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lunes, 25 de febrero de 2013

EL MICHE, AGITADOR DE LA RISA


Por Leonardo Parrini

En el lugar menos humorístico del Parque El Ejido en Quito, junto al monumento que evoca el crimen a Eloy Alfaro, arrastrado y quemado por hordas conservadoras a comienzos del siglo XX, Carlos Michelena se instala, en hemiciclo popular, rodeado por dos a tres centenares de espectadores a realizar sus sátiras contra el establishmen criollo.

Desde sus sketches con toque de humor callejero, Michelena recrea la cotidianidad del hombre y la mujer que se multiplican en un anhelo popular común, con personajes variopintos y únicos, cuyo símil es la base blanca de maquillaje en el rostro y la sonrisa, burlesca e irónica, con la que increpa a personajes típicos de la sociedad y de la política locales.

El Miche no es un bufón moderno, porque hostiga al poder y no se adapta a él, no tiene santos en la corte ni acceso a los intricados vericuetos palaciegos. Michelena es el desacreditador de la esquina, el aguafiestas y, a la vez, sacralizador de verdades marginales, un outsider underground, dicho es español, un disidente del sistema con oficio de hacedor de teatro callejero.

Quien busca al niño metido en el pellejo del cómico, no lo encuentra porque la infancia de Carlos Michelena fue el contrapunto de una vida edulcorada. No deja de ser irónico que el muchacho caramelero que vendía dulces frente a la Maternidad Isidro Ayora, lleve el estigma amargo de un padre que maltrataba a su madre, en un hogar donde la miseria era parte endémica de las costumbres familiares.

Su padre, zapatero de barrio y su madre, vendedora de caramelos, no pudieron darle mejor referente que carencias materiales y espirituales que marcaron su infancia. Michelena pasa la primera etapa de su infancia  en la calle Elizalde, luego sus padres se trasladan al barrio El Dorado, posteriormente instalan su hogar en una mecánica, frente a la maternidad Isidro Ayora.  Alli hace sus primeros pinitos vendiendo dulces y nunca termina la escolaridad. A los 15 años, impulsado por su propia inquietud, asiste como oyente a la Escuela de Arte Dramático de la Casa de la Cultura, y se convierte en utilero de la compañía Teatro Ensayo. Recorre algunos escenarios locales con grupos teatrales setenteros, pisa tierra firme en el elenco de Malayerba y, finalmente, se afinca en  el grupo Teatro de la Calle del que fue su director.

Pero el Miche no es actor de tablas, sino de asfalto y gramilla. Su principal escenario es la calle, parques y plazas donde sostiene un encuentro coloquial y cotidiano con el transeúnte que va, viene y se identifica con un comediante de mil rostros. En sus 40 años de trayectoria como teatrero alternativo, el Miche ha sido arrestado o encarcelado bajo regímenes intolerantes –Borja y Febres Cordero- por alusiones críticas a sus gobiernos. Como actor callejero transita el arte de masas y el arte popular, pasando de un andarivel a otro en la sátira de personajes de medio pelo y pelucones de la política criolla. Este quehacer le valió el premio Orden al Mérito Artístico, otorgado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana.

Michelena entiende el humor como la forma de ser de un pueblo libre, sin ataduras ni dictaduras. Su espectáculo presentado los martes, jueves y viernes en el parque El Ejido, son activaciones histriónicas que incluyen cambios de vestuario frente al púbico, maquillaje y calentamientos en la vía pública. Para el Miche la tramoya es al aire libre y los linderos de sus escenarios coinciden con la imaginación del público, a la que el actor reclama constante complicidad.


Teatro crítico

Ya en lo intrínseco de su arte, Michelena es el actor de la posmodernidad que muestra las entrañas de un montaje que consiste en hacer “teatro crítico”, ese que “afea y daña la ciudad”, según las ordenanzas municipales.

Michelena encuentra en su pasado ríspido la fuerza que se necesita para hablar a la gente en su propio idioma de necesidades y anhelos sin respuestas. Por eso dice identificarse con la gente del parque que le exige su propia lógica, porque si no te involucras en los códigos callejeros, te marginan, te botan. Carlos Michelena aprendió ese código en cantinas, antros y cárceles, donde el alcohol y las drogas son la chispa que enciende los motores para evadirse de esta chata realidad.

Michelena nunca evadió esos ambientes, por el contrario, se inmiscuyó y evitó por todos los medios mantenerse al margen de esa marginalidad de seres solitarios, fracasados, anhelantes, castigados y nunca redimidos por una sociedad que los condenó sin sentencia, y que vende la “suposición de que el artista es alguien superior, sublime, por sobre los demás”.

Hay que vivir como uno piensa, sentencia Michelena: Nosotros somos underground, contestatarios, -ha dicho- no creemos en la esencia del Estado como tal, somos cuestionadores de cómo se impone una forma de vida a los seres humanos. El anarquismo cuestiona al poder y busca un tipo de comportamiento anexo al sistema. En cambio, los underground lo que hacemos es buscar una forma de vida distinta de libre pensador bajo el influjo del yoga, los mantras y la filosofía oriental que nos de calma interior. A partir de allí, el Miche construye el andamio de su humor con materiales sarcásticos, alternativos.

Humor posmoderno

Jean Baudrillard se refiere al fenómeno humorístico y su relación con la cultura postmoderna, como estrategias irónicas. En Michelena estas estrategias están definidas desde la marginalidad, el bajo fondo, las entrañas mismas del monstruo social que condena a la discriminación a las mayorías, y son ejecutadas como una actitud crítica, a través de la burla y el ridículo, como mecanismos de control y contradicción social. A esto se suma un sustrato de desencanto, precisamente, acuñado en el pasado de privaciones del actor y que fermentaron la levadura de descredito de la realidad y de rebeldía que le caracteriza. El humor de Michelena se funde a la cultura de una sociedad posmoderna que pierde la fe en la razón, y por lo mismo se vuelve lúdica. 

El rechazo humorístico de Michelena se manifiesta en toda la línea de fuego contra el discurso social imperante y su fracaso en cumplir promesas que legitimaban el orden de las cosas. Michelena, en la representación histriónica de sus personajes, antepone un relato cotidiano cargado de sentido común, contrapuesto a las grandes elucidaciones y totalizaciones del discurso político o académico. George Ritzer apunta que ese discurso humorístico de la posmodernidad enfatiza la emoción, los sentimientos, la intuición, la especulación, la experiencia personal, la magia y el mito, por sobre el discurso científico que ya no dio respuesta a las interrogantes del hombre. Michelena apunta con certera eficacia a un auditorio frente al cual la fórmula de humor es eminentemente emotiva, de fácil flujo entre el comediante y su público. Y agrega un elemento propio de su entorno social: la marginalidad. Los personajes y los públicos del Miche son marginales por exclusión y doctrina. Este es un rasgo característico de la cultura posmoderna que apunta a la periferia de la sociedad más que a su centro.
 
Guilles Lipovetsky ha definido a la sociedad posmoderna como “fundamentalmente humorística”. La ausencia de fe, el neo-nihilismo que se va configurando en la posmodernidad no es ateo, se ha vuelto humorístico, señala en su texto La Era del vacío, que hace referencia a las conmociones que vivimos en la sociedad contemporánea. La incredulidad de nuestro tiempo supone desesperar de la capacidad del hombre para influir en la solución de los problemas de la especie humana. El rol del humor consiste hoy en la tarea de disolver la oposición entre lo cómico y lo ceremonial, entre lo serio y lo que no lo es.

Hasta antes de la sociedad posmoderna el humor buscaba resaltar lo grotesco y rebajar, ridiculizar e injuriar. En seguida evoluciona hacia lo divertido, la fábula, la caricatura y el vodevil, alejándose de la tradición grotesca. En la actualidad el humor ya no es patrimonio popular, generalizado, impersonal como lo era antes. El humor es herramienta para atacar los residuos del pasado que amenazan con poner freno al reluciente vehículo del progreso, lo cómico ya no es simbólico, es crítico. En la posmodernidad la comicidad instrumental desaparece a favor de un humor hedonista, de puro goce, que busca el placer como principio esencial.

Las siguientes palabras de Lipovetsky, bien definen el humor de Michelena: “El humor de masas no se fundamenta en la amargura o la melancolía: lejos de enmascarar un pesimismo y ser la cortesía de la desesperación, el humor contemporáneo se muestra insustancial y describe un universo radiante”. El nuevo héroe no se toma en serio, desdramatiza lo real y se caracteriza por una actitud maliciosamente relajada frente a los acontecimientos, concluye Lipovetsky. El humor en la época posmoderna, visto así, exige espontaneidad y naturalidad, y eso es exactamente lo que hace Michelena.

El humor posmoderno, provocado por el fracaso de los intentos pasados de dominar el mundo por medio de la religión y de la razón, es en realidad una última herramienta, si no de dominio, de control. Una forma de mantener a raya el abismo nihilista. Ante la dificultad de echarnos a reír, de salirnos de nosotros mismos, de sentir fluido entusiasmo, de entregarnos al buen humor, reconocemos en Carlos Michelena al agitador de la risa en medio de la grisácea opacidad de nuestra época.

2 comentarios:

  1. Anónimo2/25/2013

    El "Miche" es único en su género. Deberían ya haberle dado el premio Eugenio Espejo.
    Edwin Vasco.

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  2. Antropofagia

    Por. Jairo Bohórquez Guillén

    Yo en la matriz
    y tus buitres merodeaban
    picoteando prejuicios
    ocultando sus verrugas bajo el plumaje,
    que ennegrece las vidas,
    amalgama resentimientos,
    dudas necedades...
    Hoy que camino entre tus selvas
    llorando el vértigo de tus vaivenes,
    me confundo entre tu fauna;
    y prefiero al bramido, las palabras.
    Pero los gusanos de ti emergen
    abaten mi cuerpo sin tocar mi alma.
    Las guadañas de tus fieras
    cortan mis líricas venas,
    embarcadas en su empresa
    atacan mis sentidos.
    En instintiva claudicación
    de belígero sonetista,
    alisto mis mandíbulas
    -ansias de devorar-
    no por placer...Por sobrevivencia.

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