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domingo, 17 de junio de 2012

SEIS VOCES ESENCIALES





Por Leonardo Parrini

Asistir a un recital colectivo de poesía en un mundo de comunicaciones virtuales, discursos parafrásticos  y  simulaciones electrónicas es, en definitiva, una tentativa que bordea la más flagrante utopía. Significa volver a recobrar la fe en la palabra que busca la emoción, como condición poética esencial.

En el Recital de poesía Seis, poetas, seis voces, seis poéticas, asistimos a la escucha de seis voces al unísono, cada cual dando cuenta de lo suyo, con un denominador común y, al mismo tiempo, extraordinario. ¿Cuál? Poner distancia rotunda al repertorio del simulacro - moneda corriente de un mundo de apariencias - para ir de bruces al fondo esencial de las realidades circundantes y, de las otras, las introspectivas. El tono destellante, la connotación transparente y la luminiscencia fugaz de cada verso se tornan perennes en el instante poético de este texto colectivo que “supera el racionalismo del discurso que busca limitarlo”, como diría Juan Secaira.

El volumen que recoge estas seis consonancias poéticas lleva un título sutil, De la ligereza o velocidad que también es perfume. Una obra que, según citó Jorge Dávila Vázquez en su presentación: “Nos acerca con este libro de complicidades a la trashumancia y permanencia del ser contemporáneo que somos”.

Una poesía de servicio público, artículo de primera necesidad que se esfuerza por llegar a ser de consumo masivo, porque refuerza el poder comunicativo de la palabra dicha desde la intimidad vivencial del poeta, de carne y hueso, en complicidad con el lector.

Cuando la poesía se ha vuelto escasa en un mundo de espacios globalizados, de utopías caídas y discursos pretenciosamente racionalistas que escatiman una respuesta a lo esencial del ser humano, emergen estas voces suscitadoras, con más dudas que certezas. Retornamos a través suyo al estado primigenio del arte: el gesto que acerca el hombre a sí mismo y le devuelve el ser en estado originario, desde él y hacia él.

Seis voces, seis poéticas

En esta tentativa de factura colectiva hallamos altísona la voz de Marialuz Albuja Bayas, poetisa del desarraigo: Como una perra que ha perdido el rumbo, nos habla de su extravío.  Padre, me has desterrado / Voy en busca de un lugar para quedarme. Poesía que da cuenta de pretéritos sin futuro, sin la promisoria algarabía de la fe: Y no importa que ya nadie sepa de nosotros pues el absoluto es hoy, y en su fuego de relámpago brillamos.

Convencido de que la memoria es un traqueteo perdurable, Javier Cevallos Perugachi va a la búsqueda del reflejo de la ciudad primigenia en todas las ciudades, para darnos una poesía de reminiscencias ancestrales que escarba, - cual arqueólogo - entre escombros de un pretérito presente. Trashumante poeta de movilidad geográfica y espiritual, Cevallos, propone que todo traslado es ilusión, el viaje va acumulando trazos.

¿Se escribe para aliviar? Siomara España Muñoz responde: hacemos poesía para salvarnos en ruinas de los ojos. Confesiones, reconocimientos, provocadores esto soy, trae consigo la poesía de esta poetiza que pretende dejar señales como signos o evidencias: Que no se diga aquí no se fraguó el fuego…/ Que no se diga nunca se fue sin intentarlo / Porque caí mil veces ante el hondo / Transitar de las palabras. Lo propio de Siomara es el reencontrarse en el ser que se es, en un espacio desolado: Nada más fértil y más bello que la angustia / De la mano extendida en las esquinas.

Juan Carlos Miranda, poeta de acertijos, escribiendo poemas iba a estar cerca de dios y del diablo. Su poesía transita el hermetismo de la palabra que da cuenta de esferas íntimas, sin revelar la clave del secreto que encierran sus versos. Logogrifos inundan sus metáforas, como en un mar de escombros al cabo de un naufragio: alacranes pardos / los silabarios / nunca la noche / duró tanto / trovadores no se lamenten / nadie gana en un certamen de poesía.

Aleyda Quevedo Rojas, propone en un viaje hacia sí misma, que sea la poesía una operación matemática, limpia, exacta. Y esa condición plasma en una actitud poética de soledad, libertad y precisión a la hora de hacer poesía. Aleyda sugiere una inteligencia pasionaria. Epigramática su poesía de versos rítmicos, habla de estados de pasión. Poesía desde sí misma sobre sí misma, busca la tautológica definición: Limpia estoy vuelta promesa  / Brillante y sola para entregarme a ti. En otro verso indaga: ¿Quién soy?  Quizá este cuerpo encendido / Que aún guarda tus huellas en los pliegues.

Juan Secaira, poeta del desencanto, el descrédito de lo circundante es lo suyo: Encontrar la belleza en eso que dicen fealdad. ¿Un antipoeta, que acorrala al verso en su propia antítesis?: Como un calambre fue la felicidad / Imprevista reacción del espíritu ante la eventualidad del diario vivir. Su poesía es la de un vaticinador de antípodas de aquello que no llega a ser: La vida nos lleva / Víctimas no somos / Solo extraños. En otro verso vaticina: Nadie más tocará nuestra sangrante belleza enajenada, violada y dispuesta  a escabullirse.

Frente a estas seis poéticas quedamos convencidos de que el argumento más importante en el arte es el que no se puede explicar. El libro que recoge sus versos no es una obra premeditada, arquitectónicamente hecha. Es un soplo esencial de vida que intenta persuadirnos de que la poesía es la búsqueda de una emoción a través de la palabra. Según la proposición de Ezra Pound, que los seis siguen al pie de la letra: No escribas nada que no le dirías a cualquiera, en cualquier circunstancia, con la conmoción de una emoción.