GRANDES TEMAS - GRANDES HISTORIAS

E c u a d o r - S u d a m é r i c a

domingo, 28 de febrero de 2010

CHILE UNA LOCA GEOGRAFIA


Por Leonardo Parrini


Quienes tuvimos en suerte haber nacido en Chile, sabemos con certeza que lo hicimos signados por un sino extraño, duro y violento en una cornisa hecha país, al borde de cumbres andinas de siete mil metros de altura y frente al vértigo de fosas marinas de seis mil metros de profundidad. Es decir, al borde de la locura geográfica que uno de nuestros más preclaros escritores Benjamín Subercaseaux Zañartu, señalara como rasgo identitario en su reseña denominada, Chile o una loca geografía, geofísica condición que supera el sentimiento nacional del pueblo que lo habita.

Esa locura geográfica que nos ha perpetrado tanto dolor, como tanta exultante alegría de norte a sur, de mar a cordillera, del salar desértico al glaciar de blanco interminable, nos ha impuesto el desafío de una cuerda historia. Puesto que no se puede habitar una recia geografía, sin una historia también de reciedumbre. Aquella demencia orográfica que devela en su recorrido escritural topográfico Subercaseaux, describe al país de “las mañanas tranquilas; el país de la senda interrumpida; el país de la muralla nevada; el país de la tierra inquieta; el país de los espejos azules y el país de la noche crepuscular”, valoración que no en vano hizo prologar a la Mistral: “Los contadores de patrias cumplen de veras un acto de amor…el texto de usted está lleno de la rabiosa exigencia que es la del amor en grande…”.

Ese desvarío georeferenciado en el texto de Subercaseaux puso de relieve que “nosotros llevamos en la sangre un sino misterioso que hace de nuestro pueblo una raza profundamente extraña e incomprensible”, y que descubre que “el amor chileno no sabe de la constancia, porque no sabe del recuerdo. La vida mira hacia el futuro y tiene un cuello rígido que le impide volverse para contemplar el pasado".

Pero ya en la telúrica concreta, “basta con mirar un mapa para comprender que debemos ser pescadores, mineros, leñadores, vaqueros, industriales y marinos”. Pero el mapa no es el territorio. Entonces hurgando, cual arqueólogo, entre rocas basálticas y olas marinas, entre bosques de encinas milenarias y robles poderosos, entre la arena salitrera y la nieve eterna hay un país que ejerce la memoria, como dice Sábato, ejerciendo la resistencia del devenir temporal. Memoria que es identidad, en el trabajo continuo de la conciencia, siempre expuesta al olvido.

La noticia trajo imágenes terribles de esa geografía delirante que nos ubica como el único país del mundo capaz de sobrevivir a cuatro de los diez cataclismos apocalípticos de la historia de la humanidad. Imágenes emblemáticas de una tragedia como edificaciones inclinadas treinta grados de su eje perpendicular, familias enteras atrapadas vivas entre escombros, olas de veinte metros que penetraron siete cuadras el continente, dejando barcos encallados en la plazas de los pueblos ribereños, centenares de muertos que murieron sin identificación posible.

Pero en Chile la geografía une lo que la historia ha dividido. Así como hemos llevado el enfrentamiento fratricida al extremo, del mismo modo llevamos la solidaridad a lo sublime. Allí en medio de esa maniática geografía se escribe una historia de noble cordura en la que nadie reniega de su destino, sino que lo asume, hasta con humor y optimismo, porque como decía un damnificado entre los escombros de su morada “hay que echarle pa delante po”.

Allí donde en medio del drama innombrable, nadie denostó a nadie, ni protestó por las medidas gubernamentales que, raudas acudieron a cumplir con su responsabilidad oficial frente al desastre nacional. Porque la celeridad estatal hizo gala de sensibilidad social y sobriedad a la hora de asumir su obligación. Allí entre edificaciones incendiadas y una tierra que seguía temblando, y donde lo único que no se derrumbó fue la esperanza, una mujer del pueblo abrazada a una estampa de la virgen clamaba “misericordia a Dios” que, una vez más, tomaba a ese pueblo un examen de conciencia y fe. Allí donde no hubo histeria colectiva, sino serenidad individual frente a la pesadilla de ver abrirse la tierra bajo los pies durante dos eternos minutos.

En ese país signado por ese destino singular, un gobierno entrante “ofreció ayuda” a la gobernante que hizo gala de fortaleza moral y física, en señal de unidad nacional, de cuerda historia frente a la loca geografía. Allí la gobernante, nuestra Michelle de Chile, respondió que “agradezco el gesto, pero aquí hay un solo gobierno que se hace responsable”, porque una cultura de previsión ante lo imprevisto, reservó recursos para la emergencia. Y porque ya “el 11 de marzo el nuevo gobierno tomará la posta de reconstruir este país”. Gestos que unifican, actitudes que engrandecen un país. Lecciones de historia para redimirnos de esa caprichosa geografía.

Ese país nerudiano, estremecido por el viento entre las uvas, de manzanas y terremotos, de revoluciones y contra revoluciones, de poesía universal y cantos ancestrales, de sangre y esperanza. Esa nave patria de últimos grumetes desafiando los mares mas embravecidos del mundo, que en su himno nacional tiene la generosidad de decirse a sí mismo que es la copia feliz del Edén, que es el asilo contra la opresión, que en sus campos de flores bordados se yerguen cordilleras blancas y majestuosas como baluartes de un pueblo singular.

Ese país del que Subercaseaux nos dice: “quiero ver los Andes, a través de grandes bosques, quiero ver correr el aceite de nuestras olivas; sentir el soplo de la industria y de la actividad consciente y organizada. En los mares quiero ver barcos chilenos que transporten los productos; velas que anuncien desde lejos las grandes flotillas de pescadores”. Ese país que se adivina eterno, con “una esperanza propia que anida allá arriba, cuando alzamos la mirada, y tiene también sus veleidades y sus horizontes cerrados como un mal presentimiento cuando bajamos la mirada”.

Ese país donde Subercaseaux se erige como un descubridor de totalidades a partir de entidades particulares, y del cual nos canta en prosa porque tiene “unos amaneceres diáfanos que son un consuelo diario y que le imprimen en el alma del que los contempla una como "orden del día". Allí, decimos con Pablo,Neruda ,para nacer hemos nacido en ese Chile, terrón amado y telúrico, de locura geográfica y de soberbia historia, donde unidos superaremos este examen de admisión a la pléyade de los grandes pueblos del mundo.