GRANDES TEMAS - GRANDES HISTORIAS

E c u a d o r - S u d a m é r i c a

viernes, 22 de octubre de 2010

¿TIENE SENTIDO EL ARTE?














Por Leonardo Parrini 

Los griegos lo tenían claro, saber pensar y concebir el mundo era para ellos la epísteme, saber hacer era cosa de la tecné. Así los roles entre esclavos y filósofos, entre guerreros y artistas estaban bien definidos. Hoy el arte ha perdido sentido. Este laconismo no es más que la constatación de que las manifestaciones de arte se han convertido en una repetición de expresiones audiovisuales e iconográficas en serie, tamizadas por la tecné que se impone por sobre la epísteme.

Una de las cuestiones claves para dilucidar el sentido del arte consiste en  ver si este oficio sigue teniendo el significado que la historia le atribuye, desde la aparición de los policromos rupestres en las cuevas de Altamira, como registro del quehacer humano en este mundo. 

Ahora impelido a sobrevivir en el caos tumultuoso de la posmodernidad, donde la muerte de la utopía lo empuja de bruces a un arte sin vocación de futuro, el artista enfrenta el reto superior de redimirse a través de una creación que otorgue un sentido a la realidad circundante.

 ¿Cómo se hace arte en un mundo donde sobrevivimos, solos, sin dioses o utopías posibles?   
La expresión multimedia es el prototipo del arte actual, un fruto del triunfo de la tecné por sobre la epísteme, un contacto inestable entre personas y mensajes que se difunden y propician lecturas diversas. El resultado es una heterogeneidad fugaz e inasible, entendida como participación segmentada y diferencial de un emporio internacional de mensajes que penetra por todos lados y de maneras inesperadas al entramado local de la cultura.

Se inauguran de este modo los rasgos de un arte impuro, con predominio de collages de textos e imágenes en un súper mercado de inversiones; un arte que ha perdido mística, energía transformadora y carga afectiva. Un arte que privilegia la somera diversión de los sentidos, cultura light, democrática y mediocre que posterga toda contemplación crítica por la fruición hedónica. Un producto de las industrias culturales que no difiere de los artefactos engendrados con modos de producción a gran escala. Este arte crea un público al que no le interesan nuevas temáticas - si es que las hay -, sino nuevas formas, ornamentales y seductoras formas de presentarle más de lo mismo. Aguda dicotomía, mientras la cultura de masas busca dispersión, el arte reclama recogimiento.

Un arte así producido pierde todo sustrato cultural, nos recuerda Aldous Huxley, condición y posibilidad de la distancia necesaria, entre obra y espectador, para que éste último pueda recogerse y contemplarla. Una obra así reproducida, no sería ya una obra de arte, sino un pastiche convertido en fetiche donde solo prima su valor exhibitivo, útil y funcional.

Se bifurcan así dos salidas posibles: un espacio dogmático para elites consumidoras de productos de circulación restringida, que se basa en la premisa de que para entender el arte hay que tener no sólo educación, sino una cierta disposición estética. Y otro circuito pragmático de amplia difusión que busca llegar a públicos masivos, que otorga lo que se dice que desean: experiencias fragmentarias de cultura; retazos de formas y fondos distintos y decorativos. 

El arte posmoderno ha perdido sentido. Se impone el simulacro, meras actuaciones que representan aquello que no es; simulaciones que fingen acciones sociales en las prácticas culturales de un mundo donde lo virtual, en su función simuladora,  prevalece por sobre lo real. 

¿Qué sentido queda entonces al arte actual? Por un lado la práctica de un sujeto que tiene la opción de jugar al artista socialmente incomprendido, de élite o marginal, premunido de una epísteme que busca dar significado ontológico a la realidad. O por el otro, un individuo-masa, dominado por la tecné, que puede arriesgarse a combinar géneros y estilos, y convertirse así en otro híbrido de la caótica y tumultuosa cultura de la posmodernidad.

jueves, 14 de octubre de 2010

CORAZON DE MINERO














Por Leonardo Parrini

La enseñanza que queda del accidente minero que llegó a feliz término es que la clase obrera chilena, premunida de una fortaleza física y espiritual forjada en duro trabajo que realiza, es un grupo humano de singulares características.  ¿Puede haber tarea más esforzada que perforar la roca del desierto chileno para extraer pintas de oro o cobre  a más de 700 metros de profundidad?

El corazón de minero, como dicen pletóricos  de orgullo los hombres y mujeres del norte de Chile, no es otra cosa que ese temple adquirido en dura brega laboral, extrayendo riqueza natural en condiciones extremas de trabajo físico. Actividad que a través de varias generaciones viene desarrollando el minero chileno en situación de explotación notable, lo que hizo posible que sea, precisamente, en la zona minera del norte de Chile, donde surgieran los primeros mancomunados proletarios. Este conglomerado laboral es el germen del movimiento obrero organizado chileno de  carácter  reivindicacionista y, tempranamente en el siglo veinte, del partido comunista fundado en 1922, donde surgen pioneros de raigambre obrera como Emilio Recabaren, fundador del movimiento sindical chileno.  

Los primeros yacimientos

Con una historia de esfuerzo y organización laboral,  la pequeña y gran minería chilena data de los albores de la República cuando surgen los primeros yacimientos mineros de plata en la zona de Coquimbo, como Arqueros, en 1825, Chañarcillo en 1822 y Tres Puntas en 1848. En 1830 cobra auge el yacimiento aurífero de Andacollo, aunque sus orígenes se remontan más allá de la Colonia. El Teniente, yacimiento de cobre que se forma  en la década de los años treinta, tiene sus orígenes   en el siglo diecinueve, siendo el yacimiento subterráneo de cobre más grande del mundo.

En la actualidad existen grandes yacimientos de cobre como Chuquicamata, la mina de tajo abierto más grande del mundo; Escondida, El Abra, Disputada de las Condes, El Teniente y Andina. Otros menores son La Candelario, Salvador, Radomiro Tomic y Mantos Blancos.  A nivel de la minería menor, los pirqueros o pequeños mineros chilenos, trabajan con escasos medios técnicos y es la Enami, Empresa Nacional de Minería el principal comprador de su producto. Los mineros chilenos están sometidos a jornadas de trabajo por turnos, lo que implica aislamiento de sus familias y trabajo en condiciones de fuerte desgaste  físico y sicológico.

La mina San José

La minera San Esteban, propietaria de la mina San José, fue fundada por el ingeniero húngaro Jorge Kemeny en la década del ochenta. Este yacimiento produce al año 1.200 toneladas de cobre, una cifra insignificante frente a los 5.5 millones que genera Chile. El descubrimiento y comienzo de los trabajos de explotación en la mina San José data de 1840. En la década de 1980 la empresa San Esteban Primera SA se hizo cargo de la explotación. Luego de su fallecimiento, en el año 2000, tomaron el control del negocio familiar sus hijos Marcelo y Emérico Kemeny Füller.

La situación económica de la minera bajo la nueva administración sufre de un importante endeudamiento. Sus ingresos rondan los 8 millones de dólares anuales y al mismo tiempo mantiene deudas con la Empresa Nacional de Minería, el Estado chileno y los bancos por aproximadamente 17,8 millones de dólares. La empresa cuenta actualmente con 170 empleados en la mina de oro y cobre San José. Estos trabajadores reciben salarios por encima de la media para mantenerlos ligados a un proyecto que era reconocido por la comunidad como altamente peligroso. Los mineros de la mina San José trabajaban por 150 mil pesos (260 dólares).

Al momento del derrumbe en agosto, la mina San José enfrentaba una crisis financiera al borde de la quiebra con una deuda de medio millón de dólares. Los 33 trabajadores de la mina no estaban asegurados porque, según los dueños del yacimiento, los costos de las pólizas son muy altos y las coberturas insuficientes. Desde la Superintendencia de Seguros les respondieron que los seguros de trabajo en Chile son de los más baratos del mundo.

Finalizada las tareas de rescate de los 33 mineros, queda por rescatar el sentido de justicia en este dramático episodio de la minería chilena, lo que implicaría la exigencia de que los dueños de la mina respondan frente al accidente. No obstante, esto es poco probable puesto que, según el experto jurista chileno Héctor Hernández,  “el solo hecho de infringir, incluso gravemente, normas de seguridad en el trabajo, en este caso en el plano de seguridad de la minería, en Chile no es delito, o sea, a diferencia de lo que ocurre en otros países desarrollados donde si hay normas específicas”, puntualizó el abogado. Pasada la euforia del rescate y apagadas las cámaras de televisión, las autoridades chilenas tienen la obligación de ser consecuentes con su promesa de que, frente a estos hechos, no habrá impunidad. Que así sea.
Chuquicamata, Escondida, El Abra, Disputada de Las Condes, El Teniente

lunes, 11 de octubre de 2010

¡HABLA BIEN, POGUEON..!















 



  Por Leonardo Parrini

Si el hombre viviera al descampado de la realidad seria destruido, rápidamente, ya sea por júbilo, ya sea por espanto. Esta estremecedora sentencia de Robert Graves nos da la dimensión de la importancia vital del lenguaje como elemento mediatizador entre el hombre y su entorno. La palabra es aquella nomenclatura que permite distanciarnos convenientemente de las cosas y de los acontecimientos. Sin los sustantivos que nombran entes y los verbos que describen actos, la realidad nos ocurriría sin mediaciones, sin tregua posible, destruyéndonos. El lenguaje atenúa la experiencia de la realidad que pueda herirnos; del momento que nombramos una cosa ponemos distancia, separándonos de su presencia real. El lenguaje nombra, por lo mismo, mediatiza. Podemos nombrar el dolor, los miedos, y también la alegría. El lenguaje es una malla que nos protege de la realidad, sugiere Graves.  

En una reciente entrevista de prensa el sicólogo y escritor chileno Otto Dörr alerta del peligro de degradar el lenguaje y perder con ello la condición que nos define como seres humanos. Dörr enciende la alarma señalando que los chilenos, como en ningún otro país de Latinoamérica, hablan un lenguaje excrementicio que en siquiatría se denomina coprolalia, propio de ciertas demencias secundarias a la destrucción de los lóbulos centrales del cerebro que procesan las experiencias éticas del individuo.

Este lenguaje coprolalio del chileno estaría caracterizado por la carencia drástica de sustantivos, lo que da una baja referencialidad en el uso del idioma, porque no denotamos las cosas por su nombre propio sino por seudo metáforas comparativas. El fenómeno del mal hablado está generalizado en Chile, señala Dörr, con el uso de un lenguaje que “consiste en que una palabreja, en un comienzo empleada como insulto, se ha transformado no sólo en sustantivo, verbo y adjetivo de uso indiscriminado, sino también en final obligado de cualquier frase. Ahora bien, como esta palabreja se acompaña regularmente de otras groserías basadas en contenidos anales y genitales, tenemos que el habla cotidiana del chileno se está aproximando a un tipo de lenguaje muy patológico”

Ejemplo de ello, en lugar de decir hombre, decimos gallo; o polla para referirnos a una chica o huevón para nombrar a un sujeto. Pero lo más sintomático de esta suerte de fijación patológica es que las metáforas son abrumadoramente alusivas a las zonas sexuales. Un lenguaje de garabato degradado estética y éticamente a niveles de coba delincuencial. Y lo más curioso, apunta Dörr en una entrevista con Cristian Warnken para su programa Una nueva belleza de TVChile, que ese lenguaje de bajo fondo es adoptado por damas de alcurnia y caballeros de alta posición social y económica, mientras que los campesinos chilenos mantienen una elegancia y formalidad en el trato con los semejantes propia de hábitos refinados, lo cual no deja de ser extraño. Algo parecido ocurre en Ecuador que, mientras más bajo es el estrato social de una persona o su origen es rural, se advierte el uso prolijo del usted en lugar de tutear al otro, como un síndrome de prudente distancia, timidez o respeto.

Otra característica de la degradación del dialecto chileno es el exceso de muletillas o dichos de imposible traducción internacional, al punto que obliga a la publicación de glosarios de términos chilenos  junto a  determinadas obras literarias para posibilitar su comprensión. La falta  notable de pronunciación correcta de las palabras es otro clásico chileno. Un amigo locutor me decía que hay que pronunciar todas las silabas de una palabra para locutar o hablar bien: eso es exactamente contrario a lo que se practica en Chile.

Dörr explica que las elites sociales consideraron cursi pronunciar correctamente y entonces adoptaron un dialecto donde las palabras se arrastran, o no se pronuncian completamente, o simplemente, son remplazadas por otros términos que, arbitrariamente, consideramos como sinónimos. Ej. Cachai por ver. 

De alguna manera Gabriela Mistral había reparado en este fenómeno al decir que los chilenos hablamos en forma deshuesada, con pobreza de vocabulario y uso mal sano de términos. Más allá de lo cómico que resulta oír hablar a un chileno típico, el tema es grave porque las autoridades educativas no se han percatado de que en el lenguaje radica nuestra existencia nacional, parodiando a Heidegger que dejó escrito que el lenguaje es la morada del ser. Lenguaje que ha permitido el desarrollo de la civilización y de la cultura, pero también la apertura del hombre a la dimensión espiritual y trascendente, como acota Dörr. 

Según esta afirmación ¿hemos sufrido una involución los chilenos de mal hablado? El origen del lenguaje está en la mutación brusca del hombre, cuando se separa del chimpancé de mandíbula paralela y laringe elevada. El hombre se pone de pie y logra desarrollar una laringe más baja y  mandíbula no paralela, lo que le permitió hablar un lenguaje articulado y fonético con la consecuente construcción sintáctica de frases que posibilita el pensamiento discursivo, superando la simple emisión de emociones mediante sonidos guturales propia de la animalidad.  Los chilenos, argumenta Dörr, por una suerte de aislamiento geográfico antes de la invención del jet, no tenían con quien hablar como país, y eso pudo haber deformado nuestras fosas nasales influyendo en la forma de articular y fonetizar las palabras que son emitidas de manera altisonante y chillona.

La sentencia lapidaria a la que llega Dörr es que Chile morirá como nación, así como han desaparecido otras culturas en el pasado, si continuamos en esta práctica cotidiana de lenguaje excrementicio o coprolalio. Puesto que la atrofia del lenguaje trae la atrofia de la capacidad de pensar, no se puede pensar sin palabras, lo que equivale a un ocaso como grupo gregario. Y “sin pensar no hay conocimiento ni creatividad. Y entonces cualquier aspiración que tengamos de llegar a ser un país desarrollado será en vano”, concluye Dörr.


lunes, 4 de octubre de 2010

FLASHBACK A LA REBELION POLICIAL

Por Leonardo Parrini

Un  presidente que no recibe oportuna y eficazmente los informes de inteligencia sobre un eventual alzamiento de las tropas y efectivos policiales o militares, es un presidente desinformado. Correa deberá exigir a los responsables de la inteligencia estatal que respondan por esta grave omisión informativa. 

Un presidente que acude al sitio de los hechos donde tiene lugar el motín policial, es un presidente decidido a controlar la situación haciendo caso omiso de los mecanismos estatales y presidenciales que le asisten para estos eventos. Correa nunca debió asistir al lugar y, por el contrario, debió enviar emisarios y aplicar la ley que es clara para situaciones de deliberación y motín de los uniformados.

Un presidente que desafía antes las cámaras a sus insubordinados arengándolos a que lo maten, es un presidente que tiene clara conciencia del impacto mediático y político de sus actos. Correa en su investidura presidencial debió mostrarse menos agitador, mas estadista, menos exaltado, más sereno; conminando a la calma, situándose por sobre la irracionalidad de sus insubordinados.

Un presidente que es agredido por los amotinados, es un Presidente que puso en riesgo su persona y lo que representa para el país su condición de primer mandatario. Correa nunca debió desafiar a los policías rebeldes, puesto que dejó abierta la posibilidad de que un exaltado irracional, verdaderamente, le dispare o veje y agreda con bombas lacrimógenas, como ocurrió.

Un presidente que ingresa maltrecho saltando un muro al hospital controlado por sus propios insubordinados, es un presidente al que se le escapó la situación de las manos. Correa debió ingresar a otro centro hospitalario, pero fue imposible. 

Un presidente que debe ser rescatado por las fuerzas armadas especiales a punta de balazos, y en el enfrentamiento corre peligro su vida, es un presidente en clara situación de secuestro político con oscuras intenciones por parte de sus captores. Correa nunca debió estar en el extremo de esa situación en su condición de presidente de la nación. 

Un presidente que decreta desde su secuestro el estado de excepción, una orden de rescate, recibe a la prensa, dialoga con sus captores y consigue el respaldo del Comando Conjunto de las FFAA, es un presidente al que no logran dar un golpe de estado. Correa y sus asesores diseñaron   una estrategia comunicacional que proyectó esa imagen y que generó la inmediata reacción de la comunidad internacional.

Las mil lecturas que la población hizo de los acontecimientos y de los rostros del Presidente en las pantallas el 30 de septiembre, dejan entrever que el pueblo ecuatoriano en su mayoría aun consume, acríticamente, las imágenes unidireccionales de la televisión estatal o aquellas que entregó la televisión privada.  En este sentido la censura de prensa previa, prevista en el estado de excepción, contribuyó a una lectura unidireccional de los acontecimientos con claro beneficio al hecho de que se impidió que agitadores profesionales se tomaran laos micrófonos y pantallas para incendiar aun más al país. 

El conato de rebelión policial del 30 de septiembre sugiere la lenta reacción de los organismos de inteligencia, y la falta de información clasificada que obligó actuar a la zaga de los acontecimientos.  Las imágenes televisivas del 30 de septiembre proyectan el perfil de un gobierno que, fiel a su estrategia, prefiere manejar los hechos políticos con alto impacto mediático donde el protagonismo presidencial lleva todo el peso del contenido y forma del mensaje. 

El flashback con los rostros presidenciales del 30 de septiembre en pantalla, ponen en evidencia las fortalezas y debilidades de un régimen que se jugó una carta brava ante el país. Las encuestas deberán decirnos cuál fue el costo beneficio de la espectacular y mediática jornada.