El asesino de la modelo quiteña Karina del Pozo, según versión policial,
sentenció minutos antes de matarla: ¿Quieren ver cómo se mata a una prostituta?
Dificil hallar en una confesión criminal más premeditación y alevosía. Conducta
inherente a un perverso asesino que concibe y planea su crimen, con lujo de detalles,
ante testigos que impávidos cometen flagrante delito por omisión, y actúan como cómplices y
encubridores.
La crueldad manifiesta del asesino de Karina lo
hace acreedor a la máxima pena existente en el código penal ecuatoriano, que en
el mejor de los casos no excederá 35 años de reclusión. Esta realidad de
nuestro sistema penal deja abierta la discusión acerca de la necesidad de
incrementar las penas por violación con asesinato de la víctima, incluida la
pena capital. ¿Puede haber más impotencia social ante un crimen que, ya en los
hechos, la probable sentencia no repararía a cabalidad el derecho de justicia
de la víctima y sus familiares?
El crimen de la joven modelo está contaminado de
elementos que hacen pensar en una degradación de valores de la sociedad
ecuatoriana “posmoderna”, cuando aún no alcanza a modernizarse en sus más
elementales basamentos culturales que dejan al descubierto expresiones
machistas tan aberrantes como el exhibido por los asesinos de Karina.
Desatar crueles instintos criminales
contra una supuesta “prostituta” – que, obviamente, no lo es,- equivale a un acto de feminofobia, con rasgos
de execrable discriminación de género y sadismo, involucrado en la forma de
ejecución del feminicidio cometido.
¿Qué hace que un sujeto muestre tal impronta de
perversidad asesina contra una mujer donde, además, sacia sus más primitivos
instintos sexuales?
La respuesta debe ser planteada con la frontalidad
que amerita. Un orden cultural que privilegia el hedonismo por sobre otras
formas de relacionamiento y conducta humanas. Un sistema educativo fracasado
que se inhibe de educar con objetividad y sinceridad sobre los múltiples
aspectos de la sexualidad. Un fundamentalismo religioso que condena y
descalifica, sin comprender la diversidad, prejuzgando la práctica natural de
las diversas elecciones sexuales. Un sistema judicial permisivo que,
pusilánime, se niega a incrementar las penas de los delitos sexuales a nombre
de dudosos e inmerecidos derechos humanos de criminales feminófobos. Un
fundamentalismo conventual que rinde culto a la homofobia y a la discriminación
frente al libre ejercicio de la diversidad de género. Un sistema de valores que
privilegia la cultura física por sobre la espiritual, en el que los machos
sacan músculos y luego practican artes marciales en la humanidad indefensa de
sus víctimas. Un sistema político que sanciona tardíamente a cierto candidato
que sustentó su plataforma electoral en odios homofóbicos. Una práctica social
consuetudinaria de silencio y complicidad con actitudes excluyentes, amparada
en la doble moral del machismo que colma los prostíbulos, pero que asesina
mujeres bajo el argumento de que son malas mujeres, cuyos crímenes en un 80%
quedan en la impunidad. El aborrecimiento a las trabajadoras sexuales no es
otra cosa que la aversión a las mujeres, actitud del macho cabrío que, incapaz
de conseguir los favores de la hembra por otros medios, personifica en la mujer
sus frustraciones como depositaria de placer y al mismo tiempo como
catalizadora de dicho hedonismo social. Se trata de esa violencia invisible de
la que habla Bourdieu que ”está siendo evidenciada pero no a modo de denuncia,
sino por el contrario, a manera de naturalización del comportamiento masculino
y estigmatización del comportamiento femenino”.
Llegó el momento que Ecuador mire de
frente la realidad como país incluyente que aspira ser. No puede
haber una plena práctica del buen vivir
con asesinos sueltos, no habrá inclusión de género con el machismo criminal
campante por las calles ni con la intolerancia destilando desde los púlpitos.
Ya es hora, pues, que las distintas instancias sociales involucradas en la
creación de una nueva cultura de convivencia armónica: sistema educativo,
participación ciudadana organizada sistema judicial e instituciones de orden
ético, encendamos la alerta ante la descomposición social que vuelve trivial la
violencia y cotidiana la criminalidad. Ecuador del siglo XXI no puede negarse
la oportunidad de superar sus propias trabas culturales. No seremos el país que
aspiramos, si no comenzamos a reconocer nuestras debilidades, oportunidades y
amenazas en un foda de sincera
disección social, que ponga fin a la acomodaticia doble moral que tanto daño
nos hace como sociedad.
Querido Leonardo: estoy muy identificada con el artículo. Pregunto: ¿Puedo difundirlo en mi página, obviamente indicando tu autoría? Te agradezco por tus contundentes palabras.
ResponderEliminarUna novel seguidora tuya:
-Aspasia-
Con todo gusto puedes reproducirlo mencionando la fuente. Gracias por tu interés.Un abrazo.
Eliminarjajajja no sea ingenuo, usted que tipo de hombres cree que contratan servicios de prostitutas?? jajajaja no van a ser los hermanitos de la caridad. Si uno esta en el mundo de la prostitucion o delincuencia tiene mucha posibilidad de morir de varias formas, no seamos ingenuos y ademas feminazis. ajaja. Siempre habra gente mala y enferma no se puede cambiar eso con leyes, eso ya es humano. solo nos queda cuidarnos a nosotros mismos
ResponderEliminary con respecto al tema de la degradacion de la sociedad, eso lo atribuyo al laicismo, antes la iglesia tenia la potestad de quemar el culo a delincuentes, marikas,etc,etc, y pues se podia mantener el control de la maniaca y enferma mente humana, pero bueno ahora con gobiernos socialistas anticlericales pues nos toca cuidarnos a nosotros mismoo
ResponderEliminares un comentario preciso y muy certero para estos criminales endemoniados asesinos que les caiga todo todo todo el peso de la ley y que se pudran en el infierno junto al demonio
ResponderEliminar