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domingo, 2 de junio de 2013

EL SOCIALISMO MÁGICO



Por Leonardo Parrini
 
Cuando Carlos Marx fustigó al socialismo utópico por su falta de rigor científico y basar sus predicciones en una fantasía desprovista de realista imaginación, echó las bases de una doctrina que presume de ser, históricamente, la llamada a interpretar las causas y leyes de desarrollo del acontecer social. El viejo Marx, a diferencia del joven utópico, entendía la historia como la consecución de hechos que se suceden según un guión predeterminado por la dialéctica real que transita de lo simple a lo complejo, de lo inferior a lo superior. Será por eso, acaso, que los marxistas siempre han mostrado ese aire de superioridad intelectual basado en un optimismo, a ultranza, de que las cosas ocurrirán de un modo y no de otro. 

Lenin, más conservador o realista, en ese sentido habló de que los procesos políticos e históricos no siempre avanzan en un sentido progresivo y bien pueden dar un paso adelante, dos pasos atrás.  Es decir, la dialéctica del retroceso que permite avanzar. Los socialistas en el gobierno de Salvador Allende, se vieron atrapados entre la encrucijada de avanzar consolidando o consolidar avanzando; un artilugio del idioma político de los años setenta, que sirvió para designar la predominancia de la estrategia por sobre la táctica o viceversa, según fuera la situación coyuntural. 

El realismo mágico, en cambio, es ese universo donde las cosas ocurren en la realidad con arreglo a algo parecido a un movimiento de los astros que se alinean en función de un devenir inexorable. El realismo mágico caracteriza los ambientes donde lo surreal es un sustrato histórico que está por debajo de las leyes de la realidad, materialmente determinadas, que impone un acontecer aleatorio en el que lo irreal o extraño es concebido como algo cotidiano y común. 

El socialismo mágico es una expresión acuñada para designar una amalgama de utopía y magia en la política, un proceso en el que todo puede suceder o no suceder, sin tomar en cuenta los condicionantes de la realidad. Sin embargo, cuando el socialismo mágico se concretiza en un discurso obsecuente, la magia es sustituida por el azar y la utopía por la ceguera. Este rasgo del poder conduce a una obnubilación cotidiana que no permite ver los errores, las carencias, las inconsecuencias y las consecuencias de hacer prevalecer la exaltación por sobre la razón. En los procesos revolucionarios, tarde o temprano, asoma este síndrome de socialismo mágico donde no ocurre nada por corregir. Y se instaura el reino de la mediocridad habitado por burócratas imbuidos de la potestad del poder que enceguece y convierte en no videntes de sus propias falencias. 

Hoy, al cabo de seis años del mandato de Rafael Correa, en el proceso político que vive el Ecuador, escuchamos con beneplácito que el lider ha declarado cero tolerancia a los errores, las inconsecuencias y los retrasos dentro de la lógica de  lo que él llama cultura de la excelencia. Cultura y vivencia que empieza por el retorno al metódico procedimiento que deje atrás lo que Marx denominaba el socialismo utópico -que hoy hemos rebautizado, socialismo mágico- para emprender un quehacer basado en el trabajo concreto y realista, con la capacidad de corregir desaciertos y disipar los humos de la cabeza. Cultura que tiene sincronía con los mecanismos que pondrán a funcionar la nueva era del conocimiento proclamada en el país, puesto que sin excelencia no hay socialismo. Claro está, ese es un proceso que reclama la madurez colectiva e individual de concebir el poder como la capacidad de hacer que las cosas sucedan, en este caso, más temprano que tarde con urgencia y excelencia perentoria.

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