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lunes, 20 de julio de 2015

SI UNA LIBRERÍA CIERRA, HAY QUE ABRIRLA

Por Pablo Salgado Jácome

Apenas se conoció la noticia, comenzaron los lamentos. Todos se sentían “profundamente apenados” por el cierre. Todos empezaron a contar sus historias personales: que  uno aprendió a querer los libros precisamente en ese espacio; que otro se formó como librero; que otro se enamoró; que otro se robó unos cuantos libros. En fin, todos coincidían en que el anunciado cierre de Libri Mundi, de la Mariscal –Juan León Mera 851- era una triste noticia no solo para el sector editorial sino para la cultura. 

Ciertamente todos tenemos un historia personal con esa librería, sin duda emblemática para la ciudad. Aún recuerdo las conversaciones con Diego Caicedo; nos ponía al tanto no solo del mundo de la cultura sino también de la política. Y luego, hasta hoy, las recomendaciones, siempre certeras,  del Cris Albán.     

Libri Mundi la fundó un alemán, Enrique Grosse-Luermen –altísimo, flaco, churón y buena gente- en 1971. Recordemos que las primeras grandes librerías de Quito fueron creadas por alemanes: La Católica, La Internacional, La Científica y Su Librería. Enrique había llegado a Quito un par de años antes para trabajar en Su Librería, de Carlos Liebmann, de quien aprendió los secretos que le animaron a fundar su propia librería. Al principio en una pequeña habitación y luego rompiendo los moldes de la tradicional librería quiteña se lanzó a convertir en realidad su sueño: “todos los libros del mundo.”  Y pronto Libri Mundi fue más que una librería, fue un centro cultural, con Art Forum, y editorial, con Ediciones Librimundi. Y, lo más importante, su vínculo con la ciudad fue siempre cercano, íntimo. Podemos encontrar decenas de razones para su cierre, aunque también todos sabemos que a partir de la venta que hizo la fotógrafa Marcela García, quien la heredó de su esposo Enrique,  fallecido prematuramente en 1990, al grupo Dalmau, empezó su declive, pues se fue llenando de libros “comerciales” y se fue evaporando ese espíritu de pasión incondicional por el libro.   Sin duda, una es la pasión por el libro y la lectura y otra es la pasión por los negocios.

Es evidente el deterioro del sector de La Mariscal, pero antes, cuando nació la librería, ya era un barrio difícil y conflictivo. Por eso quizá la propia Marcela García dio la respuesta cuando, al enterarse de la noticia, dijo: “los dueños anteriores no supieron mantener la altura, la calidad y el prestigio del negocio para atraer a la gente permanentemente.” Así de claro.  Tanto más que pronto se inaugurará precisamente en la casona que fue de Art Forum –al frente de Libri Mundi- un hotel de lujo, tipo boutique.

Lo cierto es que Libri Mundi optó por el libro comercial, supuestamente para captar más lectores-consumidores,  -de la clase media alta y alta- pero no funcionó; los lectores no aumentaron.  Pero se dejó en el camino a los lectores exigentes que buscaban sellos y títulos específicos, ya sea en ciencias sociales o en literatura. Así mismo, en el camino se maltrató al libro nacional y sus autores. Algo que para su fundador, el Gringo Grosse –como muchos lo llamaban con cariño- era sencillamente inconcebible.  Por ello, creó Ediciones Libri Mundi, ya no solo para editar los libros de viajes, de fotografía y turismo, sino de literatura. Tenía muy claro la necesidad de promover a los autores nacionales en el exterior, de ahí también las traducciones que se hicieron al inglés y al alemán. Así se editaron los primeros libros, de  Javier  Vásconez y  Javier Ponce; y luego poesía, con Oñate, Gangotena y Naranjo.  Y todo esto, es lo que poco a poco se fue perdiendo con los nuevos propietarios. 
   
Pero, y hay que decirlo, también es cierto, que no se han generado políticas públicas para el fomento del libro y la lectura. En ocho años, el gobierno de la Revolución Ciudadana no ha sido capaz de estructurar un Plan nacional de lectura, y ni se diga reformar una Ley del libro, obsoleta y caduca. Y, por el contrario, el Ministerio de Educación suprimió el Sistema Nacional de Bibliotecas, y aún estamos esperando un proyecto alternativo.  

Ahora que todos los ministros, desesperados y obligados, intentan generar diálogos en sus sectores, sería bueno que también, más allá del discurso y la demagogia, se estructuren al fin políticas de fomento al libro y la lectura.  Qué bueno sería, por ejemplo, que el Presidente y sus ministros leyeran la Carta de la Unesco de 1971, que propone la creación de una vigorosa industria editorial, como requisito indispensable para el desarrollo nacional. En lenguaje de hoy sería: “indispensable para el cambio de matriz productiva”.

Y qué bueno sería también que la propia Cámara del libro, asumiera una actitud más proactiva y empezara generar acciones que permitan mejorar sustancialmente la situación del libro y la lectura en el país. Y como bien señala Paola de la Vega, que se cierre una librería, más aún emblemática, es sin duda sintomático. Por ejemplo,  lo que más se han cerrado en España, con las políticas neoliberales del PP, son librerías y salas de cine.

En medio de todo esto, hay una buena noticia: la apertura de la librería del Fondo de Cultura Económica, de México. Es un modelo de política pública para el libro y la lectura. Bien harían los funcionarios del Ministerio de Cultura y Patrimonio, más allá de las fotos y los cocteles, asumir para Ecuador esta propuesta exitosa y adaptarla a nuestro medio, por ejemplo. Pero en el cierre de espacios culturales, y en este caso de una librería, también hay responsabilidades en los lectores, es decir en los ciudadanos que, en ocasiones, no sabemos cuidar nuestros espacios culturales, y solo atinamos a lamentarnos cuando ya es tarde. Hay que acudir al teatro, al cine, a las librerías. O quizá, como propone Alexis Ponce, si un espacio cultural se cierra, los ciudadanos debemos abrirlo. Tal como sucedió en Argentina –dice Ponce- si los empresarios cerraban una fábrica, los piqueteros la abrían. Por ahora, estoy convencido que si un libro se cierra, seguro habrá un nuevo lector que volverá a abrirlo.

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