Por Leonardo Parrini
Cada ser humano guarda
vivencias diversas con el agua. Es como decir que nadie se baña dos veces en el
mismo rio, ni camina dos veces bajo la misma lluvia. Mis evocaciones del agua
fluyen vertiginosas en la memoria como el vital elemento. Un torrencial
aguacero sobre los techos de Maruri, la calle nerudiana donde viví mis primeros
veinte años de infancia. Una ola coronada de espuma, en un mar gris bajo una
lluvia pertinaz en la costa chilena, mientras mi madre me sostiene en sus
brazos protectores. O la descomunal lluvia la tarde que dialogo con mi padre en el
huerto de la cabaña de madera en el barrio Macul, en Santiago de Chile.
Es que el agua puede
susurrarnos al oído múltiples nostalgias en sus murmullos. Esta semana que
conmemoramos el Día Mundial del Agua, vinieron a mi memoria las tantas evocaciones
que tengo del agua y su idioma de lluvia, cántaro y mar.
Y debieron ser, precisamente, aquellos
dialectos que contuvo en sus páginas el libro El idioma del agua, de Vicente Parrini. Un texto inédito que nunca
llegó a mis manos y que presumo escrito con la misma ternura de los textos de mi padre -que sí acompañaron mi niñez-, como Caracol, Infancia Robada, Había una vez, Camarada Océano o Relatos Prohibidos. Poemarios
y cuentos donde Vicente Parrini dejó fluir su mirada a una infancia sin
infancia, en su Tomé natal en el país del sur del mundo, sin otro norte que
invocar la justicia social en el Chile de los años cuarenta.
Tomé poética y telúrica
En Tomé sureña parcela marina el
agua es protagonista de sucesos notables, como el tsunami de
febrero del 2010 que arrasó la ciudad, luego de un terremoto. El origen de la palabra Tomé no está claro. Algunos señalan que proviene
del nombre de una planta ciperácea que abundaba en la zona, a la que los mapuches
llamaban trome, de nombre común
tagua-tagua o estoquilla, cuyas hojas se utilizaban para tejidos. Otra versión
indica que corresponde al nombre del cacique mapuche que gobernaba la zona a la
llegada de los españoles, el ulmén Lel Thonmé, quien es mencionado por Alonso
de Ercilla y Zuñiga, en su libro La Araucana. En el siglo XVIII Tomé se conocía como Puerto de
la Herradura, como aparece en el Mapa Geográfico de América Meridional
(1775) de Juan de la Cruz Cano y Omedilla. Cualquiera sea su origen, Tome,
emergió vinculada al agua como caleta de pescadores que luego devino en comarca
de tejedores de los mejores paños del país.
La lluvia y su alegoría de
cantos y cántaros es oriunda en la provincia de Concepción donde Tomé surge
como un enclave costero que desafía a un océano a ratos huracanado y a momentos
benigno de olas espumosas que besan sus playas apaciblemente. Allí Vicente
Parrini, cual lobo marino, cruzó la bahía nadando impulsado por formidables
brazadas.
En esas ribereñas latitudes el
poeta aprendió el torrentoso idioma del agua y sus dialectos de mar y lluvia. Y no es el idioma literal con que nombrar acqua, en el italiano que hablaba su padre, inmigrante florentino
venido a esas tierras al sur del mundo, no. Es el idioma que el poeta tradujo,
gota a gota, del rumor vital de un elemento que variaba de invierno a verano,
que lo acompañó en su infancia robada, como el mismo describe: "Fui un niño triste, con esa tristeza silenciosa, anónima,
temerosa, acurrucada en la neblina de mi espíritu. Vivíamos en un barrio de
casas achatadas y descoloridas, en un laberinto de calles tortuosas, donde eran
escasos los árboles y hasta el canto de los pájaros."
¿Qué me involucra al agua y su sinfonía vital? Su imprescindible presencia cuando vierte cantarina rio abajo, precipita vertiginosa en cascadas, o desborda amenazante
sus cauces naturales y fluye como metáfora de la vida misma. Cuesta imaginar que
el agua pueda desaparecer de un planeta, mal llamado Tierra, que contiene en el
setenta por ciento de sus cuencas el vital líquido salino y dulce. Y de ser
así, invocamos la custodia del agua como condición sine qua non de nuestra propia existencia.
Y a esta hora de
evocaciones, quedamos escuchando el idioma del agua en los versos nerudianos: Estoy mirando, oyendo, con la mitad del alma en el mar y la mitad del alma en la tierra y con las dos mistades del alma miro el mundo. Solamente
es un soplo, más húmedo que el llanto, un líquido, un sudor, un aceite sin
nombre, un movimiento agudo, haciéndose, espesándose,
cae el agua, a goterones lentos, hacia su mar, hacia su seco océano, hacia su ola sin agua.
aqui te reencontré....... este eres tú........
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