Por Leonado
Parrini
“Las mismas manos que abusaban de mí me daban de
comulgar”. Parece una frase sacada de un guión de
película de terror, pero es la confesión de Marie Collins, de 65 años que
declaró lo que un sacerdote le hizo
cuando tenía 13 años y estaba enferma y sola en la cama de un hospital. Ella es
una de las miles de víctimas del abuso sexual perpetrado por curas de la
Iglesia Católica. “Han pasado 50 años y
no lo puedo olvidar. Aquellas visitas nocturnas a mi habitación cambiaron
mi vida”, dijo la mujer irlandesa ante un conclave realizado por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma que reunió
a representantes de 110 conferencias episcopales de todo
el mundo y a los superiores de 30 órdenes religiosas. El dramático relato de la
mujer subraya que un cura joven “por la
noche posaba sus manos en su sexo y por la mañana alzaba el cuerpo de Cristo”; abusador de menores al que la Iglesia durante décadas protegió como criminal y
criminalizó a la víctima. “Yo estaba en
la etapa más vulnerable de la vida”, empezó su relato, “acababa de cumplir 13
años y era una niña enferma en la cama de un hospital. Estaba lejos de mi familia.
Y me sentí más segura cuando un capellán católico vino a visitarme y a leer en
la noche conmigo. Él ya era un abusador de niños, pero yo no lo sabía. Yo
pensaba que un sacerdote era el representante de Dios en la Tierra y de forma
automática debía tener mi confianza y mi respeto. Cuando él empezó a tocarme y
a tomar fotografías de las partes más íntimas de mi cuerpo, yo me resistí. Pero
me dijo que él era un sacerdote, que no podía actuar mal y que yo era estúpida
si pensaba lo contrario…”
El caso de Marie
Collins, si bien salió a luz pública, es apenas la punta del iceberg que oculta
la criminalidad de una secta católica cómplice y encubridora del delito de
abuso sexual por parte de sus miembros a menores de edad. Entre los casos más
destacados y conocidos están el de Jean-Lucien Maurel, director de una escuela
en Aveyron (Francia) entre 1994 y 1996, fue condenado por violar a tres niños
en marzo de 2000. Michael Hill trabajaba como obispo en el Reino Unido y en
1997, fue encarcelado por abusar de nueve niños durante dos décadas. En EE.UU
se conocieron en el 2004 más de 10.600 denuncias de abuso sexual al punto que
“las archidiócesis de Los Ángeles y Chicago acordaron pagar casi 500 millones
de euros a más de 500 víctimas desde 1940”. En Irlanda, en 2009, un informe
detalla décadas de violencia sexual a menores en los orfanatos, reformatorios y
escuelas propiedad o dirigidas por miembros de la Iglesia católica. Mientras
que en Alemania, en marzo de 2010, el arzobispo de Ratisbona informa de las
vejaciones de cuatro educadores durante 15 años a miembros del coro de voces
blancas que dirigió Georg Ratzinger, hermano del ex Papa, entre 1964 y 1993. En
Holanda un informe concluyó en 2011 que entre 10.000 y 20.000 menores fueron
abusados por la Iglesia católica desde 1945. En España hay ocho curas condenados
y al menos 12 denunciados y en Bélgica, dos ex obispos son sospechosos de
abusos continuados.
La extensa lista
de casos de abuso sexual a menores en la Iglesia Católica, hace prever que la
estadística más escabrosa aún no se conoce en su real magnitud. El cardenal
William J. Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, admitió: “En los últimos diez años nos han
llegado 4.000 denuncias de abusos, que han puesto de manifiesto la inadecuada e
insuficiente respuesta canónica”. Lo concluyente es que durante décadas, la
Iglesia ha amortajado con el silencio el más sucio de los crímenes.
El escándalo al interior de la cofradía católica costó el puesto al papa Benedicto XVI,
quien convencido del desastre, inició su pontificado en el año 2005 clamando contra la
“suciedad” que veía dentro de su Iglesia (textual: “¡Cuánta suciedad entre
nosotros!”). Tiró la toalla desarmado por los obstáculos, abrumado por los
escándalos y sometido a chantajes. El órgano de prensa del Vaticano, L’Osservatore
Romano había escrito poco antes de que el Papa renunciara que estaba
“rodeado de lobos”. La metáfora preferida fue “una viña devastada por jabalíes”.
El periódico católico pensó “ver puercos salvajes a extramuros, cuando
realmente pastaban dentro de la fortaleza, regocijados”.
El sucesor
argentino, el Papa Francisco, se ha propuesto combatir el problema de raíz.
Como primera medida “ordenó a los suyos romper el silencio”. En ese contexto el
maltés Scicluna, promotor de justicia de la Congregación para la Doctrina de la
Fe, se muestra tajante: “Los abusos a menores no sólo son un pecado, sino
también un delito. Y además de colaborar con las autoridades, tenemos que
asegurar la mejor protección a los menores”. Francisco decidió
formar una comisión con la misión de tutelar a los menores integrada por sacerdotes,
entre ellos destacan el teólogo argentino Humberto Miguel Yáñez
Molina y la irlandesa Marie Collins. La Comisión tiene la responsabilidad de adoptar
medidas para lograr “varias formas de protección a menores, incluidas la
educación para prevenir, y ocuparse de los procedimientos penales contra los
abusos a los menores, de los deberes y responsabilidades canónicas”.
Si la cúpula católica, al menos intenta cumplir
el objetivo de “combatir la pederastia en la Iglesia desde el frente más eficaz
y también más doloroso: desde dentro de la propia Iglesia”, habrá dado un paso
importante para contrarrestar la pérdida de credibilidad. Está en juego la fe
por el defraude de millones de católicos que ven que la sentencia de Cristo, por sus obras los conoceréis, se vuelve
como una espada contra sus propios discípulos.
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