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E c u a d o r - S u d a m é r i c a

lunes, 25 de febrero de 2013

EL MICHE, AGITADOR DE LA RISA


Por Leonardo Parrini

En el lugar menos humorístico del Parque El Ejido en Quito, junto al monumento que evoca el crimen a Eloy Alfaro, arrastrado y quemado por hordas conservadoras a comienzos del siglo XX, Carlos Michelena se instala, en hemiciclo popular, rodeado por dos a tres centenares de espectadores a realizar sus sátiras contra el establishmen criollo.

Desde sus sketches con toque de humor callejero, Michelena recrea la cotidianidad del hombre y la mujer que se multiplican en un anhelo popular común, con personajes variopintos y únicos, cuyo símil es la base blanca de maquillaje en el rostro y la sonrisa, burlesca e irónica, con la que increpa a personajes típicos de la sociedad y de la política locales.

El Miche no es un bufón moderno, porque hostiga al poder y no se adapta a él, no tiene santos en la corte ni acceso a los intricados vericuetos palaciegos. Michelena es el desacreditador de la esquina, el aguafiestas y, a la vez, sacralizador de verdades marginales, un outsider underground, dicho es español, un disidente del sistema con oficio de hacedor de teatro callejero.

Quien busca al niño metido en el pellejo del cómico, no lo encuentra porque la infancia de Carlos Michelena fue el contrapunto de una vida edulcorada. No deja de ser irónico que el muchacho caramelero que vendía dulces frente a la Maternidad Isidro Ayora, lleve el estigma amargo de un padre que maltrataba a su madre, en un hogar donde la miseria era parte endémica de las costumbres familiares.

Su padre, zapatero de barrio y su madre, vendedora de caramelos, no pudieron darle mejor referente que carencias materiales y espirituales que marcaron su infancia. Michelena pasa la primera etapa de su infancia  en la calle Elizalde, luego sus padres se trasladan al barrio El Dorado, posteriormente instalan su hogar en una mecánica, frente a la maternidad Isidro Ayora.  Alli hace sus primeros pinitos vendiendo dulces y nunca termina la escolaridad. A los 15 años, impulsado por su propia inquietud, asiste como oyente a la Escuela de Arte Dramático de la Casa de la Cultura, y se convierte en utilero de la compañía Teatro Ensayo. Recorre algunos escenarios locales con grupos teatrales setenteros, pisa tierra firme en el elenco de Malayerba y, finalmente, se afinca en  el grupo Teatro de la Calle del que fue su director.

Pero el Miche no es actor de tablas, sino de asfalto y gramilla. Su principal escenario es la calle, parques y plazas donde sostiene un encuentro coloquial y cotidiano con el transeúnte que va, viene y se identifica con un comediante de mil rostros. En sus 40 años de trayectoria como teatrero alternativo, el Miche ha sido arrestado o encarcelado bajo regímenes intolerantes –Borja y Febres Cordero- por alusiones críticas a sus gobiernos. Como actor callejero transita el arte de masas y el arte popular, pasando de un andarivel a otro en la sátira de personajes de medio pelo y pelucones de la política criolla. Este quehacer le valió el premio Orden al Mérito Artístico, otorgado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana.

Michelena entiende el humor como la forma de ser de un pueblo libre, sin ataduras ni dictaduras. Su espectáculo presentado los martes, jueves y viernes en el parque El Ejido, son activaciones histriónicas que incluyen cambios de vestuario frente al púbico, maquillaje y calentamientos en la vía pública. Para el Miche la tramoya es al aire libre y los linderos de sus escenarios coinciden con la imaginación del público, a la que el actor reclama constante complicidad.


Teatro crítico

Ya en lo intrínseco de su arte, Michelena es el actor de la posmodernidad que muestra las entrañas de un montaje que consiste en hacer “teatro crítico”, ese que “afea y daña la ciudad”, según las ordenanzas municipales.

Michelena encuentra en su pasado ríspido la fuerza que se necesita para hablar a la gente en su propio idioma de necesidades y anhelos sin respuestas. Por eso dice identificarse con la gente del parque que le exige su propia lógica, porque si no te involucras en los códigos callejeros, te marginan, te botan. Carlos Michelena aprendió ese código en cantinas, antros y cárceles, donde el alcohol y las drogas son la chispa que enciende los motores para evadirse de esta chata realidad.

Michelena nunca evadió esos ambientes, por el contrario, se inmiscuyó y evitó por todos los medios mantenerse al margen de esa marginalidad de seres solitarios, fracasados, anhelantes, castigados y nunca redimidos por una sociedad que los condenó sin sentencia, y que vende la “suposición de que el artista es alguien superior, sublime, por sobre los demás”.

Hay que vivir como uno piensa, sentencia Michelena: Nosotros somos underground, contestatarios, -ha dicho- no creemos en la esencia del Estado como tal, somos cuestionadores de cómo se impone una forma de vida a los seres humanos. El anarquismo cuestiona al poder y busca un tipo de comportamiento anexo al sistema. En cambio, los underground lo que hacemos es buscar una forma de vida distinta de libre pensador bajo el influjo del yoga, los mantras y la filosofía oriental que nos de calma interior. A partir de allí, el Miche construye el andamio de su humor con materiales sarcásticos, alternativos.

Humor posmoderno

Jean Baudrillard se refiere al fenómeno humorístico y su relación con la cultura postmoderna, como estrategias irónicas. En Michelena estas estrategias están definidas desde la marginalidad, el bajo fondo, las entrañas mismas del monstruo social que condena a la discriminación a las mayorías, y son ejecutadas como una actitud crítica, a través de la burla y el ridículo, como mecanismos de control y contradicción social. A esto se suma un sustrato de desencanto, precisamente, acuñado en el pasado de privaciones del actor y que fermentaron la levadura de descredito de la realidad y de rebeldía que le caracteriza. El humor de Michelena se funde a la cultura de una sociedad posmoderna que pierde la fe en la razón, y por lo mismo se vuelve lúdica. 

El rechazo humorístico de Michelena se manifiesta en toda la línea de fuego contra el discurso social imperante y su fracaso en cumplir promesas que legitimaban el orden de las cosas. Michelena, en la representación histriónica de sus personajes, antepone un relato cotidiano cargado de sentido común, contrapuesto a las grandes elucidaciones y totalizaciones del discurso político o académico. George Ritzer apunta que ese discurso humorístico de la posmodernidad enfatiza la emoción, los sentimientos, la intuición, la especulación, la experiencia personal, la magia y el mito, por sobre el discurso científico que ya no dio respuesta a las interrogantes del hombre. Michelena apunta con certera eficacia a un auditorio frente al cual la fórmula de humor es eminentemente emotiva, de fácil flujo entre el comediante y su público. Y agrega un elemento propio de su entorno social: la marginalidad. Los personajes y los públicos del Miche son marginales por exclusión y doctrina. Este es un rasgo característico de la cultura posmoderna que apunta a la periferia de la sociedad más que a su centro.
 
Guilles Lipovetsky ha definido a la sociedad posmoderna como “fundamentalmente humorística”. La ausencia de fe, el neo-nihilismo que se va configurando en la posmodernidad no es ateo, se ha vuelto humorístico, señala en su texto La Era del vacío, que hace referencia a las conmociones que vivimos en la sociedad contemporánea. La incredulidad de nuestro tiempo supone desesperar de la capacidad del hombre para influir en la solución de los problemas de la especie humana. El rol del humor consiste hoy en la tarea de disolver la oposición entre lo cómico y lo ceremonial, entre lo serio y lo que no lo es.

Hasta antes de la sociedad posmoderna el humor buscaba resaltar lo grotesco y rebajar, ridiculizar e injuriar. En seguida evoluciona hacia lo divertido, la fábula, la caricatura y el vodevil, alejándose de la tradición grotesca. En la actualidad el humor ya no es patrimonio popular, generalizado, impersonal como lo era antes. El humor es herramienta para atacar los residuos del pasado que amenazan con poner freno al reluciente vehículo del progreso, lo cómico ya no es simbólico, es crítico. En la posmodernidad la comicidad instrumental desaparece a favor de un humor hedonista, de puro goce, que busca el placer como principio esencial.

Las siguientes palabras de Lipovetsky, bien definen el humor de Michelena: “El humor de masas no se fundamenta en la amargura o la melancolía: lejos de enmascarar un pesimismo y ser la cortesía de la desesperación, el humor contemporáneo se muestra insustancial y describe un universo radiante”. El nuevo héroe no se toma en serio, desdramatiza lo real y se caracteriza por una actitud maliciosamente relajada frente a los acontecimientos, concluye Lipovetsky. El humor en la época posmoderna, visto así, exige espontaneidad y naturalidad, y eso es exactamente lo que hace Michelena.

El humor posmoderno, provocado por el fracaso de los intentos pasados de dominar el mundo por medio de la religión y de la razón, es en realidad una última herramienta, si no de dominio, de control. Una forma de mantener a raya el abismo nihilista. Ante la dificultad de echarnos a reír, de salirnos de nosotros mismos, de sentir fluido entusiasmo, de entregarnos al buen humor, reconocemos en Carlos Michelena al agitador de la risa en medio de la grisácea opacidad de nuestra época.

sábado, 23 de febrero de 2013

EL VATICANO, LA CORRUPCIÓN Y LA CREDIBILIDAD PERDIDA


 Por Leonardo Parrini

Cuando alguien te ha decepcionado una vez, pierde toda credibilidad, afirma Jaione. Esa, acaso, sea la sensación que aflige a los católicos ante los desvaríos denunciados y atribuidos a miembros de la Iglesia apostólica romana y del Vaticano. Luego de la renuncia del Papa Benedicto XVI, la prensa italiana destapó un resumidero que, sin duda, huele mal. El periódico La Reppublica y la Revista Panorama se hicieron eco de la apremiante situación que atraviesa la Iglesia Católica por denuncias de corrupción y escándalos sexuales entre sus miembros. El informe fue redactado por los cardenales Josef Tomko, Salvatore De Giorgi y Julián Herranz, los mismos que están impedidos de ser electos Papa en el Cónclave que elegirá al sucesor de Benedicto XVI.

Revelando una fuente próxima a uno de los cardenales, La Reppublica aseguró que todo gira en torno a la observación del sexto y séptimo mandamiento: no cometerás actos impuros y no robarás, respectivamente. El informe ultra secreto denuncia, en 300 páginas, la trama de corrupción, sexo y tráfico de influencias existente en el Vaticano. El Papa recibió el informe que se refiere al "lobby gay" en el Vaticano, el 17 de diciembre; y, en su demoledor contenido, se enteró de “las luchas internas por el poder, malversaciones económicas y relaciones homosexuales dentro de los muros de la Santa Sede”. 

Los autores de la investigación “recomendaron al Papa dimitir para que el Cónclave elija a un Sumo Pontífice más joven y enérgico que se encargue, no sólo de dirigir al Vaticano, sino que se haga cargo de una limpieza a fondo”. La conclusión de la prensa italiana es obvia: las razones de la renuncia papal nada tienen que ver con su estado físico, sino con su estado espiritual, agobiado por los chantajes contra clérigos del Vaticano, responsables en tráfico de influencias y favoritismos homosexuales.

Cardenales indeseables

En un llamamiento desesperado, el portavoz oficial del Vaticano, Federico Lombardi instó a los medios de comunicación “a informar con mesura sobre todo lo que acontece en la Iglesia católica, y aludió a los que hacen una presión inaceptable para condicionar el ejercicio a votar por uno o por otro miembro del Colegio de cardenales, considerados indeseables por una razón o por la otra".

La lista de “indeseables” ya es pública y la encabeza el cardenal y ex arzobispo de Los Ángeles Roger Mahony, acusado de haber encubierto 129 casos de abusos sexuales cometidos por  sacerdotes, frente a lo cual la asociación estadounidense Catholics United, ha solicitado que el purpurado no participe en la elección del nuevo pontífice. Representantes de las víctimas de curas pederastas, como Kristine Ward de la National Survivor Advocates Coalition, pidieron al Vaticano que impida la participación de Mahony, suspendido de sus funciones en la archidiócesis de Los Ángeles por el arzobispo José Gómez.

La lista de “los impresentables” continua con el cardenal norteamericano Justin Francis Rigali, imputado de no esclarecer acusaciones de pederastia contra 37 sacerdotes. Incluye también al cardenal Godfried Danneels, acusado en Bélgica de participar del encubrimiento de curas abusadores de menores, situación demostrada luego de que la policía secuestró el computador del religioso donde habría encontrado las pruebas. En la Irlanda católica, el cardenal Sean Brady fue implicado en centenares de casos de abusos a niños y niñas durante décadas en instituciones religiosas, como orfanatos, escuelas y parroquias. 

A estos expedientes se suman los escándalos del cardenal australiano George Pell, acusado por asociaciones de víctimas de haber guardado silencio, así como el caso del cardenal mexicano Norberto Rivera Carrera, acusado por el Tribunal Supremo de Los Ángeles de haber encubierto a un cura que abusó de más de un centenar de menores en Estados Unidos y México. Rivera Carrera habría protegido, desde 1997, a Marcial Maciel, pedófilo en serie y fundador de los Legionarios de Cristo, al punto de abusar de sus propios hijos ilegítimos. 

Los tentáculos de la corrupción de Maciel alcanzan a otros religiosos, como el cardenal polaco Stanislaw Dziwisz (secretario personal de Juan Pablo II), el esloveno Fran Rodé y el argentino Leonardo Sandri, de quien la prensa asegura que estaba al tanto de la “doble vida de Maciel”. Como si fuera poco, un posible sucesor del Papa renunciante, el cardenal de New York, Timothy Dolan, ha sido llamado a declarar en una investigación sobre violaciones.

Los fieles durante décadas han dado credibilidad a las versiones de la Iglesia Católica, en el sentido de que “los sacerdotes pederastas eran pocos y se trataba sólo de casos aislados”, pero esa credibilidad se resquebrajó cuando los documentos comenzaron a mostrar la extensión del escándalo y, sobre todo, cómo los dirigentes católicos trataron de encubrirlos a cualquier precio. Y ese precio no ha sido pelo de cochino. En el año 2007, la Iglesia católica estadounidense indemnizó con 660 millones de dólares, tras alcanzar un acuerdo extrajudicial, a más de 500 víctimas, además de tomar acciones inmediatas para evitar mayor escándalo, trasladando a los curas culpables silenciosamente a otras diócesis.

No obstante el silencio encubridor, la pléyade de pedófilos y pederastas de la iglesia católica es ineludible e incluye al Párroco de Louisiana, Gilbert Gauthe, encontrado culpable en 1965 de onces casos de abuso a menores. En 1993, Dallas Rudolph Kos, condenado por abuso a niños, en esa ocasión la diócesis pagó 31 millones de dólares a las víctimas. El año 2004, en Argentina, la iglesia revela una lista de más de 4 mil sacerdotes inmersos en escándalos sexuales en 5 décadas, periodo durante el cual se reportan más de 10 mil menores abusados. En ese país latinoamericano fue condenado a 15 años de cárcel el sacerdote Julio Cesar Grassi, implicado en 5 casos de abuso sexual a menores de la Fundación Niños Felices que él dirigía. Y la guinda del pastel: en el año 2010, el periódico norteamericano New York Times, revela que en los años noventa, el entonces cardenal, Joseph Ratzinger -actual Papa renunciante- no dio lugar a investigar más de 200 denuncias de abuso sexual contra Lawrence Murphy. La prensa, no en vano concluye, que el informe de los cardenales “empujó al Benedicto XVI al abismo”.

Danza de los millones

No sólo escándalos sexuales estremecen los cimientos del Vaticano, sino además tráfico de influencias y corrupción financiera que habría sido cometida en el banco del vaticano. Estos hechos quedaron al descubierto luego de que se filtraran los Vatileaks, o documentos secretos, entre los cuales constan cartas enviadas al Papa, el 2012, por Carlo María Vigano, Jefe de gobierno de la Ciudad del Vaticano en las que denunció corrupción y despilfarro. La filtración de documentos apunta a la jerarquía del Vaticano, incluyendo “los esfuerzos para derrocar al secretario de Estado, Tarcisio Bertone, una figura divisiva”. Los reveladores documentos, robados y difundidos por el mayordomo del Papa, Paolo Gabriele, suman unas cien cartas reservadas de Benedicto XVI. El empleado fue arrestado el 23 de mayo pasado en su casa ubicada al interior del Vaticano, la que fue allanada por gendarmes especiales que encontraron cientos de “documentos sensibles”. 

Al día siguiente de ese arresto cayó otro importante hombre del Vaticano: Ettore Gotti Tedeschi, Jefe del banco del Vaticano (IOR), despedido y acusado de mala gestión e indiscreciones vinculadas a las filtraciones de información relacionada “con la existencia de grupos que están sujetos a chantaje por su homosexualidad, y a otros que usan multimillonarios recursos para cubrir sus propios intereses”. Y los intereses mantenidos a buen recaudo en la institución financiera de Vaticano son ingentes: 5.000 millones de euros, distribuidos en 34.000 cuentas corrientes. Al banco del Vaticano sólo pueden acceder miembros del clero, órdenes religiosas, diplomáticos y asistentes del pontífice. Entre sus clientes figuran 1.660 obispos, 2.700 congregaciones, 2.000 diplomáticos y 1.610 monjas.

Gianluigi Nuzzi, autor del libro "Las cartas secretas de Benedicto", manifiesta que "si consideramos que esos documentos se refieren a episodios poco claros, opacos de la historia de la Santa Sede, a  enfrentamientos de poder, a corrupción, sí creo que tuvieron que ver en la renuncia del Papa. Mostraron la situación en la que se encuentra la curia romana que no vivió la reforma esperada por el mundo católico".  

La última decisión importante que tomó Benedicto XVI, antes de abandonar el cargo, fue hace pocos días con el nombramiento del nuevo jefe del banco del Vaticano, el alemán Ernest von Freyberg, de 58 años, nombrado presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR). Pero al parecer la decisión papal no fue del todo aceptada, puesto que, Von Freyberg, en la actualidad es presidente del Grupo Blom+Voss, empresa de Hamburgo especializada en construir buques, y hasta hace un tiempo fabricante de armas. El portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, aclaró que “el nuevo presidente del Instituto para las Obras de Religión (Banco Vaticano) no es un fabricante de armas porque la empresa que dirige ya no se ocupa de ese sector”.
  
Credibilidad perdida

Nuestra investigación establece que en el sitio web Secretetum Meum Mihi, especializado en temas eclesiásticos, el Vaticano lamentó “las falsas informaciones” difundidas por la prensa sobre “una trama de corrupción, tráfico de influencias y sexo en la Curia Romana con el objetivo de influenciar a los cardenales que participarán en el Conclave para la elección del futuro Papa”.

La defensa del Vaticano, acaso demasiado tardía, cae en el vacío. Carl Segan señala con razón que la credibilidad es independiente de que alguien tenga razón. Uno puede acertar, pero no ser creíble. Lo importante es que “si creemos sin más, estamos sometidos a un peligro incalculable”.

El Vaticano cambiará de huésped los próximos días y como todo lo relacionado con su entorno, está regido por el más férreo hermetismo, al punto que los cardenales electores están amenazados de excomunión, si cometen pecado de infidencia y se sienten tentados a escribir detalles de la elección papal en Twitter. La propia cuenta de Benedicto XVI -Pontifex, oficial de Twitter-, que tiene dos millones de seguidores, será cancelada este fin de mes. No por casualidad el Cónclave que elige al Papa, proviene del latín cum clavis o bajo llaves, y se lo realiza en absoluto aislamiento del mundo en la Capilla Sixtina, dentro del complejo del Vaticano.  

El teólogo disidente suizo Hans Küng no tiene esperanzas de que en el próximo Cónclave salga elegido un Papa reformista para suceder a Benedicto XVI: "Los conservadores tendrán cuidado de no elegir un Papa que se convierta en una especie de Gorbachov católico", dijo el teólogo suizo.

En el Vaticano alguien va a pecar. Es una posibilidad que aún no se cierra herméticamente, como las puertas de la Santa Sede. La credibilidad es como la virginidad, -que tanto preocupa a los sacerdotes-, una vez que se pierde ya no se recupera. Mientras investigaba este tema, una anciana católica, ferviente en su fe me confesó sus anhelos: Es de esperar que esta vez cuando anuncien el consabido Habemus Papa, salga humo blanco de la chimenea del Vaticano, en señal de pureza, y no humo negro que delate la descomposición moral que hierve en su interior.

viernes, 22 de febrero de 2013

EN CADA AEROPUERTO UN AMOR


Antiguo aeropuerto de Quito 
Por Leonardo Parrini
 
Los marineros tienen en cada puerto un amor, dice un adagio poético. Parodiando la frase reconozco que, al menos, yo tengo en cada aeropuerto un afecto, en el de Santiago de Chile y en el viejo terminal aéreo de Quito.

Entrados los años ochenta mi madre me visitaba con frecuencia en Quito y lo hacía en los pintorescos aviones de Ecuatoriana de Aviación, tropicalísimamente pintados de mil colores, como para no extraviarlos de vista nunca entre las nubes quiteñas, las más bellas del mundo. Precisamente tengo la imagen del viejo Boeing de la flota ecuatoriana surcando el cielo de Quito un sábado glorioso que recibí a mi madre por primera vez en mi hogar quiteño. El arribo estaba programado para las 13h30 y, retrasado a la cita, pude ver la aeronave cruzar el Parque de La Carolina cuando aún estaba a varias cuadras de la pista del aeropuerto Mariscal Sucre.

Era un día soleado y la nave destelló con un brillo tan intenso, como la emoción de saber que en ese avión llegaba mamá. Ya en la sala de arribo internacional reconocí la figura de mi madre, rodeada de maletas y bolsos de mano llenos de regalos y de ese vino tinto, cabernet sauvignon chileno con el que pretendo un día despedirme de este mundo con el corazón en bandolera. Mi madre, de pie junto a la reja de salida, era la imagen misma de la seguridad extraviada en la infancia. Allí estaba esa mujer de potente figura que te disipa los temores ante la vida. Allí, ese día aprendí, por qué mis más intensos afectos filiales están ligados al viejo terminal aéreo de Quito.

Las estadías de mamá en nuestro hogar quiteño activaban un pulso de tiempo medido en horas de dicha, en minutos de algarabía, en días compartidos entre el ir y venir de un lado a otro de la ciudad y del país. Era época de los mangos maduros, sus preferidos. Días de  paseos dominicales al santuario de Guápulo y caminatas por el parque El Ejido, hasta que un tiempo inexorable marcaba la hora de su partida. Entonces, nuevamente, el aeropuerto de Quito era el escenario de estremecedoras emociones ante la incertidumbre de no saber si volvería a verla y la ansiedad por las turbinas encendidas, como el corazón a punto de volar con ella a Santiago. El llanto ahogado en la garganta y la escena de siempre: ella, mi madre, desapareciendo detrás de los filtros de seguridad con maletas ahora llenas de recuerdos del viaje. Siempre sus últimas palabras eran de aliento, con esa convicción que te dan los afectos, con ese anhelo con que enfrentamos el futuro como un desafío. Yo trataba de imaginar la vida en espacios cotidianos después de esos adioses dolorosos, sin pensar en el futuro, porque entonces se volvían augurios premonitorios de ausencias definitivas. Al día siguiente de su partida solíamos hablar por teléfono, como si nada hubiera pasado y nuestras vidas transcurrieran en un día a día compartido, sin contar los cinco mil quinientos cincuenta kilómetros que separan la capital chilena de la ecuatoriana.

El último adiós

En el año 2006 mi madre me pidió que la visitara en Santiago para arreglar ciertos asuntos de herencias. Acudí a su llamado a la brevedad posible, como el preludio de la despedida final. 

Durante los dos meses que permanecí en su casa mantuvimos largos conversatorios, en los que revisamos el tiempo perdido. Una tarde, mi madre sentada ante una pequeña cámara de video, me dijo: Me fallaste, te fuiste y no regresaste más. Me hubiera gustado tenerte cerca, si no aquí en casa, al menos cerca en esta ciudad. Por eso odio a Pinochet, porque por ese viejo salvaje te fuiste y te perdí como hijo. Yo la observaba a través del visor de la cámara, sin mover un músculo, y le respondí: No me has perdido, mamá, estoy aquí y siempre me has tenido, en la distancia. Mentira. La distancia es la forma perfecta de perder lo que amamos. Es la sentencia irredarguible de que ya no volveremos a ser los mismos. La distancia, terrenal o temporal, es un veredicto de ausencia y olvido. Esa entrevista grabada con mi madre debió ser un corto metraje, pero aún permanece inédita como un signo insuperado.  

Al cabo de dos meses en Chile, en agosto de 2006, regresé a Quito. La tarde que mamá me despidió en el aeropuerto de Santiago le tomé la última fotografía sentada en su silla de ruedas, mientras su rostro lucía un gesto de indescriptible amargura y tristeza. Tuve la certeza, como un rayo, que no volvería a verla. Besé su rostro tibio y húmedo de lágrimas y le dije que la amaba. Caminé hacia el filtro de seguridad y antes de perderla de vista me detuve, gire y disparé mi cámara. El resultado es la fotografía más dolorosa que he tomado en mi vida: la última imagen de mi madre, perdiéndonos para siempre. Dos años después, ella murió de infarto cerebral un 24 de febrero del que hoy se cumplen cinco años.

Corrijo el inicio de esta narración: no tengo un amor en cada aeropuerto, sólo hay uno fundido a los rotundos afectos de mi vida. Hoy que el viejo aeropuerto de Quito ha cerrado sus puertas, he regresado a sus instalaciones a buscar la imagen de mi madre arribando alegre a Quito. Vital, entera como una promesa que borre de mi memoria para siempre ese instante infinito en que tomé la fotografía del postrimero adiós al ser humano más importante, ese único amor evocado entre dos aeropuertos inolvidables.