Cuenta la leyenda que los
indios del Tahuantinsuyo en el imperio Inca, creían
que el oro era la sangre de Inti, el Dios Sol. Este significado mitológico difiere
diametralmente de la percepción mercantilista
que los conquistadores españoles tenían del metal precioso como
fría y pura riqueza material, patrón de toda transacción con el que podían
obtener más riqueza y accesorios para vivir. El oro motivó a Francisco Pizarro, antiguo cuidador de cerdos, a aventurarse en una empresa de conquista de fortuna
en busca de El Dorado en tierras de los hijos del sol.
La historia del continente precolombino
cambió para doce millones de indígenas el fatídico 16 de noviembre de 1532, cuando
Pizarro conoció al monarca incaico quiteño Atahualpa, rey-dios, que salió a
recibirlo investido y revestido de un sequito de oro en Cajamarca. El oropel de
la corte de Atahualpa exacerbó aún más la codicia de Pizarro, que en una
maniobra sorpresiva al mando de una hueste de un puñado de mercenarios masacró
a la comitiva, hizo prisionero a Atahualpa y sometió a miles de indios
desarmados que salieron a su encuentro en un ritual alegórico de bienvenida al
advenedizo. De nada sirvió al monarca incaico ofrecer como rescate una
habitación de 50 metros cúbicos llena de oro por su vida. Al fin y al cabo, la
sangre del dios Inti no fue suficiente para saciar la sed de oro del traicionero
conquistador y evitar que derrame la sangre de Atahualpa, al que ejecutó bajo
cargos de conspiración, poligamia e idolatría a falsos dioses.
El choque entre ambos
simbolismos, el mitológico indio y el mercantil hispano, enfrentó a dos mundos
contrapuestos. La inconmensurable riqueza en oro y plata del imperio Inca
desató la codicia criminal de los españoles y fue la perdición del Tahuantinsuyo.
Pizarro, luego del arresto de Atahualpa convivió con su rehén en cautiverio,
incluso llegó a aparearse con una hermana del Inca y procrear dos hijos. Pero
no fue suficiente: cuando el monarca Inca ya no era útil, porque nunca reveló
el destino de la riqueza incaica, lo condenó y ejecutó estrangulado, luego de
hacerlo bautizar con su propio nombre de Francisco. El crimen había sido
augurado por los oráculos incas que predijeron la muerte de Atahualpa a manos
de Pizarro. La historia posterior es conocida. Los españoles sometieron al
Tahuantinsuyo y saquearon al alto Perú. Se calcula que se llevaron a España no
menos de 185 millones de kilos de oro y 16 millones de kilos de plata.
Oro negro para el Sumak Kawsay
Se viven otros tiempos. Los
indios amazónicos ecuatorianos no serán conquistados a sangre y fuego como sus
hermanos incaicos, ni sus jefes serán asesinados como el monarca quiteño
Atahualpa. Muy por el contario, sus derechos ancestrales están escritos y
reconocidos en la ley suprema de un Estado intercultural y plurinacional que
los consagra como dueños de su tierra, de su cultura ancestral y de su futuro comunitario.
Para los indios amazónicos del
Ecuador el oro negro no tiene el significado que tenía el oro para sus
antepasados incas como sangre del dios Inti. Arútam, dios de los shuar, no
sangra metales líquidos y habita en las cascadas selváticas mucho más cerca de
la Pachamama que Inti, el dios sol. A diferencia de los oráculos incaicos, los
chamanes amazónicos no auguran muerte alguna, pero advierten a sus protegidos
del peligro del oro negro contra la naturaleza selvática. El Machi Rafael en
fogoso discurso en tierras amazónicas auguró lo contrario y dijo: el oro negro
sacará de la miseria y traerá el Sumak Kawsay a los pueblos indígenas de la
Amazonía.
Los indígenas insisten en
dejar la riqueza negra bajo la verde espesura selvática de sus territorios. En
esta época de diálogo, bajo el signo de la revolución del Machi Rafael, -de reciente visita a la tierra de los conquistadores -, no existen
jefes aborígenes que asesinar ni oro que saquear. Ahora los indígenas
ecuatorianos viven la opción histórica de que, sin excesos de confianza,
–pecado ancestral de Atahualpa-, hablen palabras claras con el Machi Rafael y se
empoderen de una nueva visión sobre el oro negro y la riqueza de sus
territorios. Su palabra vale más que nunca, ahora que el Ecuador inaugura una nueva era en el manejo de sus recursos no renovables, próximo a la apertura de una ronda de licitación petrolera en el Suroriente de la Amazonía ecuatoriana. ¿Qué será de llevar al reencuentro amazónico, guayusa, chicha
masticada, ayahuasca o floripondio? Acaso, sólo es de llevar la buena
disposición de un diálogo intercultural de buena fe y confianza en la
buenaventura, cierta y duradera, de un país que en el reino de la diversidad
cobije a sus hijos bajo el imperio prometido del Sumak Kawsay.
No hay comentarios:
Publicar un comentario