Por Leonardo Parrini
Un presidente que no recibe oportuna y eficazmente los informes de inteligencia sobre un eventual alzamiento de las tropas y efectivos policiales o militares, es un presidente desinformado. Correa deberá exigir a los responsables de la inteligencia estatal que respondan por esta grave omisión informativa.
Un presidente que acude al sitio de los hechos donde tiene lugar el motín policial, es un presidente decidido a controlar la situación haciendo caso omiso de los mecanismos estatales y presidenciales que le asisten para estos eventos. Correa nunca debió asistir al lugar y, por el contrario, debió enviar emisarios y aplicar la ley que es clara para situaciones de deliberación y motín de los uniformados.
Un presidente que desafía antes las cámaras a sus insubordinados arengándolos a que lo maten, es un presidente que tiene clara conciencia del impacto mediático y político de sus actos. Correa en su investidura presidencial debió mostrarse menos agitador, mas estadista, menos exaltado, más sereno; conminando a la calma, situándose por sobre la irracionalidad de sus insubordinados.
Un presidente que es agredido por los amotinados, es un Presidente que puso en riesgo su persona y lo que representa para el país su condición de primer mandatario. Correa nunca debió desafiar a los policías rebeldes, puesto que dejó abierta la posibilidad de que un exaltado irracional, verdaderamente, le dispare o veje y agreda con bombas lacrimógenas, como ocurrió.
Un presidente que ingresa maltrecho saltando un muro al hospital controlado por sus propios insubordinados, es un presidente al que se le escapó la situación de las manos. Correa debió ingresar a otro centro hospitalario, pero fue imposible.
Un presidente que debe ser rescatado por las fuerzas armadas especiales a punta de balazos, y en el enfrentamiento corre peligro su vida, es un presidente en clara situación de secuestro político con oscuras intenciones por parte de sus captores. Correa nunca debió estar en el extremo de esa situación en su condición de presidente de la nación.
Un presidente que decreta desde su secuestro el estado de excepción, una orden de rescate, recibe a la prensa, dialoga con sus captores y consigue el respaldo del Comando Conjunto de las FFAA, es un presidente al que no logran dar un golpe de estado. Correa y sus asesores diseñaron una estrategia comunicacional que proyectó esa imagen y que generó la inmediata reacción de la comunidad internacional.
Las mil lecturas que la población hizo de los acontecimientos y de los rostros del Presidente en las pantallas el 30 de septiembre, dejan entrever que el pueblo ecuatoriano en su mayoría aun consume, acríticamente, las imágenes unidireccionales de la televisión estatal o aquellas que entregó la televisión privada. En este sentido la censura de prensa previa, prevista en el estado de excepción, contribuyó a una lectura unidireccional de los acontecimientos con claro beneficio al hecho de que se impidió que agitadores profesionales se tomaran laos micrófonos y pantallas para incendiar aun más al país.
El conato de rebelión policial del 30 de septiembre sugiere la lenta reacción de los organismos de inteligencia, y la falta de información clasificada que obligó actuar a la zaga de los acontecimientos. Las imágenes televisivas del 30 de septiembre proyectan el perfil de un gobierno que, fiel a su estrategia, prefiere manejar los hechos políticos con alto impacto mediático donde el protagonismo presidencial lleva todo el peso del contenido y forma del mensaje.
El flashback con los rostros presidenciales del 30 de septiembre en pantalla, ponen en evidencia las fortalezas y debilidades de un régimen que se jugó una carta brava ante el país. Las encuestas deberán decirnos cuál fue el costo beneficio de la espectacular y mediática jornada.
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