Por Leonardo Parrini
Muchos habrán amanecido con
las mismas expresiones de cariacontecidos que tenían los funcionarios públicos
ayer en la pantalla del televisor durante la cadena en la que el presidente
Rafael Correa anunció el fin de la utopía
Yasuní. Decisión motivada por la falta de aportes de “un mundo hipócrita”
que prometió, demagógicamente, aportar con 3.600 millones de dólares para que
el Estado ecuatoriano renuncie a otra cantidad similar y dejar el petróleo bajo
el suelo del Yasuní. La resolución, “la
más dificil de mi gobierno” según el Presidente Rafael Correa, se inscribe en
la necesidad del país de enfrentar los planes de desarrollo con recursos del
petróleo que, hasta hoy, sigue siendo el sueldo del Ecuador. Este modelo estará
vigente hasta que los propios dineros provenientes de los hidrocarburos
financien el cambio de modo de producción hacia industrias no extractivistas, generadoras
de industrias tecnológicamente avanzadas y altamente productivas necesarias
para el país.
La explotación del Yasuní no
es tan mala noticia, si se toma en cuenta que Ecuador podría colapsar su
economía en corto plazo, si no apela a nuevas fuentes de recursos para el
desarrollo. Este es el fondo estratégico del problema o de la solución, como se
quiera ver. La decisión entonces, pese al costo político, responde a un gesto
responsable con el progreso del país, y en particular con los propios pueblos
que viven en las áreas de influencia en condiciones de extrema subsistencia. Se
sabe que los territorios del Yasuní son habitados por nacionalidades indígenas huaorani
y grupos no contactados ancestrales, dueños del suelo, pero no del subsuelo donde
yace el crudo, propiedad del Estado por definición constitucional.
Una vez declarado
sin efecto el fideicomiso que se proponía reunir 3.600 millones hasta el 2023 -y
que en seis años sólo reunió el 0,37% de lo esperado a la fecha, es decir 12
millones,- queda por delante que la Asamblea
declaré de interés nacional la zona del Yasuní o parte de ella. Existen varias interrogantes
frente al tema. Una de ellas se refiere a qué tipo de empresa explotará el Yasuní;
privada por licitación o pública por asignación. No es mera inquietud, sino un tema de fondo.
El Yasuní se encuentra muy
distante de la infraestructura petrolera actual: pozos, estaciones de bombeo,
oleoductos, refinerías, sistemas de embarque, etc. Infraestructura que supone
enormes inversiones de dinero que deberían asumir los interesados. ¿Las
empresas privadas estarán dispuestas a hacerlo a riesgo o el Estado deberá
invertir en los planes de exploración y explotación hidrocarburífera? Esta es una
decisión estratégica que debe tomar el gobierno, considerando que es políticamente correcto que sea la
empresa EP Petroamazonas la asignada para explotar el Yasuní; mientras que,
económicamente, es obvio que lo haga una transnacional, previa licitación.
Los beneficios del Yasuní
La explotación, sobre la base
de los precios del petróleo, arrojaría un valor actual de $ 18.292 millones, $
11.000 millones adicionales a lo originalmente estimado. De estos recursos se
beneficiarán los Gobiernos Autónomos Descentralizados Amazónicos, que
percibirían $ 258 millones. Además, por distribución del 12% de excedentes
petroleros percibirán 1.882 millones, lo que hace un total 1.568 millones que
recibirían todos los GAD del país, por su participación en la renta petrolera.
La Constitución en el artículo
407 prohíbe la actividad extractiva de recursos no renovables en áreas
protegidas, pero se puede hacer una excepción por solicitud de la Presidencia,
previa declaratoria de interés nacional de la Asamblea. Esto implica una
segunda decisión de fondo: qué parte del Yasuní será declarada zona de interés
nacional, el crudo, las plataformas, el subsuelo, el Parque Yasuní en su
conjunto o parte mínima que equivalga al uno por mil que se dijo se vera
afectado.
El tercer dilema es el de la
bronca con los “yasunizados” que quieren hacer plataforma política de un ecologismo
a ultranza, con los cínicos que ahora piden explotar a como dé lugar el Yasuní,
después de que se opusieron, con los mercantilistas extractivistas que les vale
un trozo de yuca la naturaleza, cómplices de voraces transnacionales petroleras
que estarán frotándose las manos. Todos se quedaron esperando que el régimen de
la revolución ciudadana fuera consecuente con su declaración inicial de “dejar
intacto el Yasuní” o, una vez asumida la decisión presidencial, que le cueste
muy caro en términos políticos.
Técnicamente
la explotación del Yasuní se la haría primero en los campos Tiputini y
Tambocha, que generían 150 y 270 millones de barriles, respectivamente. Para
este propósito se deberá construir una vía de acceso hasta la plataforma
Tiputini, además, un oleoducto desde Tambococha hasta llegar a las
infraestructura petrolera del Bloque 31.
El petróleo
de Tambococha será transportado por un tubo de 10 kilómetros de largo y 60
centímetros de ancho hasta Tiputini, lo que implica cruzar 7 kilómetros dentro
del Parque y 3 fuera del área protegida. La ocupación total será de 16,8
hectáreas dentro del parque. La operación del desarrollo de los pozos de
Tiputini y Tambococha durará aproximadamente 15 meses. La suerte está echada.
Los responsables de la decisión de explotar el Yasuní dieron la cara al futuro.
La historia los juzgará.
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