INVOCACIÓN POR KARINA

Por Leonardo Parrini

Karina fue como tantas muchachas que a temprana edad deben buscarse la vida, trabajando en eventos publicitarios, mientras concluyen sus estudios o por necesidad de sobrevivir. Sé que Karina no tenía a sus padres, fallecidos de una enfermedad terminal hace ya un tiempo y que vivía con su hermano.    

No me hace falta saber más de ella para invocar su nombre, no en vano, sino con la certeza de que el asesinato que provocó su muerte agita la conciencia de millones de ecuatorianos que hoy claman justicia. Sé que Karina, como tantas adolescentes, tenía el rostro de la inocencia y una mirada transparente que dejaba ver sus anhelos, la cadencia de su juventud truncada por un absurdo crimen, con un móvil claro: ocultar las evidencias de un acto marcado por la desviación brutal de los instintos, rehuir la culpa de mancillar la frescura de una muchacha abierta a la vida como flor tempranera. 

La crónica policial dice que los asesinos no son criminales pertenecientes a bandas organizadas, y el señor Ministro del Interior, José Serrano, confirma que los presuntos asesinos “son individuos de clase media”. ¿De qué clase hablamos, señor Ministro? ¿De aquella procedencia de gente que asesinó a su hermano Juan Antonio Serrano, en Cuenca? Personas que sin tener antecedentes criminales se desquician, acaso, por efecto del alcohol y al amparo de la noche se convierten en asesinas de inocentes?

¿Qué está funcionando mal, señor Ministro, en el seno de nuestra sociedad de “clase media” que siempre se jactó de ser conservadora de tradiciones y que ahora reclama, urgente, un cambio radical de valores? 

¿Qué pasaría si los deudos de las víctimas de tan alevosa violencia dan rienda suelta a la sed de venganza, como reclamación ante la ignominia de cegar la vida de una niña, cuyo único "pecado" fue ser bella y despertar, sin proponérselo, los más bajos instintos de abuso sexual y criminalidad sin nombre?  

Claro está que la venganza no es justicia, pero la justicia no es tal cuando se impone el reino de la impunidad. Y ese es el clamor ciudadano, señor Ministro: castigo ejemplar para los culpables de este crimen que avergüenza a nuestra convivencia nacional.  

No hace falta, señor Ministro, saber más detalles de la vida de Karina, me basta con su muerte, fruto de un crimen abominable. Bástenos saber que Karina, como las adolescentes de su edad, era dueña de una vida preciosa que le arrebataron miserablemente. Y que usted, señor Ministro Serrano, en nombre de un país que exige justicia, no escatimará esfuerzo alguno para que impere la ley y, de ese modo, restaurar la paz a la familia y amigos de Karina, y así calmar la conciencia nacional exacerbada por tan execrable hecho que no puede ni debe quedar sin castigo.