Por Leonardo Parrini
Latinoamérica
ratifica la nueva era de soberanía e independencia que se vive en el territorio
continental en el marco de la solución de conflictos regionales. El entente de
los presidentes Juan Manuel Santos y Nicolás Maduro, para dirimir problemas fronterizos,
-con facilitación de los presidentes Rafael Correa y Tabaré Vázquez-, confirma
que la actuación soberana e independiente del continente respecto de injerencias
foráneas, es un hecho real y plausible. La otrora intervención de los EE.UU, y
de una OEA dirigida desde Washington, en los asuntos centro y sudamericanos ha
quedado en el pasado. Aciagos días en que la organización regional expulsó a
Cuba de su seno en una actitud excluyente e insolidaria, ratificada en un
bloqueo norteamericano de medio siglo a la isla caribeña, que obligó a obedecer
los designios de aislamiento cubano al resto de naciones del continente. Esta
vez la OEA no tuvo capacidad de reunir a sus países miembros para analizar el conflicto
fronterizo colombo venezolano, en una demostración de falta de gestión y credibilidad del
organismo subregional.
En los actuales
momentos las referencias de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños CELAC, y de la Unión de Naciones Sudamericanas UNASUR, otorga otra dinámica
e imprime distinto tono a la geopolítica de la región. El rol facilitador de
ambas organizaciones en el resultado de los diálogos llevados a cabo entre
Colombia y Venezuela en Quito, hizo posible la superación de la crisis fronteriza
provocada por una situación comercial irregular y medidas migratorias de deportación
de miles de colombianos de territorio venezolano. El clima beligerante bajó en
intensidad con el cese de las deportaciones, la normalización de los intercambios
comerciales y el retorno de los respectivos embajadores de Colombia y Venezuela
en las últimas horas. El siguiente paso es la reanudación total de las relaciones
diplomáticas bilaterales, concordancia avalada por UNASUR y CELAC.
¿Qué demuestra
el entendimiento bilateral entre Colombia y Venezuela, sin injerencia foránea en
la región? Es, sin duda, el signo de un tiempo marcado por el nuevo diseño geopolítico
continental de la última década, con mayor protagonismo de las naciones sudamericanas
y caribeñas en el manejo de sus asuntos y la solución de sus conflictos. Un panorama
auspiciado por la voluntad política de mandatarios conscientes de la necesidad
de pensarnos a nosotros mismos, sin fórmulas estereotipadas de claro corte intervencionista
que buscan el sometimiento incondicional de nuestros países a los intereses de
los EE.UU y sus aliados europeos.
La pérdida de
influencia norteamericana en Latinoamérica está en proporción inversa con los arrestos
políticos regionales por establecer agenda propia, singulares mecanismos de diálogo
y proyectar la acción de un bloque compacto unido en la diversidad. Hoy día los
latinoamericanos estamos dispuestos a hacer prevalecer nuestros intereses regionales,
sin chantajes exteriores, y sin la arrogancia que han demostrado siempre nuestros
interlocutores mundiales frente a un continente otrora sumiso. ¿Dónde radica la
diferencia de la nueva política internacional de Latinoamérica? En la claridad
conceptual de una nueva visión política de prestancia regional y convicción en
nuestras propias fuerzas y recursos; sentimiento y razón que nos mantiene de
pie con decisión, dignidad y autoridad continentales. Prueba de ello es que los
EE.UU, en búsqueda del tiempo perdido, intentan hoy ponerse a tono con esta
tendencia independiente y soberana, y lima asperezas con Cuba en la perspectiva
de proyectar un nuevo estilo de relación más equitativa con la isla caribeña y el
resto de América.
La soberanía y la independencia políticas tienen firme sustento en la potencialidad administrativa frente al manejo de nuestros recursos humanos, económicos y tecnológicos. Condición previa de ser internamente capaces de disponer nuestra riqueza natural y destinar sus réditos a la superación de contradicciones endémicas como la pobreza, la injustica social y la exclusión internacional. Solo un continente liberado de atávicas taras ideológicas será capaz de sacudirse de injerencias foráneas que nos acechan a destiempo, en un mundo que reclama armonía y entendimiento libre y soberano entre los pueblos.
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