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jueves, 4 de abril de 2013

LA POESÍA Y UNA ÉTICA AMBIENTAL


Leonardo Parrini

La frase pronunciada estos días corren vientos de guerra, resulta una premonición terrible y un contrasentido, puesto que la naturaleza aun en presencia de la muerte, fluye hacia la vida. En otras palabras, es contra natura que lo social sople vientos de muerte a lo natural.

¿Existe un pensar ético frente a la naturaleza que supere a los romanticismos que priorizan lo ecológico por sobre lo social? Definitivamente sí. Hay una mirada, desde una nueva moral conservacionista, que permite repensar nuestra relación con el ambiente natural surgida de una premisa del pensamiento de un personaje conocido en el Ecuador: Charles Darwin. El naturalista británico arribó a las Islas Galápagos el 15 de septiembre de 1835, luego de una larga travesía a bordo del bergantín Beagle proveniente de la Patagonia, en el extremo sur de Chile, donde inició la observación que lo llevó a plantearse el génesis de la vida en el Origen de las Especies.  

En medio del exuberante bosque conífero chileno, Darwin dio a luz dos metáforas que sintetizan su pensamiento respecto de la naturaleza y la bio diversidad que en ella habita. El árbol de la vida que simboliza el parentesco de todos los seres vivos que pueblan el planeta como una gran familia, en la que cada uno de nosotros podemos ser primos en millonésimo grado de seres de un pasado lejano, o en el presente, separados por inconmensurables distancias terrenales. Este parentesco nos hermana entre congéneres de una especie común y nos llama a conservarnos y defendernos de la extinción como especie.

La otra metáfora darwiniana es la red de la vida, según la cual coexisten comunidades biológicas interconectadas en una sola trama natural en los ecosistemas. A partir de alli, debemos asumir una actitud fraternal e integradora con los demás seres vivos que conviven en el planeta en una gran asociación. Idea por lo demás ecuménica, poética, que nos llama a confraternizar, en una nueva ética ambiental, con respeto y sentido de autodefensa de la vida. El ecólogo estadounidense Aldo Leopold, confirma la valoración darwiniana a la convivencia armónica de las especies: Los hombres somos sólo compañeros de viaje de otras criaturas en la odisea de la evolución, este conocimiento nos da un sentido de parentesco con otras especies, un deseo de vivir y dejar vivir. Esta premisa garantiza la sobrevivencia de la especie.

Habitar poéticamente el planeta

Las dos metáforas del texto darwiniano sirven de punto de partida al poeta chileno Cristian Warnken para interponer la idea de que “existe una mirada poética del hombre frente a la naturaleza”. La conservación de las especies depende de una decisión ética que emerge de esa poética. En la búsqueda del hombre, tras la respuesta que nos explique lo que somos, Warnken sugiere que hay un habitat poético del hombre en la tierra. El hombre habita poéticamente el planeta, dice, ejerciendo una ética amerindia, eco cultural, de reconexión con el habitat, que supone habitar lo inmanente. Esta forma de habitar, poéticamente, el planeta tiene relación con el ethos griego (morada), es decir, con la madriguera o casa del animal que compartimos. Somos habitantes del habitat compartido con otros seres vivos. Pero es la poesía, con su capacidad de cruzar mundos, reinos, especies y dimensiones, la que nos remite a lo más genital de la tierra.

-La poesía es la verdad, pero no la verdad instalada, dice Warnken, sino la verdad más profunda del hombre. En esta idea evoca al poeta Antonio Skarmeta que habla de la poesía como una nostalgia de las cosas que son nombradas por ésta en la metáfora. Y en ese decir poético, la poesía emerge de un pensar –no sólo de un sentir- que nombra las cosas esenciales de la vida. Platón -dice Warnken- cuando expulsó a los poetas de la República, por considerarlos sentimentales y que se dejaban llevar por los estados de ánimo, marcó la separación entre la filosofía y la poesía que empieza a caminar por extramuros. Es, precisamente, el encuentro de ambas miradas, que nos reencuentra con el habitat de manera poética.

 -Sueño cuando la ciencia y el arte vuelvan a abrazarse y encontrarse en esta separación que es artificial, dice Warnken. La única manera de que este planeta se salve, si unimos los fantásticos avances de la ciencia con el arte, concluye el poeta. Quien piensa, lo más hondo ama lo más vivo, esta afirmación resume el acto poético de concebir la poesía nombrando las cosas existentes por su nombré propio y no con generalizaciones.

La escisión entre ciencia y arte, nos impide valorar la diversidad biológica en un compromiso con la humanidad. Y, lo contrario, una visión poética de la naturaleza en el reencuentro de la ciencia con el arte, nos devuelve el sentido de comprensión del valor intrínseco de lo natural, representado por el árbol y su valor instrumental para la sobrevivencia de la humanidad. Confrontar la ciencia y la poesía otorga fuerza a la mirada que el hombre da a la naturaleza, sin embargo Warnken se muestra escéptico a que los acuerdos ecológicos, por sí mismos, vayan a cambiar la realidad porque la transformación es interior en cada individuo y viene dada por la experiencia. Es decir, es necesario que una nueva educación haga un viraje radical y nos acerque a las cosas, al contacto con lo material y natural. Un reaprendizaje que nos vuelva a una sabiduría adquirida en lo vivido y que nos proteja de las teorías que no separan de lo real, natural y biológico. En esa nueva ética ambiental, estamos llamados a vivir una opción existencial que nos inspire a respetar la vida, compartida poética y armónicamente con nuestros hermanos de planeta.

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