Por Aitor Arjol
Un poeta argentino. Autorizado a vivir. Como una de sus obras.
Que nació en Buenos Aires y, después, parece ser que era o es uno de los
acostumbrados en las Ramblas de Barcelona, que en el año 2005 celebraba sus más
de veinte años de actividad por allá, entre castaños de Indias, plataneros,
artífices de la cultura callejera, habitantes, fuentes de no sé cuántos caños y
albedrío de sombras.
Como en cualquier leyenda urbana, me atrevería a añadir: nadie
sabe dónde vive, cómo localizarle, cuál es su sonrisa a estas horas de la
mañana y dónde está ahora. Sin embargo, en las redes, abunda el efecto de
catarsis en quién lo ha encontrado, adquirido uno de sus poemas o leído.
Inclusive saludado.
¿Quién es Eduardo Mazo? La pregunta tiene una respuesta
impensable: parece ser que iba yo, por el Arenal de Bilbao. Creo que
acompañado. Hace muchos años. Tantos que todavía no tenía canas, sino alguna
que otra ligera pajarera. Iba acompañado y en la plaza bilbaína, por donde
también caminara don Miguel de Unamuno, habían instalado las típicas casetas
para la feria del Libro. No me pregunten cuánto. Es imposible una respuesta
para la que el recuerdo deja un viento de sorpresa. Me encontré, como otros
tantos internautas, un libro de entre todos los que llamaron mi atención. Éste
libro, además, venía acompañado de una sospecha de "subversividad",
por denominarlo de alguna forma. Una imagen como de delincuente político,
detenido por atentar contra la falta de cordura de cualquier régimen
autoritario, en el que viene plasmado el nombre, la estatura, la edad, la
nacionalidad y un sello que le autoriza a vivir. Delincuente no: disidente o,
simplemente, hombre libre. Ese libro tenía que ser para mí. Lo adquirí. Y allí quedó.
Hasta hoy en día, en que una amiga de Caldas, en las afueras de Medellín, me
deja las palabras de un tal Raúl Gómez Jattin, del que añado "tal"
porque desconocía quién era:
"Los poetas, amor mío, son
Unos hombres horribles, unos
Monstruos de soledad, evítalos
Siempre, comenzando por mí.
Los poetas, amor mío, son
Para leerlos. Mas no hagas caso
A lo que hagan en sus vidas"
Entonces pensé. Un hombre de corta o larga cabellera que escribe
eso, no debiera pasar desapercibido. Le respondí que formaba parte de esa
pléyade de malditismo en que concurren Bukowski o Leopoldo María Panero. En
cómo la vida es llevada a las peores circunstancias para encontrar en ella la
más intensa poesía. Pues qué es poesía sino la transcripción de una vida
intensa. Entonces debo matizar: en cómo la poesía es llevada a las
circunstancias más intensas. Y claro, ahí me acordé de Eduardo Mazo.
¿Quién es ahora Eduardo Mazo? Una pregunta para la que, la
respuesta es igual de enriquecedora y sorprendente, más allá de la anécdota. Él
tiene una página hecha por su hijo homónimo, en nombre y apellidos, por dónde
destila gran parte de su obra y pensamiento. Por él sabemos de su vinculación
con Buenos Aires, con las Ramblas de Barcelona y con una ponencia que dio en un
Congreso al que también asistió Ernesto Cardenal. Al respecto, tuve que navegar
por los entresijos de la red para penetrar en las mentes de quienes, como
señalé, lo encontraron.
En ese sentido, un tal Felipe Sérvulo, al que tampoco conozco,
dejó escrito el 29 de junio de 2007: "Eduardo es un poeta que exhibe sus
composiciones en grandes paneles de madera en el paseo. Es el paradigma de
argentino bohemio: ha sido vendedor, psicólogo, periodista, político del
Partido Peronista... Edita y vende sus propios libros, debido al poco apoyo que
los editores dan a los artistas de verdad, dice. Su aspecto parece sacado de
una película de tangos de los años cincuenta: delgado, sesentón, con pañuelo al
cuello y gorra ladeada con la normal chulería en estos casos. Locuaz, como buen
bonaerense, simpático y humano. Es, también, un poquito presumido: dice que sus
poesías se las han inspirado tantísimas mujeres como le han amado y que él se
las dedicaba a ellas".
Es el poeta de las Ramblas. Sabemos de él hasta el año 2007.
Pero duermo. Sigo despertando. Bostezo. Agiganto los brazos en ambas
direcciones. El sol es manifiesto. Abro bien los ojos y encuentro otro
comentario más próximo en el tiempo, el 12 de diciembre de 2013, día en que no
sé si la vida es viernes, pero para la autora que lo describe sí: "yo
siempre he sido un poco pesada y bastante curiosa...y "curioseando"
hace ya unos años encontré un libro muy viejo en las estanterías del salón.
Autorizado a vivir de Eduardo Mazo. Un libro subrayado en varios colores y con
frases tan bonitas como estas". Sí, y Paula dejo estos aforismos, como
salidos de la mente de un visionario lírico:
Lo malo de la muerte es que, casi siempre, nos encuentra
viviendo
¿Qué quieres? ¿ser mi amiga después de haberte ido?
Me pides demasiado: soy fiel a mis amigos
Hay gente que no puede vivir con el televisor apagado
Te quiero tanto que es poco
Lo imposible está al caer
Todo eso y más es Eduardo Mazo. Es una tomadura de pelo contra
el propio concepto de la poesía en que podríamos caer hoy en día. Tomadura de
pelo porque estamos más acostumbrados al panfleto erótico, a los exotismos
semánticos disfrazados de humildad y ¿no hay mayor placer poético que escarbar
y profundidad en la sencillez? Algo que pocos poetas alcanzan. Y por fin me
encuentro con un poeta que concluyó en ello sin necesidad de sentarse en la
orilla de una vereda, con una botella de cerveza medio vacía, contando los
números del tránsito y pensando en dónde va a dormir al raso la noche presente
porque no dispone de otro lugar al que ir.
Afirma Eduardo Mazo en su página. "Leer un poema. No
importa cómo. Antes, el poema, tal vez, estaba en la rupestre figura de un
bisonte que nos enviaba un mensaje de plástico lenguaje, después encontramos al
poema en un papiro o en unas tablas reverenciadas, luego vinieron los papeles
que los árboles nos ofrecían para expresarnos, y hoy, tus pupilas reflejan el
poema que alguien te acerca en el monitor de tu ordenador. Ya ves, no importa
cómo, no importa cuándo, no importa dónde. La poesía no ha muerto".
La poesía no ha muerto en nosotros. En quienes la leemos más
allá de la modernidad o del presunto monopolio de ella por parte de los hipster
o la contracultura o lo que nos dictan que es tendencia o con la relación que
existe entre la condición de poeta y el número de libros publicados. En el otro
lado, considero que por el mero hecho de escribir en verso, tampoco se adquiere
la condición de poeta. Con los años me he dado cuenta de mi propio egoísmo al
considerarme poeta cuando tenía 18 años, pero en el momento en que transcurren
dos décadas dedicadas a la lectura, el conocimiento y la búsqueda de respuestas
sí. Soy poeta, aunque no haya publicado lo que he querido. Soy poeta porque me
disculpa la inquietud por poetas como el presente.
La poesía de Eduardo Mazo es imprescindible sin lugar a dudas.
Está en boca de muchos. Comenzando por quienes paseamos o lo hubimos hecho, por
las Ramblas. Quien escribe poesías como la presente, y a su vez, quienes lo
leemos, creamos el deber de sentirlo.
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