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E c u a d o r - S u d a m é r i c a

jueves, 18 de diciembre de 2014

PAVEL EGÜEZ, ENTRE LA UTOPÍA Y LA MEMORIA


Fotografías Leonardo Parrini
Por Leonardo Parrini

Pavel Egüez me recibe en su casataller, en el tradicional barrio de Las Casas en Quito, con una afable sonrisa. Y la primera impresión que tengo de este ser humano sensitivo, es de haberlo conocido desde siempre, aunque era la primera vez que estrechaba su mano. En un entorno de exquisito gusto, su residencia tiene el estilo ecléctico donde armonizan lo viejo y lo nuevo, lo ancestral y lo urbano. Ahí están los elementos respirando en silencio una atmósfera pletórica de luz: lienzos con rostros de recia expresividad colgados en paredes blancas, esculturas de corte clásico, figuras artesanales de ingenuo naif, anaqueles con preciosos libros y sobre un mesón de maciza madera un universo de pinceles de todos los tamaños y grosores. De estatura menuda, mirada traviesa y fácil sonrisa, cuesta imaginar a Pavel Egüez, nuestro anfitrión, como el hacedor de grandes murales, formatos formidables y apreciaciones sobre la vida y el arte, igualmente magnificentes

Luego de bebernos como bienvenida, mano a mano, un jugo de frutas e intercambiar preliminares impresiones, vamos al grano. Al coloquio sobre lo suyo, el arte. Pavel Egüez en sus años de estudiante en una escuela alternativa de Quito, recibe el influjo plástico de la artista Pilar Bustos y de su maestro Ulises Estrella, quien le enseña la pasión por las imágenes. Al punto de sentarse, sin otra compañía que su amor al cinematógrafo, en la sala del cine Universitario a ver una película en solitario y calificarla de acuerdo con sus rasgos estéticos.

Con una vocación artística enraizada en la observación cuasi científica, el amar y el cuidar las cosas que crecen, con pupila escudriñadora en la lente de un microscopio, Egüez realiza sus primeros balbuceos artísticos sobre materiales disimiles: mis primeros dibujos no los hacia sobre papel sino sobre la tierra, en los vidrios, en bolitas de vegetales, y dibujaba sobre las piedras y era muy linda la sensación, porque el dibujo te generaba una atmósfera de olores, a perejil, y marcabas las huellas de verde, entonces es una imagen que te recuerda muchísimo la infancia.

Y eso no se ha perdido en tu quehacer artístico, el oler los colores…

Por eso me apasiona pintar al óleo, no podría pintar en acrílico, porque tiene un olor desastroso. El óleo, en cambio, tiene el registro de venir de la linaza, tienes la relación con ese árbol.

Así como tu arte visual lo vinculas con lo olfativo, si hablamos en términos auditivos ¿con qué tipo de música se corresponde tu arte?

Ahí tengo una debilidad porque mi formación auditiva está ligada a cosas clásicas desde mi infancia: apagar las luces y oír a todo volumen las sinfonías de Beethoven o Bach, y pensar que diriges la orquesta, era uno de los juegos más bellos. Y eso me ha llevado a ser monotemático en la música, en mi estudio pinto escuchando sonatas de Bach en violín o piano.

De allí surge esa grandilocuencia de mirar el mundo en grande, de pintar en grandes formatos…

Creo que cuando Ulises Estrella nos forma de muchachos nos abre el mundo, vimos más allá de lo que era Quito. El Colegio de Arte era modesto y allí llegaban repetidos de año, quienes pensaban que estudiar arte era más fácil. Esos años -1978- era muy importantes en nuestra formación artística y como dice Avelina Lesper, soy parte de esta pintura utópica que recurre siempre a estas miradas latinoamericanas desde la tradición, de saber que somos un continente de enormes identidades y que generamos momentos esplendorosos en el arte.

EL ARTE UN ACTO DE LIBERTAD

En esos días hace su tesis en torno a la obra de Álvaro Siqueiros, cautivado por el apoteósico formato del muralista mexicano, su obra y su pensamiento político. Emprende su periplo estético de la mano del trazo figurativista, del ramalazo expresionista que le permite verter en el lienzo grandes ideas y emociones. Con escasos años de experiencia, pero con enjundiosa vocación pictórica, ingresa al Taller Gráfico del maestro Oswaldo Guayasamín donde acompaña al pintor en relevantes tramos de su obra. Es allí, en el taller del barrio Bellavista, entre los pinceles, las exclamaciones apasionadas y el fervor del maestro ecuatoriano, que Egüez fragua su oficio como un autodidacta de la pintura, sin haber asistido a academia alguna, sino para aprender las técnicas de la gráfica y grabado.

Y cómo llegas a la pintura…

No estudio pintura, soy autodidacta en el tema, porque había demasiado academicismo en la forma de enseñar la pintura. Ver pintar a Guayasamín con esa expresividad suya la obra de Los Mutilados, en 1997, y es otra forma de generar la obra, la pasión que ponía en ella es una cosa de pedagogía infinita, porque ahí encuentras que el pintor es mucho más que lo que puede darte el Colegio de Artes.

Trabajó en el mural de Oswaldo Guayasamin que está en la sala plenaria de la Asamblea Nacional, en la imagen de la patria de la obra que legó el maestro ecuatoriano al país. Colaboró en algunas obras que iban a estar en la Capilla del Hombre y en las pocas que están en ese lugar, junto a un grupo de seis colaboradores. En el Colegio de Artes creó el taller Runapac para tener vinculación con las identidades, donde hace un bordado de filigrana con tinta china sobre la historia del Ecuador. Participó en un concurso del Banco Central y obtiene primera mención. Desde el taller irradiaba una actividad artística de denuncia en sindicatos, en mítines políticos, acompañando acontecimientos políticos cómo la masacre de Astra y la represión estatal de ese entonces, hasta terminar preso en más de una oportunidad.  

Con estos antecedentes, ¿qué es el arte, para qué sirve el arte?

En mi adolescencia me impresionó abrir un libro de Picasso. Pensar que el arte era dueño de una absoluta libertad, el que el maestro pasara por distintos estilos, ser un gran dibujante y también destruir totalmente el dibujo. Picasso sigue siendo el mayor referente del arte del siglo XX y que puede educar muchísimo.

Recibiste la influencia de Guernica…

Si Guernica nos influencia absolutamente a varias generaciones y Picasso nos influye a varias porque también fue gran activista por la paz y por los derechos humanos.

En tiempos de Picasso había que hacerlo, pero hoy el mundo está al revés y tú, en la defensa de los derechos humanos, canalizas tu sensibilidad social y voluntad política, los derechos humanos son una vertiente donde hacer política con dignidad…

Si pero, no solo ahí. El mural de Bolívar que está en la Universidad Andina también tiene una concepción política. En ese mural, pensaba yo, que las ideas bolivarianas que me apasionaban en ese momento, en el 84 no parecían posible porque Bolívar estaba restringido a las elites académicas de la sociedades bolivarianas. Yo pensaba que en lugar de tener deuda externa teníamos una deuda con Bolívar, pero ese mural pasó 12 años embodegado. La onda bolivariana aparece cuando surge el Presidente Chavez y Bolívar llega a ser de interés de los pueblos y un personaje estudiado.

En tu intento de reflejar esa lucha por los derechos humanos vas a rescatar una memoria, en lugar de fijarte en un futuro utópico, ¿hay una prioridad de la memoria sobre la utopía?

Yo creo que las dos cosas porque sin memoria tampoco hay utopía. Es fundamental rescatar la memoria, saber que esa memoria también es un presente, porque cuando hablas de derechos humanos los acontecimientos no son solo del pasado. Cuando estoy pintando el Grito de la Memoria ese día que estoy tratando el tema de las Madres de Mayo aparece el nieto 114 y lo incorporo al mural.   

NO HAY UTOPIA SIN MEMORIA

Entonces no hay contradicción entre la utopía y la memoria…

No porque no podemos construir una utopía si no rasgamos la memoria y esa memoria tienen que ser la que de alguna manera nos impulse hacia esa utopía.

¿Y la pérdida de las utopías es por estar perdiendo esa memoria?

En parte si, porque esa necesidad de que no suceda nada, y no hay porqué seguir luchando es una falta de visión histórica con la cual puedes construir esa utopía, que sabemos que es un proceso que se alcanza y no se llega, pero que es necesaria esa construcción.

¿Tú crees que Ecuador está rescatando esa memoria, creemos en las utopías o lo que vivimos es un proyecto transitorio?

Tenemos dudas, pero también hay aciertos concretos. Para construir ese ideario de utopías necesitamos construir políticas públicas en el tema de la cultura. Solo una sólida revolución cultural hará posible que este proceso sea profundo y que esté en la raíz de los ecuatorianos, si no se trabaja la cultura como parte fundamental de esa construcción, corremos el riesgo de  que esto sea transitorio.

Y de qué va esa utopía, cuál es su contenido…la libertad, la justicia...

Creo que es un mundo atravesado por la necesidad de cuidar la naturaleza, saber que estamos en un mundo donde se acaben las injusticias donde los seres humanos puedan tener un espacio para la vida.

En tal sentido, en estos momentos, el ate es más propuesta que denuncia…

Yo creo que tiene que estar más como propuesta, el arte tiene que despertarnos todas estas inquietudes utópicas de una manera distinta.

Bueno, creo que la posmodernidad es haber caído en el descredito de la ciencia, la religión, la política y que solo el arte, como único gesto existencial, puede devolvernos el sentido de la vida…¿compartes este criterio?

Totalmente, porque solo una mirada desde la cultura nos puede conectar con los grandes ideales de la humanidad, es decir, cómo me conecto con los ideales que tenía Miguel Ángel, Leonardo o Picasso, los grandes aportes del arte universal, es a través de esa memoria.  

Eso es hegeliano, se parece a la idea que tenía Hegel del espíritu absoluto de una época en que en cada momento hay hombres que encarnan el espíritu de esa época. ¿Y tú encarnas el espíritu de tu época y de tu país?

Creo que hay que estar como individuo y como época, conscientes. Como época en América Latina estamos viviendo un nuevo momento, de volver a ciertas identidades, la construcción de una America Latina que sabe su potencial, que se reconoce como diversa, pero que se reconoce como un aporte universal. Ya no tenemos que estar pendientes de las metrópolis para tener un pensamiento propio, con esta descolonización la cultura puede tener momentos muy importantes para América Latina.  
EL GRITO DE LA MEMORIA

Con este preámbulo estamos frente a la persona que hizo el mural más polémico del momento: El Grito de la Memoria. Un trabajo de plástica en gran formato, un grito en la pared por los derechos humanos conculcados en un tramo aciago de la historia nacional. Obra cuestionada desde la mirada política y aclamada desde su función estética, el mural de Pavel Egüez, constituye un retorno al arte masivo, callejero, denunciante y proponente, a la vista del gran público. Un gesto por los comunes, como lo define su autor.

El mural El Grito de la Memoria se lo ha calificado de pastiche con claro ADN sesentero, con presencias guayasaminezcas, que ha sido pintado en pleno siglo XXI. ¿Te parece extemporánea la obra?

Talvez quien dijo eso no tiene información de lo que pasa en América Latina y en el mundo, hay un renacer de la pintura, frente al arte conceptual. Y hay un público enorme que quiere ver buen arte y ese arte no se encuentra ni en las bienales, ni en el conceptualismo posmoderno. Mas bien es una crítica que viene por otro lado, desde lo político, de gente contraria a un proyecto político y que tiene que mostrar argumentos.

Y uno de los argumentos es que la obra se hizo con fondos públicos y es que propaganda…

Fondos públicos para el muralismo y el arte siempre existieron, la Capilla Sixtina no se habría construido sin fondos públicos y las grandes obras de arte tampoco y de la arquitectura que tiene gran inversión que no la puede hacer el artista. En ese sentido, hay una encomienda al artista para que haga su obra. En el caso del Ecuador, los fondos privados para el arte son absolutamente escasos.

Esa encomienda de la que hablas ¿no quita libertad creadora al artista?

Depende a quién encomiendas, qué encomiendas y quién encomienda. Cuando el Estado invierte en una obra no es un gasto, es una inversión que se traduce en mayor identidad, en mayor cohesión social, en mayor entendimiento de la convivencia ciudadana.

En ese sentido es una política pública…

Es una política pública, es decir, los artistas estaríamos quitándonos el derecho de participar en esas políticas públicas, más bien los Estados que fomentan la creación de obras públicas son los Estados que quieren invertir en los artistas. Con fondos públicos se contrató a un israelita para que implemente la tortura en el Ecuador y eso no lo cuestiona el periodista que critica el mural o que con fondos públicos se hace murales para poner a personajes socialcristianos.

¿Y por qué no están los 10 de Luluncocoto en el mural, se preguntan tus detractores?

Yo me basé en una investigación que hizo la Comisión de la Verdad y revisé varios tomos con los testimonios que recogió esa comisión y ahí tengo el primer antecedente de violación a los derechos humanos. Organizamos nueve talleres, en ocho provincias, para recabar memorias, recuerdos de la gente, víctimas y familiares de la tortura. De los testimonios obtenidos, el 67 por ciento señalan al periodo 1984 - 1988 como el tiempo de la tortura en este pais.

Avelina Lesper escribe un enjundioso artículo en El Telégrafo, donde dice: Pavel Egüez tiene una trayectoria artística solidaria; para él pintar, es propiciar una toma de conciencia y hacer del arte una utopía…

Me he sumado a la polémica que propicia Avelina, muchos artistas estamos siendo desplazados por ese concepto que aparece en las bienales que tiene fondos, con mucha pompa, pero el arte no entraba en ese espacio.
  
Ese hacer arte como una declaración de principios, es lo que Egüez ha decidido hacer y que se empecinó en crear su propia pintura y pintar su color, adentrarse en Latinoamérica y en la vulnerabilidad de los más desprotegidos, dice Lesper. El arte contemporáneo conceptual es una expresión endogámica para los curadores, los especuladores del mercado, no para la gente, es excluyente y segregacionista…

Eso es importantísimo, porque la gente cuando mira el Grito de la Memoria ¿qué es lo importante, que las elites te alaben? No. El diálogo con los comunes, que es desde esa iconografía que la gente reconoce ciertos símbolos y comparte ese diálogo, porque mira y entiende esa gran pintura. Para el arte esa simbología es lo que tenemos que recoger, porque ahí dialogas con los comunes.

Concluimos la entrevista con una sesión de fotografías en blanco y negro, en la que fuimos con Pavel Egüez del ser a la luz, de la vibración de la palabra al fulgor de los sentidos. En claroscuros, a contraluz, bajo el resplandor más despiadado en busca de la forma y la textura en la impronta de un ser humano que nos entrega, a ramalazos vitales, desde el lado más oscuro de la historia, la arista esplendente de su verdad.

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