Por
Leonardo Parrini
El blog
LAPALABRABIERTA se ha anunciado estos días como un espacio plural donde
practicar la diversidad informativa, es decir, la convergencia de varias miradas
de un selecto grupo de colaboradores, entre los que destacan la corresponsal en
Paris Dani Game, el historiador Juan Paz y Miño, los escritores e investigadores
Aitor Arjol, Omar Ospina, Hernán Reyes y Hernán Guerrero, entre otros colaboradores
que preparan fuegos. Este gesto de comunicación diversa y libre, amerita una
reflexión sobre el sentido del periodismo y la palabra escrita. Escribir es
describir, nos decía nuestro profesor de Redacción y Estilo en la universidad.
Y siempre entendimos que ese tips consistía en concebir la escritura como una
cámara indiscreta en la mano que revela vivencias. Y es allí donde la palabra describir adquiere su verdadera
dimensión narrativa: hacer sentir recio y pensar recio a los lectores, a partir
de compartir con ellos emociones e ideas movilizadoras.
¿Y cómo se logra un periodismo revelador en un mundo vertiginoso? Pues con una categoría contraria al vértigo,
el aguante paciencioso que es el camino que conduce a la esencialidad, al fondo
del asunto. En esa tentativa infinita, como diría Neruda, es bueno aprender de
los poetas, seres extraños y entrañables que no se andan por las ramas, sino
por las raíces y el tronco de la cosas. Que buscan el fondo esencial y no el
ornamento de las apariencias, el sustrato vital que conduce a las honduras
emocionales que logran movilizar al lector.
Si bien los
media training indican que se debe identificar
ideas-fuerza, la cuestión es cómo establecer dos o tres ideas potentes,
columnas vertebrales del discurso, y eso no lo enseña la universidad, sino la
vida. Esa idea fuerza que tiene la energía de producir sinergias con el lector,
no es un mero enunciado. Más bien es un denunciado,
un descubrimiento a partir de una vivencia. Lo más difícil es titular un
artículo, y eso verdad pura. Siempre se busca la frase memorable, el
entrecomillado citable, la idea escandalizadora, pero ésta no sale de la manga,
sino de una vivencia intensa y reveladora. Y aquello, desde ya, es una aventura
impredecible, que puede ser y no ser, como un campanazo memorable, porque
nuestro compromiso es con la memoria, con la remembranza del mismo modo que el
arqueólogo establece un adeudo con los escombros históricos que desentierra
del olvido.
Y en este avatar
peliagudo, uno se termina mojando el poncho, ensuciando las manos y el alma con
la historia que narra. Intuyo que esto tiene que ver con el desdén a la inútil
imparcialidad frente a la vida, y con el rechazo a cierta objetividad
que es una vergonzante mentira. Hay dolores que duelen y que deben dolerle al
lector para que la comunicación cumpla con el propósito de ser movilizadora. El
purismo emocional es un fiasco, y mala yerba en el periodismo comprometido con
la vida. Sentir recio y pensar recio, sólo es posible cuando ponemos alma,
corazón y vida en lo que sobrevivimos para contarlo.
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