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domingo, 23 de marzo de 2014

PEDERASTÍA: PECADO Y DELITO EN LA IGLESIA CATÓLICA


Por Leonado Parrini

“Las mismas manos que abusaban de mí me daban de comulgar”. Parece una frase sacada de un guión de película de terror, pero es la confesión de Marie Collins, de 65 años que declaró lo que un sacerdote le hizo cuando tenía 13 años y estaba enferma y sola en la cama de un hospital. Ella es una de las miles de víctimas del abuso sexual perpetrado por curas de la Iglesia Católica. “Han pasado 50 años y no lo puedo olvidar. Aquellas visitas nocturnas a mi habitación cambiaron mi vida”, dijo la mujer irlandesa ante un conclave realizado por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma que reunió a representantes de 110 conferencias episcopales de todo el mundo y a los superiores de 30 órdenes religiosas. El dramático relato de la mujer subraya que un cura joven “por la noche posaba sus manos en su sexo y por la mañana alzaba el cuerpo de Cristo”; abusador de menores al que la Iglesia durante décadas protegió como criminal y criminalizó a la víctima. “Yo estaba en la etapa más vulnerable de la vida”, empezó su relato, “acababa de cumplir 13 años y era una niña enferma en la cama de un hospital. Estaba lejos de mi familia. Y me sentí más segura cuando un capellán católico vino a visitarme y a leer en la noche conmigo. Él ya era un abusador de niños, pero yo no lo sabía. Yo pensaba que un sacerdote era el representante de Dios en la Tierra y de forma automática debía tener mi confianza y mi respeto. Cuando él empezó a tocarme y a tomar fotografías de las partes más íntimas de mi cuerpo, yo me resistí. Pero me dijo que él era un sacerdote, que no podía actuar mal y que yo era estúpida si pensaba lo contrario…”

El caso de Marie Collins, si bien salió a luz pública, es apenas la punta del iceberg que oculta la criminalidad de una secta católica cómplice y encubridora del delito de abuso sexual por parte de sus miembros a menores de edad. Entre los casos más destacados y conocidos están el de Jean-Lucien Maurel, director de una escuela en Aveyron (Francia) entre 1994 y 1996, fue condenado por violar a tres niños en marzo de 2000. Michael Hill trabajaba como obispo en el Reino Unido y en 1997, fue encarcelado por abusar de nueve niños durante dos décadas. En EE.UU se conocieron en el 2004 más de 10.600 denuncias de abuso sexual al punto que “las archidiócesis de Los Ángeles y Chicago acordaron pagar casi 500 millones de euros a más de 500 víctimas desde 1940”. En Irlanda, en 2009, un informe detalla décadas de violencia sexual a menores en los orfanatos, reformatorios y escuelas propiedad o dirigidas por miembros de la Iglesia católica. Mientras que en Alemania, en marzo de 2010, el arzobispo de Ratisbona informa de las vejaciones de cuatro educadores durante 15 años a miembros del coro de voces blancas que dirigió Georg Ratzinger, hermano del ex Papa, entre 1964 y 1993. En Holanda un informe concluyó en 2011 que entre 10.000 y 20.000 menores fueron abusados por la Iglesia católica desde 1945. En España hay ocho curas condenados y al menos 12 denunciados y en Bélgica, dos ex obispos son sospechosos de abusos continuados.

La extensa lista de casos de abuso sexual a menores en la Iglesia Católica, hace prever que la estadística más escabrosa aún no se conoce en su real magnitud. El cardenal William J. Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, admitió: “En los últimos diez años nos han llegado 4.000 denuncias de abusos, que han puesto de manifiesto la inadecuada e insuficiente respuesta canónica”. Lo concluyente es que durante décadas, la Iglesia ha amortajado con el silencio el más sucio de los crímenes.

El escándalo al interior de la cofradía católica costó el puesto al papa Benedicto XVI, quien convencido del desastre, inició su pontificado en el año 2005 clamando contra la “suciedad” que veía dentro de su Iglesia (textual: “¡Cuánta suciedad entre nosotros!”). Tiró la toalla desarmado por los obstáculos, abrumado por los escándalos y sometido a chantajes. El órgano de prensa del Vaticano, L’Osservatore Romano había escrito poco antes de que el Papa renunciara que estaba “rodeado de lobos”. La metáfora preferida fue “una viña devastada por jabalíes”. El periódico católico pensó “ver puercos salvajes a extramuros, cuando realmente pastaban dentro de la fortaleza, regocijados”.

El sucesor argentino, el Papa Francisco, se ha propuesto combatir el problema de raíz. Como primera medida “ordenó a los suyos romper el silencio”. En ese contexto el maltés Scicluna, promotor de justicia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se muestra tajante: “Los abusos a menores no sólo son un pecado, sino también un delito. Y además de colaborar con las autoridades, tenemos que asegurar la mejor protección a los menores”. Francisco decidió formar una comisión con la misión de tutelar a los menores integrada por sacerdotes, entre ellos destacan el teólogo argentino Humberto Miguel Yáñez Molina y la irlandesa Marie Collins. La Comisión tiene la responsabilidad de adoptar medidas para lograr “varias formas de protección a menores, incluidas la educación para prevenir, y ocuparse de los procedimientos penales contra los abusos a los menores, de los deberes y responsabilidades canónicas”.

Si la cúpula católica, al menos intenta cumplir el objetivo de “combatir la pederastia en la Iglesia desde el frente más eficaz y también más doloroso: desde dentro de la propia Iglesia”, habrá dado un paso importante para contrarrestar la pérdida de credibilidad. Está en juego la fe por el defraude de millones de católicos que ven que la sentencia de Cristo, por sus obras los conoceréis, se vuelve como una espada contra sus propios discípulos. 

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