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martes, 25 de marzo de 2014

EL CUENTO DE LA REVOLUCIÓN CIUDADANA


Por Leonardo Parrini


Algunos ya habrán puesto el grito en el cielo por el título de este artículo. La política en el buen sentido del término es un cuento. No obstante, vista desde el punto de vista de la comunicación -que es lo que me interesa-, la política es un universo narrado con inicio, nudo y desenlace final, que mantiene como se puede ver, la misma estructura que se descubre en ese relato corto llamado cuento. Y que para Edgar Alan Poe tiene un efecto único, sobre el cual forjar los acontecimientos de modo que mejor ayuden para establecer este efecto preconcebido.

Los buenos cuentos mantienen ese efecto único de principio a fin, y solo al final dan un giro argumental para romper con lo esperado. Algo similar ha hecho en el país la revolución ciudadana, por eso que su discurso es un buen cuento. Un cuento que, como todo buen cuento, deja los finales abiertos. Un cuento con la cualidad de permitir a sus personajes desarrollar sus historias de vida y, sobre todo, a su antojo de vida. Un cuento que no se valga de moralejas, ni moralinas, que enseñe con el ejemplo de una buena historia bien vivida y bien contada. Que las explicaciones inútiles no reemplacen a la vida, porque cuando eso ocurre en política y en el amor, se jodió la Roma.

Los buenos cuentos crean tal clima de encantamiento, que logran sacarnos de la realidad. Los buenos cuentos nunca rompen el encanto, ni con inicios ampulosos ni con finales decepcionantes. Los buenos cuentos generan un clima de expectación en ascenso, mientras se desarrolla la trama. La revolución ciudadana es un buen cuento porque cumple con estos predicados. Un cuento que, como todo cuento, la revolución ciudadana, también viene con tres partes constituyentes, a saber: la introducción, el nudo y el desenlace final. Un introito que comenzó por prometer un nuevo país, una nueva política, una nueva economía y una nueva sociedad. Esa parte del cuento en que se nos dijo que la Patria es de todos. La historia juzgará si eso se ha cumplido en el Ecuador altivo y soberano.  

Y en un segundo momento del cuento, como todo buen cuento, la revolución ciudadana planteó un nudo donde se presenta el conflicto de la historia. Allí suelen tomar forma y se suceden los hechos más importantes. Es la parte del cuento donde se nos dijo avanzamos Patria y estábamos marcando el paso. El nudo surgió a partir de un quiebre o alteración de lo planteado en la introducción. Y ese quiebre en este cuento ocurrió el 23 de febrero, cuando el encanto de la primera parte del cuento se volvió realidad pura y dura de una revolución que no estaba sola en la política, sino que tenía enemigos dispuestos a ir en busca del tiempo perdido y del poder desplazado. Y el país empezó a tener síntomas de sociedad desesperanzada o temerosa de que algo no anda bien de fondo. Y esa frase de la oposición de que sí otro país es posible, deambuló como fantasma recién salido de ultratumba, en los pasillos oficiales.

Y el Ecuador empezó a tener hedor a incertidumbres, mucho tiempo azumagadas. En un síntoma palpable de que la primera parte del cuento había tocado a su fin. Y el cuento tomó un giro de comedia de las equivocaciones -o mejor-, de las explicaciones. Allí está el capítulo del IESS y sus afiliaciones voluntarias obligatorias. Allí, el terreno electoral perdido, no en forma gratuita, como piensan unos, si no a un alto costo político. Y el cuento se volvió pura explicación inexplicable. Allí, la otra explicatoria confusión reciente sobre si la enseñanza del idioma inglés es o no necesaria en la escuela primaria, ante el Acuerdo Ministerial que elimina esa material hasta el séptimo año de básica.

Y viene la tercera parte del cuento revolucionario, el desenlace. Es la fase en donde se suele dar el clímax y la salida a la trama. Incluso en los cuentos con final abierto, hay un desenlace, que en el cuento de la revolución ciudadana todavía es imprevisible. ¿Cuáles son los posibles finales abiertos de este cuento? No imponer, sino dialogar, no sentirse dueño absoluto de la política, evitar en la escena pública los gestos que la coartan, como los errores que generan confusión. Abrir nuevos espacios negociados, sin morir en el intento. Revitalizar una revolución que se siente arrogante, en la falta de autocrítica de ciertos obsecuentes. O que se siente de antemano vencida por temor a mirar la verdad de frente y corregir lo perfectible. Por el solo hecho de que la política es el arte de hacer que las cosas sucedan, solo por eso, no bastan los dogmas, ni los sectarismos adulatorios que denunció el propio Presidente Rafael Correa. Por ahí el cuento se deja leer con un desenlace que demuestra que la cosa se viene reñida, pero no por acción de una oposición dinamizada, sino por la acción de la revolución agotada en sí misma, si no propone urgentes y nuevas alternativas argumentales.

No es tiempo de llorar sobre la leche derramada, pero si hubiéramos tenido más lucidez para ver lo que no estaba bien, otro gallo hoy cantara. La política no se mide sólo por los triunfos o las derrotas electorales, sino por la reencarnación en una cultura política diferente en un país cambiante. Ese debería ser el posible escenario: un desenlace abierto que, como en los buenos cuentos, la revolución ciudadana continuará… Lo auguramos como el que más y como la mayoría del país. Que la esperanza de cambio renueve la lozanía seductora de su efecto único inicial, del que hablaba Poe. Sólo así no sufriremos la sensación indigesta de haber comido un mal cuento.

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