Por Leonardo
Parrini
Cuando en el artículo
primero de la Constitución de la República, vigente desde el 2008, se lee que Ecuador es un Estado
social de derecho, soberano, unitario, independiente, democrático, pluricultural
y multiétnico, cuesta imaginar que ese mismo Estado -en un momento aciago para la historia nacional-
se haya reconocido a sí mismo como criminal e indemnizado a los miembros de la familia
de migrantes colombianos Restrepo Arismendi por el asesinato, en enero de 1988,
de Carlos Santiago y Pedro Andrés, quienes al momento de su desaparición
contaban con 17 y 14 años de edad, respectivamente.
La efeméride del
arresto y desaparición criminal de los hermanos Retrepo pone en el tapete de la
reflexión el rol del Estado en relación con la sociedad civil. Si bien las
investigaciones –a todo nivel y ejecutadas desde lo privado y lo público- no
lograron consumar el informe con la evidencia fehaciente de los cuerpos del
delito, es pertinente concluir en un crimen perpetrado por la institución policial
bajo un régimen estatal represivo como fue el de León Febres Cordero, durante
el periodo presidencial de los años 1984 -1988.
Ese Estado de
corte capitalista neoliberal, permisivo con las grandes transnacionales que saqueaban
el país y represivo con los ciudadanos llanos, cumplía el rol de salvaguardar
los intocables intereses de grupos económicos coludidos con el poder político, nacional
y transnacional, interesado en mantener un sistema de privilegios políticos, económicos
e injusticia social en Ecuador. Lo significativo es que los hermanos Restrepo,
niños aun, no tuvieron absolutamente nada que ver con los sectores que se oponían
a ese Estado represivo febrescorderista, motivo por el cual jamás se hubieren convertido
en potenciales enemigos del régimen. Y, por el contrario, un fortuito encuentro
con la policía en una carretera quiteña, una detención arbitraria, un castigo físico
injustificado y, finalmente, la muerte y desaparición de los cuerpos de los dos
muchachos para no dejar huella del “exceso policial”, hablan de un Estado sin
control sobre sus cuerpos policiales y sus funcionarios subalternos.
La violación de
los derechos humanos de los hermanos Restrepo Arismendi inició, según la crónica “en la madrugada
del 8 de enero de 1988 cuando Pedro
Restrepo y Luz Helena Arismendi, padres de los menores, salen de viaje con
rumbo a la ciudad de Bahía de Caráquez, Manabí, en un viaje de vacaciones.
Según Darlice Adorita Lara Espinosa -empleada doméstica del hogar de los
Restrepo- los menores salieron a las 06h30, en el vehículo de propiedad de la
familia con la finalidad de dejar a su hermana en el Colegio ecuatoriano-suizo
en el que ella estudiaba.
Luego de regresar a su casa volvieron a salir aproximadamente a las 10h00, con
rumbo a la ciudad de Quito, sin que se vuelva a saber nada de ellos. Según el
padre de los menores, Pedro Restrepo, en horas de la mañana de ese día se
llevaba a cabo un operativo policial en Tumbaco, por lo que presumiblemente fueron
detenidos en ese momento, lo cual también es mencionado en las declaraciones
del ex agente del SIC-10, Hugo España Torres quien dice que en esa mañana, los
menores fueron detenidos ilegal y arbitrariamente por la Policía Nacional y
fueron puestos a órdenes del Servicio de Investigación Criminal de Pichincha,
donde él trabajaba, según el mismo testigo los menores fueron torturados
durante varios días por miembros del SIC-10. En las declaraciones que Hugo
España publicó en su libro, El Testigo, dice que el hermano mayor Carlos
Santiago Restrepo Arismendi falleció a causa de las torturas de las cuales fue
víctima, debido esto a que la policía le había puesto una funda plástica llena
de gas lacrimógeno en su cabeza, procediendo a golpearle fuertemente en el
estómago. Según Hugo España, esto habría agravado el ataque de asma que tenía
en ese momento el menor. Según las declaraciones del mismo testigo, el segundo
menor Pedro Andrés fue asesinado días más tarde para eliminar al único testigo
del crimen y así nadie podría darse cuenta"
La sentencia del caso Restrepo fue dictada en junio de 1995 por la Corte Suprema de Justicia. Los policías en servicio activo cabo segundo Víctor Camilo Badillo, subteniente Doris Morán, teniente Juan Sosa y teniente coronel Trajano Barrionuevo, fueron sentenciados a 16 años de prisión, en el caso del primero de ellos, y a 8 años los restantes. Fueron encontrados inocentes los coroneles Gustavo Gallegos y Gustavo Zapata. A pesar de estas sentencias, aún se discute la culpabilidad de muchos sindicados. En mayo 14 de 1998 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos arriba a una resolución mediante la cual el Estado ecuatoriano reconoce su responsabilidad en el crimen y se compromete a pagar una indemnización de dos millones de dólares a la familia Restrepo y a la búsqueda de los cuerpos de los menores Carlos Santiago y Pedro Andrés.
El rol del Estado
Quienes hemos
seguido con interés periodístico y ciudadano este infausto acontecimiento de la
historia política y policial del Ecuador, no salimos del asombro del rol criminal
jugado en esos años por el Estado ecuatoriano. Más aun, queda sin respuesta una
pregunta esencial: ¿Qué resulta más repudiable, el crimen en sí o el andamiaje
montado con posterioridad por un Estado encubridor, para soslayar su responsabilidad
y borrar de la memoria colectiva el asesinato de los Restrepo?
Queda flotando un cuestionamiento de fondo en el espeso magma de
la duda: el crimen de Estado cometido en la humanidad de los hermanos Restrepo,
su complicidad, encubrimiento y silencio estatal, estuvo a cargo de instituciones
llamadas a esclarecer los hechos a la luz de la verdad, como el sistema
judicial, los ministerios del Interior y de Justicia, la policía, entre otras
instancias del Estado que, increíblemente, coadyuvaron a silenciar y echar una
cortina de humo sobre el caso Restrepo.
El quid del
asunto parece estar en un hecho que matiza la diferencia: el Estado no es un
ente abstracto que se rige solo, que funciona automáticamente, o regido por
leyes incontrolables. El Estado es un instrumento en manos de un determinado sector
de la sociedad y sus aparatos ideológicos, represivos, informativos, educativos
y de tales, responden a una voluntad política que refleja el matiz ideológico
de quienes regentan y administran ese Estado en un momento histórico concreto.
El 27 aniversario
del crimen cometido contra dos inocentes ciudadanos extranjeros en un
país que se jactaba de ser “democrático”, -pero que nunca definió su rol ante
la sociedad con mayor precisión y responsabilidad-, permite formular una cuestión
de fondo: ¿Qué aprendió Ecuador, a la luz del trágico caso Restrepo, y hasta dónde
las enseñanzas calaron hondo en la conciencia de su pueblo para que nunca más
se repitan hechos tan execrables como el crimen de Estado que segó la vida de Carlos
Santiago y Pedro Andrés? Prohibido olvidar, parece ser el imperativo necesario
que mantenga viva la frágil memoria de
los ecuatorianos. La didáctica de la historia de los hermanos Restrepo señala un valor
esencial que sí está claro: un país se reivindica a sí mismo y ennoblece cuando
el Estado ejerce el respeto de los derechos colectivos e individuales, más allá
de la letra constitucional y de la sombra del olvido.
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