humana. Ese tesoro nacional, tanto por su riqueza ambiental como hidrocarburífera, está ya siendo explotado desde hace muchos años en cinco bloques petroleros (14, 15, 16, 17 y 31) que se encuentran muy distantes de las áreas intangibles protegidas. ¿Por qué entonces ahora saltan a la palestra los oportunistas o es que ignoraban dicha realidad?  

El Estado ecuatoriano actual ha redoblado esfuerzos de cuidado ambiental, inspirado en la Constitución más proteccionista del mundo. Y lo hace con plata y persona. El presupuesto para apoyar el sistema nacional de áreas protegidas PANE, Patrimonio de Áreas Naturales del Estado, era de apenas 2.7 millones de dólares en el 2005, el día de hoy asciende a 21 millones de dólares. Ya es un avance significativo, tomando en cuenta que se requieren 44 millones para cumplir con el cabalmente con el programa.  

La verdadera preocupación ecológica se debe insertar en el conjunto de reivindicaciones humanas que sólo una sociedad incluyente de la diversidad social y ambiental puede garantizar. Proclamar, sin demagogia, el nuevo sostenimiento de un sistema de organización más racional y justo, no sólo “sostenible” en las palabras, implica ir más allá de los discursos a los hechos, para avanzar hacia un nuevo orden social.  En este sentido, a industriales morosos y ecologistas oportunistas, los árboles no les dejan ver el bosque.

sábado, 24 de agosto de 2013

EL CINE Y LA TELE: ENTRE LA NOBLEZA Y LA BASTARDÍA


Por Leonardo Parrini

En uno de sus libros escritos sobre niños y para niños, Había una vez, Vicente Parrini incluyó un epígrafe de una frase dicha por un menor de 9 años: me gusta el cine porque se parece a la calle. Al cabo de sesenta años de ese episodio descubro que la frase -que le habría gustado acuñar al más pintado crítico de cine- cobra más sentido que nunca, por el simple hecho de que la representación artística es la lucha por el registro esencial de lo real, noblemente recreado.

Mucha agua ha pasado bajo el puente en cuanto al desarrollo de los recursos y soportes para representar la vida; y, en ese afán, registrar la imagen realista de lo que acontece se ha vuelto pura representación. En esta tarea el cine marca sustanciales diferencias con la televisión. La caja de la idiotez como la definió Marcuse, desde su propia etimología se impuso, para conjurar las separaciones espaciales, enviar imágenes desde puntos distantes, y esa característica marcó la principal precariedad de la imagen televisiva: la vertiginosidad por sobre la memoria.

El cine es esencialmente memorial, ontológico, se detiene en el ser para recrear su sentido. Y en ello busca y propone un discurso en contexto donde el hombre se reencuentra a sí mismo, como ente individual y colectivo. Mientras que la tele es una metáfora de la despersonalización del ser humano, sacado de su entorno existencial por el avasallamiento de imágenes arbitrarias que lo someten al vértigo de la alienación de sí mismo.

El cine, en su lenguaje narrativo, es sintáctico y gramatical, por aquello que heredó de la literatura: contar, decir, registrar en la memoria para la memoria. La televisión, contrariamente, busca lo circunstancial y transitorio, lo desenraizado; de allí que sus imágenes conforman collages arbitrarios carentes de secuencias. El montaje cinematográfico, como lo entendía su creador, Serguei Einsenstein, remite a un orden secuencial donde predomina la serena pasión evocativa, como sustrato del relato fílmico. En tanto, a tele, no tiene historia, no cuenta nada, todo acontece allí y ahora, en la retórica de un presente, sin memoria ni devenir, que finalmente se convierte en ausencia.

El cine como expresión autoral –no el cine industria- es profundamente ontológico, cuando remite al ser. Por eso reconstruye lo cotidiano de la calle, como un valor de la realidad en lo consuetudinario de la vida. Y lo hace en un orden sustantivo e histórico, que ocurre en el espacio-tiempo de lo real y en un ritmo de profundidad por sobre lo superficial. En eso el cine se asimila a la literatura.

La tele, a diferencia, alude a lo impersonal y trata de imitar la vida con imágenes en tiempo real, en un incesante simulacro de lo vital, que no es más que parodia de existencia con vertiginosidad. En eso la tele se asimila al pastiche y –permítaseme decirlo- con todo lo que aquello supone de bastardía. Sin embargo la tele es más individualista, unidimensional que el cine, puesto que éste sí evoca en sus contenidos la armonía y contradicción que existe entre lo singular y colectivo.

Por eso el insólito afán del video -soporte natural de la televisión- de emular al cine en sus estéticas visuales, es un clamoso contrasentido y paradojal cinismo de reconocer que carece de un lenguaje propio. Cuánta parafernalia tecnológica desplegada para parecer cine; por ejemplo, la cámara Red One 5X, cuyos fabricantes probablemente la concibieron pensando en producir imágenes en el estilo de una vieja Harry Flex, mientras que por otro lado buscaban, obsesivamente, la extrema alta definición del HD, episodio que no refleja si no otro absurdo tecnocrático de la posmodernidad.

Pero no seamos ingenuos, el sentido de las cosas suele traslaparse y alterar los roles: así como hay mal cine, también puede haber y hay buena televisión. La diferencia no está en el formato, sino en el sentido de hacer las cosas. El desafío consiste en acortar las distancias, guardando las proporciones, tanto en los contenidos como en las formas audiovisuales de uno y de otro. Salvo las distancias exponenciales y formales, la tele y el cine comparten hoy la digitalización de la realidad por medio de la tecnología en constante innovación como una opción ineludible del discurso audiovisual.

¿Qué supone ésto en lo concreto? Como hubiera querido el niño del libro Había una vez: el día que la tele se parezca a la calle, habrá dado un paso gigante en su emulación del cine. Solo media la distancia entre el talento y el sentido de hacer las cosas de un modo distinto. Entonces, cine y tele serán realidad recreada con nobleza e imaginación, vida pura.

martes, 20 de agosto de 2013

UNA VISIÓN IDEOLÓGICA DE LA NATURALEZA


Por Leonardo Parrini

Una de las críticas más ácidas que se puede plantear a la ciencia es atribuirle rasgos ideológicos. Por la sencilla razón de que nos vendieron la idea de que la imparcialidad de la ciencia, por su carácter fáctico y positivista, garantizaba la realidad. La ciencia o las ciencias que surgieron en el modernismo, eran indiscutible criterio de verdad sobre los fenómenos de la naturaleza y de la sociedad. Todo lo que la ciencia tocaba se convertía en oro en polvo recién descubierto.

Así, transcurrieron los promisorios dos siglos iniciales del sistema capitalista, aupados por aires renacentistas burgueses, anunciadores del nuevo mundo que dejaba atrás la larga noche feudal. Se superaba un periodo en el que la fe ciega respondía al designio de los dioses y la brujería a la premonición metafísica que había imperado en la sociedad tras muros del feudalismo. Una sociedad monacal y agraria que impuso dogmas y pseudo verdades absolutas que fermentaron en la relación mágica, pero tortuosa, del hombre con la naturaleza. Convivencia humana con el entorno natural que estuvo marcada por el temor ante aquellos fenómenos geofísicos desconocidos e inexplicables. Creencias y suposiciones que se vinieron al suelo con la capacidad de ver más allá de la oscuridad medioeval.

La gran divisa de la ciencia fue, precisamente, su grado de certeza. Pero también su posibilidad de formulación hipotética sobre un futuro que se avizoraba con nitidez, bajo la mirada arrogante del método científico en su indagación de la realidad que desgarraba la telaraña ideológica impuesta por el oscurantismo religioso. La ciencia, hija de la observación natural, entonces descubrió lo orgánico en la estructura anatómica del hombre que reemplazó a Dios; y al teocentrismo, como núcleo del universo, por la visión antropocéntrica de la vida. El organicismo imperante en los albores del capitalismo, y luego proyectado sobre las estructuras sociales, no hizo sino confirmar la influencia de la ciencia sobre la ideología.

El fin de la ciencia

Pero la historia dio un giro y la ideología se tomó la revancha con la ciencia, extraviándola en la opacidad de esa niebla que lo envuelve todo. El discurso fáctico, la aproximación hipotética que todo lo comprueba, la proyección de futuro, el soporte materialista y dialéctico de la ciencia dado a las utopías que dejaron de ser sueños para convertirse en leyes de la historia, se derrumbó como obsoleto tinglado. Y la Modernidad dio paso a la Postmodernidad, ese trance de la historia en el que nos encontramos solos en el mundo sin dioses, pero también desprovistos del método certero y garantizado de la ciencia.

Sin embargo, la vida sigue su curso sin otros referentes y hoy el hombre retorna a una relación mítica con la naturaleza: la deifica y sacraliza y no la entiende ontológicamente, sino como una metáfora de un paraíso terrenal. No importa en la realidad de fondo la conservación utilitaria del entorno, sino su observación mística, bajo una mirada subjetiva y encantada por la fascinación ecologista que sólo ve entornos idílicos e intocables, inaprovechables e inexplotables, por tanto, sin beneficios para su usuario natural: el hombre.

La polémica que provoca la decisión estatal de explotar recursos naturales no renovables subyacentes en el Yasuní, mayor zona biodiversa del mundo, confirma el retorno de la ciencia a la ideología. Ratifica el romanticismo que caracteriza la mirada subjetiva sobre la naturaleza. Decreta el predominio de lo ideológico político, por sobre lo científico ecológico. Es ese el tenor del debate sobre Yasuní ITT, que no permite profundizar sobre el verdadero significado de este emblemático tramo de geografía amazónica. Tanto así, que en lugar de sugerir un foro nacional de rasgos más bien analíticos, se lanzan amenazas de plebiscito como si la simple opinión electoral de las mayorías transitorias –a favor o en contra de algo o de alguien- fuera suficiente criterio de verdad y garantía de razón. Más aun cuando se avizora que en ese ejercicio plesbicitario –no obstante, democrático- existe un alto grado de contaminación política coyuntural que, -cual parangón del bosque nublado selvático-, es opacidad de una niebla ideológica que lo envuelve todo impidiendo ver con nitidez la realidad.

viernes, 16 de agosto de 2013

DILEMAS DEL YASUNÍ



Por Leonardo Parrini

Muchos habrán amanecido con las mismas expresiones de cariacontecidos que tenían los funcionarios públicos ayer en la pantalla del televisor durante la cadena en la que el presidente Rafael Correa anunció el fin de la utopía Yasuní. Decisión motivada por la falta de aportes de “un mundo hipócrita” que prometió, demagógicamente, aportar con 3.600 millones de dólares para que el Estado ecuatoriano renuncie a otra cantidad similar y dejar el petróleo bajo el suelo del Yasuní. La resolución,  “la más dificil de mi gobierno” según el Presidente Rafael Correa, se inscribe en la necesidad del país de enfrentar los planes de desarrollo con recursos del petróleo que, hasta hoy, sigue siendo el sueldo del Ecuador. Este modelo estará vigente hasta que los propios dineros provenientes de los hidrocarburos financien el cambio de modo de producción hacia industrias no extractivistas, generadoras de industrias tecnológicamente avanzadas y altamente productivas  necesarias para el país.

La explotación del Yasuní no es tan mala noticia, si se toma en cuenta que Ecuador podría colapsar su economía en corto plazo, si no apela a nuevas fuentes de recursos para el desarrollo. Este es el fondo estratégico del problema o de la solución, como se quiera ver. La decisión entonces, pese al costo político, responde a un gesto responsable con el progreso del país, y en particular con los propios pueblos que viven en las áreas de influencia en condiciones de extrema subsistencia. Se sabe que los territorios del Yasuní son habitados por nacionalidades indígenas huaorani y grupos no contactados ancestrales, dueños del suelo, pero no del subsuelo donde yace el crudo, propiedad del Estado por definición constitucional. 

Una vez declarado sin efecto el fideicomiso que se proponía reunir 3.600 millones hasta el 2023 -y que en seis años sólo reunió el 0,37% de lo esperado a la fecha, es decir 12 millones,-  queda por delante que la Asamblea declaré de interés nacional la zona del Yasuní o parte de ella. Existen varias interrogantes frente al tema. Una de ellas se refiere a qué tipo de empresa explotará el Yasuní; privada por licitación o pública por asignación.  No es mera inquietud, sino un tema de fondo. 

El Yasuní se encuentra muy distante de la infraestructura petrolera actual: pozos, estaciones de bombeo, oleoductos, refinerías, sistemas de embarque, etc. Infraestructura que supone enormes inversiones de dinero que deberían asumir los interesados. ¿Las empresas privadas estarán dispuestas a hacerlo a riesgo o el Estado deberá invertir en los planes de exploración y explotación hidrocarburífera? Esta es una decisión estratégica que debe tomar el gobierno, considerando  que es políticamente correcto que sea la empresa EP Petroamazonas la asignada para explotar el Yasuní; mientras que, económicamente, es obvio que lo haga una transnacional, previa licitación.  

Los beneficios del Yasuní

La explotación, sobre la base de los precios del petróleo, arrojaría un valor actual de $ 18.292 millones, $ 11.000 millones adicionales a lo originalmente estimado. De estos recursos se beneficiarán los Gobiernos Autónomos Descentralizados Amazónicos, que percibirían $ 258 millones. Además, por distribución del 12% de excedentes petroleros percibirán 1.882 millones, lo que hace un total 1.568 millones que recibirían todos los GAD del país, por su participación en la renta petrolera.

La Constitución en el artículo 407 prohíbe la actividad extractiva de recursos no renovables en áreas protegidas, pero se puede hacer una excepción por solicitud de la Presidencia, previa declaratoria de interés nacional de la Asamblea.  Esto implica una segunda decisión de fondo: qué parte del Yasuní será declarada zona de interés nacional, el crudo, las plataformas, el subsuelo, el Parque Yasuní en su conjunto o parte mínima que equivalga al uno por mil que se dijo se vera afectado.

El tercer dilema es el de la bronca con los “yasunizados” que quieren hacer plataforma política de un ecologismo a ultranza, con los cínicos que ahora piden explotar a como dé lugar el Yasuní, después de que se opusieron, con los mercantilistas extractivistas que les vale un trozo de yuca la naturaleza, cómplices de voraces transnacionales petroleras que estarán frotándose las manos. Todos se quedaron esperando que el régimen de la revolución ciudadana fuera consecuente con su declaración inicial de “dejar intacto el Yasuní” o, una vez asumida la decisión presidencial, que le cueste muy caro en términos políticos.
Técnicamente la explotación del Yasuní se la haría primero en los campos Tiputini y Tambocha, que generían 150 y 270 millones de barriles, respectivamente. Para este propósito se deberá construir una vía de acceso hasta la plataforma Tiputini, además, un oleoducto desde Tambococha hasta llegar a las infraestructura petrolera del Bloque 31.

El petróleo de Tambococha será transportado por un tubo de 10 kilómetros de largo y 60 centímetros de ancho hasta Tiputini, lo que implica cruzar 7 kilómetros dentro del Parque y 3 fuera del área protegida. La ocupación total será de 16,8 hectáreas dentro del parque. La operación del desarrollo de los pozos de Tiputini y Tambococha durará aproximadamente 15 meses. La suerte está echada. Los responsables de la decisión de explotar el Yasuní dieron la cara al futuro. La historia los juzgará.