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martes, 20 de agosto de 2013

UNA VISIÓN IDEOLÓGICA DE LA NATURALEZA


Por Leonardo Parrini

Una de las críticas más ácidas que se puede plantear a la ciencia es atribuirle rasgos ideológicos. Por la sencilla razón de que nos vendieron la idea de que la imparcialidad de la ciencia, por su carácter fáctico y positivista, garantizaba la realidad. La ciencia o las ciencias que surgieron en el modernismo, eran indiscutible criterio de verdad sobre los fenómenos de la naturaleza y de la sociedad. Todo lo que la ciencia tocaba se convertía en oro en polvo recién descubierto.

Así, transcurrieron los promisorios dos siglos iniciales del sistema capitalista, aupados por aires renacentistas burgueses, anunciadores del nuevo mundo que dejaba atrás la larga noche feudal. Se superaba un periodo en el que la fe ciega respondía al designio de los dioses y la brujería a la premonición metafísica que había imperado en la sociedad tras muros del feudalismo. Una sociedad monacal y agraria que impuso dogmas y pseudo verdades absolutas que fermentaron en la relación mágica, pero tortuosa, del hombre con la naturaleza. Convivencia humana con el entorno natural que estuvo marcada por el temor ante aquellos fenómenos geofísicos desconocidos e inexplicables. Creencias y suposiciones que se vinieron al suelo con la capacidad de ver más allá de la oscuridad medioeval.

La gran divisa de la ciencia fue, precisamente, su grado de certeza. Pero también su posibilidad de formulación hipotética sobre un futuro que se avizoraba con nitidez, bajo la mirada arrogante del método científico en su indagación de la realidad que desgarraba la telaraña ideológica impuesta por el oscurantismo religioso. La ciencia, hija de la observación natural, entonces descubrió lo orgánico en la estructura anatómica del hombre que reemplazó a Dios; y al teocentrismo, como núcleo del universo, por la visión antropocéntrica de la vida. El organicismo imperante en los albores del capitalismo, y luego proyectado sobre las estructuras sociales, no hizo sino confirmar la influencia de la ciencia sobre la ideología.

El fin de la ciencia

Pero la historia dio un giro y la ideología se tomó la revancha con la ciencia, extraviándola en la opacidad de esa niebla que lo envuelve todo. El discurso fáctico, la aproximación hipotética que todo lo comprueba, la proyección de futuro, el soporte materialista y dialéctico de la ciencia dado a las utopías que dejaron de ser sueños para convertirse en leyes de la historia, se derrumbó como obsoleto tinglado. Y la Modernidad dio paso a la Postmodernidad, ese trance de la historia en el que nos encontramos solos en el mundo sin dioses, pero también desprovistos del método certero y garantizado de la ciencia.

Sin embargo, la vida sigue su curso sin otros referentes y hoy el hombre retorna a una relación mítica con la naturaleza: la deifica y sacraliza y no la entiende ontológicamente, sino como una metáfora de un paraíso terrenal. No importa en la realidad de fondo la conservación utilitaria del entorno, sino su observación mística, bajo una mirada subjetiva y encantada por la fascinación ecologista que sólo ve entornos idílicos e intocables, inaprovechables e inexplotables, por tanto, sin beneficios para su usuario natural: el hombre.

La polémica que provoca la decisión estatal de explotar recursos naturales no renovables subyacentes en el Yasuní, mayor zona biodiversa del mundo, confirma el retorno de la ciencia a la ideología. Ratifica el romanticismo que caracteriza la mirada subjetiva sobre la naturaleza. Decreta el predominio de lo ideológico político, por sobre lo científico ecológico. Es ese el tenor del debate sobre Yasuní ITT, que no permite profundizar sobre el verdadero significado de este emblemático tramo de geografía amazónica. Tanto así, que en lugar de sugerir un foro nacional de rasgos más bien analíticos, se lanzan amenazas de plebiscito como si la simple opinión electoral de las mayorías transitorias –a favor o en contra de algo o de alguien- fuera suficiente criterio de verdad y garantía de razón. Más aun cuando se avizora que en ese ejercicio plesbicitario –no obstante, democrático- existe un alto grado de contaminación política coyuntural que, -cual parangón del bosque nublado selvático-, es opacidad de una niebla ideológica que lo envuelve todo impidiendo ver con nitidez la realidad.

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