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Por Leonardo Parrini
La cultura de una ciudad se mide también
por la forma en que muere su gente en las calles. Si luego de que Quito
fue declarada Capital Americana de la Cultura, nuestros jóvenes continúan perdiendo la vida en el asfalto, víctimas de
la irresponsabilidad criminal de conductores que no respetan las ciclovías ni
la vida de los ciclistas, significa que nuestro apelativo de capital cultural
se convierte en eufemismo.
Una de las formas culturales
que enorgullece a la capital ecuatoriana es la creciente ola de ciclistas que
cada día se suman al colectivo que busca hacer de Quito una ciudad para vivir y transitar, sin congestionamiento
de vehículos motorizados -500 mil sólo
en Quito- que usurpan el espacio al peatón y al ciclista.
La Ley de
Tránsito en su artículo 209 establece que “los municipios, consejos
provinciales y Ministerio de Obras Públicas deberán exigir, como requisito
obligatorio, en todo nuevo proyecto de construcción de vías de circulación
vehicular la incorporación de senderos asfaltados o de hormigón para el uso de
bicicletas”. Los derechos ciudadanos
del ciclista están claramente establecidos en el artículo 204 de la ley: “pueden
transitar por todas las vías públicas del país, con respeto y seguridad;
disponer de vías de circulación privilegiada dentro de las ciudades,
carreteras, etc.” Sin embargo, esta disposición en gran medida es letra muerta en
Quito, ciudad que destina el 80% de la vías a vehículos motorizados,
pese a que solo un 30% de las personas se movilizan por ese medio.
La muerte del ciclista
Sebastian Muñoz, fundador del colectivo Andando en Bici Carajo (ABC) y
activista a favor del uso de la bicicleta como un medio de transporte masivo, se
produjo esta semana a pocas cuadras de su casa en la Av. 10 de Agosto y Cap
Ramón Borja en Quito, a manos de un irresponsable criminal que se dio a la fuga,
luego de arrollarlo en un espacio de 50 metros y causarle la muerte instantánea
por “traumatismo craneoencefálico y
desplazamiento de la caja torácica”.
En una ciudad donde la vida no
vale nada en manos de sujetos que expresan sus complejos de inferioridad
sentados al volante de vehículos motorizados, que conducen a altas velocidades, pone de relieve la necesidad de revisar drásticamente las
sanciones establecidas para conductores criminales que incumplen las normas del
tránsito.
¿Ciudad para vivir?
La muerte de Sebastian Muñoz
se inscribe en el problema de fondo que vivimos los habitamos de Quito: la
insoportable congestión vehicular provocada por medio millón de vehículos que circulan en
una urbe que agotó todos los medios para solucionar el problema. No ha sido
suficiente la construcción de vías de descongestionamiento, ni la aplicación de la
medida de pico y placa, que restringe la circulación diaria de vehículos en dos
dígitos, en horarios de mayor circulación por día. Todo apunta a que el problema
y sus soluciones definitivas escaparon hace mucho tiempo de las manos las
autoridades municipales y policiales responsables de la circulación vehicular. No
se adoptaron medidas con anterioridad, y hoy 500 mil vehículos circulando por
las calles quiteñas es una cifra que excede, al menos, tres veces la capacidad
de flujo vehicular de las arterias de la ciudad.
Precisamente, esa es la lucha
de activistas como Sebastian Muñoz por conseguir que peatones y ciclistas
recuperen espacio para su libre y segura circulación, a través de campañas como la de la Bicicleta Fantasma, simbolizada en bicicletas pintadas de blanco donde murieron los ciclstas. El joven ciclista alzó su
voz porque Quito adopte urgentes medidas para promover medios de transporte
alternativos a los carros motorizados y se respete la ley que establece los
derechos de los ciclistas y peatones. La muerte de Sebastian se suma a la del
fotógrafo y ciclista italiano Pablo Lazzarini, quien falleció el 28 de agosto
del 2009. Otros ciclistas engrosan la lista de muertes absurdas en manos de
asesinos al volante, con la complicidad de autoridades impertérritas: Hugo
Vinicio Ortiz, de 39 años, fue atropellado el 29 de septiembre de 2009 por un
bus. Salomé Reyes, de 33 años, falleció el 28 de abril de 2012 mientras se
entrenaba para la vuelta al Ecuador. El conductor de un bus la atropelló, en
Cumbayá, y huyó.
¿Cuántos ciclistas más tienen
que dejar la vida en el asfalto? ¿Qué esperan las autoridades del Gobierno
Nacional, del Municipio, la Policía Nacional y la Agencia Nacional de Tránsito
para reaccionar incrementando el control policial, el horario del pico y placa
a 4 dígitos de placas por día, todo el día, y el endurecimiento de las sanciones
a los infractores al volante?
Invocando el nombre de los
jóvenes asesinados en las calles por los conductores irresponsables, elevamos nuestra enérgica protesta como peatones
y ciclistas. Mientras no cambiemos la cultura de inseguridad urbana, el
irrespeto ciudadano de los conductores y la falta de voluntad política de autoridades
que no toman medidas, -porque aquello resta votos-, no podremos sentir
cabal orgullo de ser capital cultural del continente y, peor, sabernos
representados por ciudadanos que hacen gala de ineptitud e insensibilidad.
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