Por Leonardo Parrini
Asistir a un recital colectivo
de poesía en un mundo de comunicaciones virtuales, discursos parafrásticos y
simulaciones electrónicas es, en definitiva, una tentativa que bordea la
más flagrante utopía. Significa volver a recobrar la fe en la palabra que busca
la emoción, como condición poética esencial.
En el Recital de poesía Seis, poetas, seis voces, seis poéticas, asistimos
a la escucha de seis voces al unísono,
cada cual dando cuenta de lo suyo, con un denominador común y, al mismo tiempo,
extraordinario. ¿Cuál? Poner distancia rotunda al repertorio del simulacro -
moneda corriente de un mundo de apariencias - para ir de bruces al fondo esencial
de las realidades circundantes y, de las otras, las introspectivas. El tono
destellante, la connotación transparente y la luminiscencia fugaz de cada verso
se tornan perennes en el instante poético de este texto colectivo que “supera el racionalismo del discurso que
busca limitarlo”, como diría Juan Secaira.
El volumen que recoge estas
seis consonancias poéticas lleva un título sutil, De la ligereza o velocidad que también es perfume. Una obra que, según citó
Jorge Dávila Vázquez en su presentación: “Nos
acerca con este libro de complicidades a la trashumancia y permanencia del ser
contemporáneo que somos”.
Una poesía de servicio
público, artículo de primera necesidad que se esfuerza por llegar a ser de
consumo masivo, porque refuerza el poder comunicativo de la palabra dicha desde
la intimidad vivencial del poeta, de carne y hueso, en complicidad con el
lector.
Cuando la poesía se ha vuelto
escasa en un mundo de espacios globalizados, de utopías caídas y discursos pretenciosamente
racionalistas que escatiman una respuesta a lo esencial del ser humano, emergen
estas voces suscitadoras, con más dudas que certezas. Retornamos a través suyo al
estado primigenio del arte: el gesto que acerca el hombre a sí mismo y le
devuelve el ser en estado originario, desde él y hacia él.
Seis voces, seis
poéticas
En esta tentativa de factura
colectiva hallamos altísona la voz de Marialuz Albuja Bayas, poetisa del
desarraigo: Como una perra que ha perdido
el rumbo, nos habla de su extravío. Padre, me has desterrado / Voy en busca de un
lugar para quedarme. Poesía que da cuenta de pretéritos sin futuro, sin la
promisoria algarabía de la fe: Y no
importa que ya nadie sepa de nosotros pues el absoluto es hoy, y en su fuego de
relámpago brillamos.
Convencido de que la memoria es un traqueteo perdurable, Javier
Cevallos Perugachi va a la búsqueda del
reflejo de la ciudad primigenia en todas las ciudades, para darnos una poesía
de reminiscencias ancestrales que escarba, - cual arqueólogo - entre escombros
de un pretérito presente. Trashumante poeta de movilidad geográfica y
espiritual, Cevallos, propone que todo
traslado es ilusión, el viaje va acumulando trazos.
¿Se escribe para aliviar? Siomara
España Muñoz responde: hacemos poesía
para salvarnos en ruinas de los ojos. Confesiones, reconocimientos,
provocadores esto soy, trae consigo
la poesía de esta poetiza que pretende dejar señales como signos o evidencias: Que no se diga aquí no se fraguó el fuego…/
Que no se diga nunca se fue sin intentarlo / Porque caí mil veces ante el hondo
/ Transitar de las palabras. Lo propio de Siomara es el reencontrarse en el
ser que se es, en un espacio desolado:
Nada más fértil y más bello que la angustia / De la mano extendida en las
esquinas.
Juan Carlos Miranda, poeta de acertijos, escribiendo
poemas iba a estar cerca de dios y del diablo. Su poesía transita el
hermetismo de la palabra que da cuenta de esferas íntimas, sin revelar la clave
del secreto que encierran sus versos. Logogrifos inundan sus metáforas, como en
un mar de escombros al cabo de un naufragio:
alacranes pardos / los silabarios / nunca la noche / duró tanto / trovadores no
se lamenten / nadie gana en un certamen de poesía.
Aleyda Quevedo Rojas, propone
en un viaje hacia sí misma, que sea la poesía una operación matemática, limpia, exacta. Y esa condición plasma en
una actitud poética de soledad, libertad
y precisión a la hora de hacer poesía. Aleyda sugiere una inteligencia
pasionaria. Epigramática su poesía de versos rítmicos, habla de estados de
pasión. Poesía desde sí misma sobre sí misma, busca la tautológica definición: Limpia estoy vuelta promesa / Brillante y sola para entregarme a ti. En
otro verso indaga: ¿Quién soy? Quizá
este cuerpo encendido / Que aún guarda
tus huellas en los pliegues.
Juan Secaira, poeta del desencanto, el descrédito
de lo circundante es lo suyo: Encontrar
la belleza en eso que dicen fealdad. ¿Un antipoeta, que acorrala al verso
en su propia antítesis?: Como un calambre
fue la felicidad / Imprevista
reacción del espíritu ante la eventualidad del diario vivir. Su poesía es
la de un vaticinador de antípodas de aquello que no llega a ser: La vida nos lleva / Víctimas no somos / Solo
extraños. En otro verso vaticina: Nadie
más tocará nuestra sangrante belleza enajenada, violada y dispuesta a escabullirse.
Frente a estas seis poéticas quedamos convencidos de que el
argumento más importante en el arte es el que no se puede explicar. El libro que recoge sus versos no es
una obra premeditada, arquitectónicamente hecha. Es un soplo esencial de vida
que intenta persuadirnos de que la poesía es la búsqueda de una emoción a
través de la palabra. Según la proposición de Ezra Pound, que los seis siguen
al pie de la letra: No escribas nada que
no le dirías a cualquiera, en cualquier circunstancia, con la conmoción de una
emoción.