Por Leonardo Parrini
En las cortes feudales el
bufón hacía reír al rey a cambio de manutención, de una mesada en bienes que le
permitiera subsistir. Con una salvedad: las humoradas del saltimbanqui las
regulaba el monarca; si el rey reía, la corte ría, caso contrario, si el bufón
se salía del esquema con alguna ocurrencia que desagradara al soberano ponía en
riesgo su vida.
Bufones los hubo en la antigua
China, Egipto, en el Imperio de la India, Oriente Próximo, Imperio Romano,
África, América precolombina. Su nombre proviene del hecho que el bufón emitía un
sonido con la boca, como bufido, al recibir una palmada en la cara en sus
actuaciones cómicas. Su rol consistía, no sólo en el divertir a sus patrones,
sino también en el ofrecimiento de crítica y consejo expresados con ingenio. Su
función era el entretenimiento
y la diversión de los poderosos, a cuyo servicio estaban. En ese sentido, se
movían en una delgada línea entre la crítica y la obsecuencia.
Los bufones no tenían
inmunidad total, puesto que una diatriba o una mala sugerencia podía situarlos
como opositores al poder del rey. Los bufones tenían “poco que ganar por la precaución y poco que perder por la
franqueza, aparte de libertad, sustento, y de vez en cuando hasta la vida”.
Tenían la posibilidad de hablar la verdad, pero no eran una amenaza al poder;
se movían dentro del status quo, en ese sentido no eran revolucionarios porque
no trataban de destruir las estructuras políticas vigentes. Su posición era más
bien privilegiada, objeto de grandes favores oficiales. Aunque bufón y
sabiduría parecen opuestos, en esa época existía la noción del "tonto
sabio". El bufón era, en definitiva, un animador oficial de la corte. Su sentido político era catártico, aliviaba las tenciones políticas y sociales.
Sin bufones en la corte
En la actualidad los periodistas somos animadores, no sanadores, de la
sociedad postmoderna. Nuestras opiniones, ocurrencias y narraciones noticiosas
se constituyen en bufonadas o en apuntaciones críticas, según como cada
profesional entienda su función. Los librepensadores, periodistas
independientes o aquellos asalariados, tenemos en común la necesidad de
sobrevivir y mantener a nuestras familias, pero la bifurcación empieza en
hacerlo con dignidad o como bufones del poder.
Una sugestiva propuesta de campaña del candidato Rafael Correa propone
un subsidio “a los medios pequeños” que no alcancen a cubrir los montos en las
nóminas de periodistas, reporteros o cronistas a sueldo. En principio, la buena
intención oficial de mejorar la calidad de vida de los comunicadores aparece
loable, pero…El pero empieza y
termina en el hecho de que nadie con cinco sentidos se atrevería a morder la mano que le da de comer. La disyuntiva asoma, entonces, para los
periodistas entre la idea de ser subvencionados por el gobierno y ejercer una
profesión libre de presiones, objeciones y/o retaliaciones por salirnos de la
línea trazada por el subventor estatal.
Lucía Lemos, Decana Facultad de Comunicación de la Universidad Católica,
comparte esta preocupación: Es un arma de
doble filo. En principio se puede
pensar que está bien que los periodistas seamos mejor remunerados, esa es una
propuesta aceptable. Sin embargo, por otro lado, me preocupa que sea una medida
más de control, otra cortapisa.
La sana relación que debe existir entre los periodistas y el poder
-nótese que digo periodistas como profesionales, no medio de información como
empresa, porque esa es otra dinámica- supone una total independencia del uno
sobre el otro. Hace bien al poder oficial no tener bufones en la corte para
mantener la credibilidad y hace mejor a los periodistas mantenernos alejados de
palacio, en aras de esa misma credibilidad. La relación entre periodismo y
poder me pareció siempre incestuosa y sospechosa.
La intención de subvencionar a los periodistas puede ser vista bajo la
razón de que “los periodistas somos los
que denunciamos y damos a conocer a la opinión pública lo que está pasando. Una
de nuestras funciones es investigar, antes de dar una información”, según
el criterio de Lemos. La presunción entonces de que un periodista se
autocensure frente al poder al estar subvencionado por éste, no es una
exageración.
La materia prima del periodista independiente es la conciencia crítica,
y ese valor intangible no tiene un precio tangible, ni se transa en el mercado
de abalorios. Atrás quedó el tiempo de los bufones de corte. Hoy los
librepensadores, no necesariamente tenemos que ser tontos solemnes, pero
tampoco estamos obligados a dibujar sonrisas en boca del poder, porque esa
bufonada puede ser de mal gusto y mal vista por el pueblo, único destinatario
de nuestras acciones como profesionales de la palabra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario