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sábado, 19 de junio de 2010

ADIOS AL LAZARILLO DEL MUNDO


Por Leonardo Parrini

La primera condición para vivir es no respetar a la autoridad. Este epígrafe, acaso sirva de epitafio para José Saramago en su muerte profunda, como su vida, intensa en interminable reflexión sobre un mundo mal hecho. Silenció su voz humana en la plenitud de su producción intelectual a los 87 años,  un hombre cuya coherencia fue su particular libro de estilo de vida. Un grito de rebeldía que se relaciona "con el sentido de la responsabilidad que uno tiene por el sencillo hecho de estar en el mundo, y por otro lado el respeto, la primera condición para vivir es no respetar a la autoridad".

Desde oficios tan humanos como mecánico cerrajero, Saramago fue poeta y cronista de su tiempo en el ejercicio del periodismo y la literatura que lo encumbró al atrio de los grandes narradores de ambos siglos donde le tocó vivir y morir. Prematuro lector disfrutaba de los libros por la noche en devoradora sed de sabiduría nocturna, leía todo lo que encontraba a su paso, "sin ninguna orientación, sin ninguna disciplina y en algunos casos sin entender nada".


Había nacido en 1922, hijo de una familia campesina, en Azinhaga, pequeña aldea portuguesa donde por error de inscripción civil le endilgaron el apellido Saramago con el que se haría célebre. Su primera novela Tierra de Pecado  no sería trascendente, sino a sus sesenta años cuando recibe el reconocimiento mundial con Memorial de Convento, a instancias de la cual conoció a su mujer Pilar del Río, quien contra todos los pronósticos, le entrevistó y casó con el escritor al cabo de dos años de publicado el libro. 

Sin prisa, como fue su decisión vital, postergó su escritura durante 20 años de silencio, porque "no estaba listo, no tenía nada que decir", hasta romper fuegos con un libro de poesía en 1966. Sería diez años más tarde, desde la militancia, que fue despedido de su oficio de periodista del Diario de Noticias, una acción discriminatoria que lo dejó  ¨en la calle, sin salario y sin ninguna posibilidad de encontrar un trabajo así que pensé, no lo voy a buscar, voy a trabajar, voy a hacer, todo mi trabajo literario se concentró desde este momento".

Así comenzó a los cincuenta recopilando experiencia y compromiso con la paz y con la vida, férreamente consecuente con sus convicciones, abrazó las causas con ­¨clara impronta de humanidad" que emanaba de la figura y de la obra de escritor progresista. Escribió como quien levanta una piedra debajo de la cual salen monstruos, según su propia afirmación. Su obra prolífera registra títulos cuyos lectores se enrolan en distintas edades, porque como dijeran sus críticos ¨contienen el ADN de lo humano, su huella digital, el rastro de su sangre¨, sin distingos ni exclusiones. 

Sus relaciones con lo divino siempre fueron menos propicias que con los asuntos humanos, en contrapunto con un “Dios  mala persona y vengativo”. La novela 'El Evangelio según Jesucristo' provocó un sismo en el Vaticano, vetada en Portugal en el 92. Títulos como 'Ensayo sobre la ceguera', 'Todos los nombres', 'Ensayo sobre la lucidez', 'La caverna', 'El hombre duplicado', 'Las intermitencias de la muerte' forman parte de la obra de José Saramago, que en su último libro, 'Las pequeñas memorias', registró evocaciones de su infancia: "He intentado no hacer nada en la vida que avergonzara al niño que fui", confesó al momento de publicarla.

Saramago vivió y murió indignado ante un mundo de mal funcionamiento, incitando a superar esa inercia de rebaño. Critico implacable de las derechas obsoletas y de las izquierdas equivocas, Saramago trazó el surco de una trayectoria insobornable para denunciar  en todos los foros: "Antes, caíamos en el tópico de decir que la derecha era estúpida, pero hoy día no conozco nada más estúpido que la izquierda". Saramago guió sus pasos en la ceguera de un tiempo absurdo,  a través de una obra fecunda, potente y potenciadora de pensamientos porque nadie como él para ejercer el influjo de las ideas y hacer fluir ese extraño ejercicio para nuestro tiempo: pensar. 

Escéptico de los sistemas políticos señala a la democracia como falacia gobernada por empresas multinacionales. Premunido de una acidez poco común en las letras europeas, accedió al Nobel de literatura por derecho propio, "mediante parábolas sustentadas con imaginación, compasión e ironía, que nos permite continuamente captar una realidad fugitiva". A su muerte José Saramago deja la huella de su guía iluminada, cual lazarillo de un mundo de cegueras reiteradas.