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E c u a d o r - S u d a m é r i c a

miércoles, 7 de abril de 2010

LA INQUISICIÓN DEL BUEN VIVIR


 Por José Murgueytio

Hester Prynne, una bella y atrevida dama inglesa de ideas liberales, llega a finales del siglo XVII a un pequeño pueblo de Boston dominado por puritanos, donde es recibida con cordialidad. Mientras espera a su esposo que se ha perdido en un naufragio, se enamora de un pastor protestante de quien queda embarazada.  La severa comunidad no tolera el hecho y es llevada a un tribunal de jueces cuáqueros, quienes interpretan a su manera la Biblia y ordenan que su pecho sea marcado con la letra “A”, de adúltera, que deberá llevar por el resto de su vida. 

Es la trama de la película “La letra escarlata”, basada en la novela homónima de Nathaniel Hawthorne, que muestra en el detalle de la experiencia vívida, el funcionamiento de un “Estado integrista”, confesional o teocrático, donde la religión particular de un grupo de pobladores se ha convertido en la pauta del ordenamiento jurídico y social de toda la comunidad. Entre las consecuencias relevantes destacan el fundamentalismo de los actores, es decir la arbitrariedad con la que interpretan los textos que referencian sus actos (en su caso la Biblia), el fanatismo que atrapa y conduce la opinión de los pobladores y la aplicación consecuente de perversos castigos a quienes se han apartado, por la razón que fuere, de las rigideces extremas o disienten de los dogmas imperantes creando sospechas de herejía.  

Los grandes sacrificados de este modelo de vida política, que caracterizara la Edad Media y condujera la Inquisición europea y americana, fueron la racionalidad y la dignidad humana, que solo pudieron recuperarse con el advenimiento de la Ilustración y de las revoluciones Norteamericana y Francesa, cuando se funda el Estado Laico, bajo cuyo amparo el dominio político se independiza del religioso y las creencias  religiosas dejan de ser la fuente de las leyes y pasan a formar parte del fuero íntimo de las personas.
En nuestro país, el Estado integrista se constituyó en los inicios de la época colonial y se mantuvo a lo largo de ella. La revolución independentista y la posterior fundación de la República, con todo y las profundas transformaciones que implicaron, no fueron del alcance suficiente como para cuestionarlo y menos eliminarlo. A partir de 1830, las constituciones políticas otorgarán a la religión católica el rango de religión oficial, bien sea bajo la figura inicial del “patronato” -donde el Presidente de la República era la autoridad administrativa de la Iglesia- o del “concordato” -que devolviera, bajo la presidencia de García Moreno, dicha autoridad al Vaticano-. Hubo que esperar a la revolución alfarista de 1895 para que el Estado Laico se constituyera en Ecuador y permaneciera vigente hasta la Constitución actual redactada en Montecristi

Esta Constitución, cuyo texto empieza reconociendo la laicidad del Estado ecuatoriano y proclamándose heredera de la gesta alfarista, ha sido capaz de hacer lo que sucesivos intentos de la alta jerarquía católica no consiguieron a lo largo del siglo XX: la reinstauración del Estado integrista. Pero no del integrismo católico, no de aquel que llevara a la hoguera a Giordano Bruno o silenciara a Galileo Galilei. No del integrismo musulmán que obliga a la ablación del clítoris de las niñas o al apedreamiento de las adúlteras. Es un integrismo de nuevo cuño, de sello indigenista, que establece al “Sumac Kausay” o “filosofía del Buen Vivir” como la nueva religión oficial del Estado.

A diferencia de las religiones católica o musulmana, que tienen a la Biblia y al Corán como libros santos donde constan las doctrinas respectivas, el “Sumac Kausay” es de transmisión oral, tan arbitraria como puede serlo. Se dice que es una cosmovisión basada en la “armonía del hombre con la naturaleza” que establece el culto a dioses como la “Pacha mama” (o madre tierra) y las montañas -al modo del animismo de principios del neolítico- y penaliza el ocio, la mentira y el robo. Según el “Plan Nacional para el Buen Vivir” establecido por la SENPLADES,  el “Buen Vivir” es una filosofía colectivista, contraria al desarrollo, el libre comercio y la tecnología, impone un modo de vida frugal y comunitario y fortalece las identidades culturales y la soberanía nacional (véase: www.plan.senplades.gov.ec). No es extraño, por estas causas, que la Constitución de Montecristi declare al Estado Ecuatoriano como “plurinacional” (o “nación de naciones” y no “nación de ciudadanos” como es propio del laicismo), reconozca el paralelismo de la “justicia indígena”  –a pesar de que no exista sino en “radio bemba”, como el “sumac kausay”-  declare al territorio nacional “libre de transgénicos” y prohíba las aplicaciones de bio tecnología experimental. Ante una religión tan retardataria como ésta, convertida ahora en la religión que estamos obligados a profesar ecuatorianas y ecuatorianos, bien vale decir: el fin justifica los MIEDOS. Miedo es lo menos que se puede sentir ante las primeras aplicaciones sustantivas del “Sumac Kausay” que imágenes de prensa recogen en estos días. 

Al mismo tiempo que salía al mercado el primer libro verdaderamente electrónico (el ipad) y los científicos anunciaban el éxito del mayor experimento llevado a cabo en la historia humana, en la comunidad Cochapamba, del cantón Cayambe (Pichincha), los dirigentes y pobladores indígenas decidieron que Joaquín Aules, de 41 años, pague $ 1.000 y camine 2,5 km con un borrego envuelto en ortiga sobre sus espaldas, como castigo por haber robado. Desde luego, no es la primera vez que trascienden a la luz pública estas torturas denominadas “justicia indígena”. Lo nuevo y terrorífico del hecho es que ha sido consumado, por primera ocasión en la historia patria, con la presencia altiva y soberana de la Policía Nacional, que así ha garantizado la pluri nacionalidad del Estado y ha hecho patente que estamos bajo el predominio de un integrismo capaz de competir en brutalidad con el de los cuáqueros que marcaron el pecho de Hester Prynne.

NACIONALISMO, RACISMO E INTEGRISMO DEL SIGLO XXI


 Por Marco Velasco

Se le atribuye a Julián Marías esto de que uno puede "querer", a la tierra en que vive y sentirse cómodo por el hecho de pertenecer a una nación, sin que esto signifique ser nacionalista, del mismo modo que se puede tener apéndice sin padecer de apendicitis.

Pero esto de sentirse orgulloso de ser ecuatoriano, no es lo mismo que el amor a la tierra en donde uno ha nacido, porque en realidad lo que uno ama y extraña es el entorno familiar y social, aparte de ciertos usos y costumbres, tanto como paisajes que nos son queridos. De modo que colocado, por ejemplo, en algún apartado rincón de la selva esmeraldeña, seguro que me voy a sentir mucho más lejos de la "patria" que si estuviera en Lima, Bogotá o Buenos Aires.

El nacionalismo, como sostiene Savater, no es un sentimiento sino una ideología política según la cual una nación es una comunidad étnica, o un conjunto de etnias ,conforme al precepto constitucional que nos rige; idea radicalmente opuesta al concepto moderno y democrático de nación como comunidad de ciudadanos libres e iguales ante la Ley.

Causa extrañeza e indignación reconocerlo, pero -en pleno siglo XXI, en el auge de la civilización científica y tecnológica- asistimos al resurgimiento y reanimación del racismo, los nacionalismos y los fundamentalismos e integrismos religiosos y políticos.

El racismo es una “… teoría fundamentada en el prejuicio según el cual hay razas humanas que presentan diferencias biológicas que justifican relaciones de dominio entre ellas, así como comportamientos de rechazo o agresión. El término 'racismo' se aplica tanto a esta doctrina como al comportamiento inspirado en ella y se relaciona frecuentemente con la xenofobia y la segregación social, que son sus manifestaciones más evidentes.” (Ref: Biblioteca de Consulta Microsoft® Encarta® 2003. © 1993-2002 Microsoft Corporation.)

Mientras que el racismo como práctica “… es cualquier distinción, exclusión, restricción o preferencia del reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de uno o más derechos humanos y libertades fundamentales, en cualquier ámbito de la vida pública o privada, sobre la base del establecimiento de un vínculo causal entre las características fenotípicas o genéticas de algunas personas por un lado, y sus rasgos intelectuales, de personalidad o culturales, por otro.” (Ref: Proyecto Convención Interamericana contra el racismo.
http://www.oas.org/OASpage/Events default.asp?eve_code=2)

La masacre de la minoría tutsi en Ruanda en 1993 y la 'limpieza étnica' emprendida por los serbios en la antigua Yugoslavia a partir de 1991, son dos ejemplos recientes de la crueldad, la extrema estupidez y la pérdida de la condición humana consustanciales a los crímenes inspirados en prejuicios racistas.

Pero tan indignante como el racismo es el integrismo religioso, político o político-religioso. Umberto Eco define como integrismo a toda “… postura religiosa o política por la que los principios religiosos personales (por ejemplo el “Sumak Kawsay” o “Buen Vivir”) tienen que convertirse al mismo tiempo en modelo de vida política y fuente de las leyes del Estado.”

Los críticos y las críticas más consistentes de la nueva Constitución ecuatoriana, han pasado por alto o apenas han mencionado muy tangencialmente el tema del integrismo religioso subyacente en la imposición transversal del “Sumak Kawsay”. Cosa que constituye una auténtica bomba de tiempo que, como ya está ocurriendo en Bolivia, podría llevarnos a un estado de conflagración social.

Y es que además integrismo es sinónimo de intolerancia y la intolerancia es propia de los regímenes totalitarios (las teocracias musulmanas lo son) y los totalitarismos políticos lo que hacen es sustituir los credos religiosos por los credos ideológicos.

Detrás de la terminología clasificatoria tan del gusto de los SS-XXI (oligarquía conformada por pelucones y aniñados vs pueblo constituido por cholos, indios y mestizos) hay un profundo racismo.

Jamás hay que olvidar la advertencia dejada por Jean-Francois Revel: “Todo sistema totalitario tiene por resorte una ideología cuya función es justificar un plan de dominación planetaria (aunque con estilo huachafo y risueño, pero en eso está el coronel Chávez) que realiza, entre otros medios, por la eliminación, física si es preciso, de grupos hostiles o molestos. En la ideología comunista esos grupos son sociales; en la ideología nazi, eran raciales
.”