Por Leonardo
Parrini
Algunos ya
habrán puesto el grito en el cielo por el título de este artículo. La política en el buen sentido del término es un cuento. No obstante, vista desde el punto de vista de la comunicación -que es lo que me interesa-, la política es un
universo narrado con inicio, nudo y desenlace final, que mantiene como se puede
ver, la misma estructura que se descubre en ese relato corto llamado cuento. Y
que para Edgar Alan Poe tiene un efecto
único, sobre el cual forjar los acontecimientos de modo que mejor ayuden
para establecer este efecto preconcebido.
Los buenos
cuentos mantienen ese efecto único de
principio a fin, y solo al final dan un giro argumental para romper con lo
esperado. Algo similar ha hecho en el país la revolución ciudadana, por eso que su discurso es un buen cuento. Un
cuento que, como todo buen cuento, deja los finales abiertos. Un cuento con la
cualidad de permitir a sus personajes desarrollar sus historias de vida y,
sobre todo, a su antojo de vida. Un cuento que no se valga de moralejas, ni
moralinas, que enseñe con el ejemplo de una buena historia bien vivida y bien
contada. Que las explicaciones inútiles no reemplacen a la vida, porque cuando
eso ocurre en política y en el amor, se jodió la Roma.
Los buenos
cuentos crean tal clima de encantamiento, que logran sacarnos de la realidad.
Los buenos cuentos nunca rompen el encanto, ni con inicios ampulosos ni con
finales decepcionantes. Los buenos cuentos generan un clima de expectación en
ascenso, mientras se desarrolla la trama. La revolución ciudadana es un buen cuento porque cumple con estos
predicados. Un cuento que, como todo cuento, la revolución ciudadana, también viene
con tres partes constituyentes, a saber: la introducción, el nudo y el desenlace
final. Un introito que comenzó por prometer un nuevo país, una nueva política,
una nueva economía y una nueva sociedad. Esa parte del cuento en que se nos dijo que la Patria es de todos. La historia juzgará si eso se ha cumplido en el Ecuador altivo y
soberano.
Y en un segundo
momento del cuento, como todo buen cuento, la revolución ciudadana planteó un nudo donde se presenta el conflicto de la historia. Allí suelen tomar forma y se suceden los hechos
más importantes. Es la parte del cuento donde se nos dijo avanzamos Patria y estábamos marcando el paso. El nudo surgió a
partir de un quiebre o alteración de lo planteado en la introducción. Y ese
quiebre en este cuento ocurrió el 23 de febrero, cuando el encanto de la primera parte
del cuento se volvió realidad pura y dura de una revolución que no estaba sola en
la política, sino que tenía enemigos dispuestos a ir en busca
del tiempo perdido y del poder desplazado. Y el país empezó a tener síntomas de
sociedad desesperanzada o temerosa de que algo no anda bien de fondo. Y esa
frase de la oposición de que sí otro país es posible, deambuló como fantasma recién salido de ultratumba, en los
pasillos oficiales.
Y el Ecuador empezó
a tener hedor a incertidumbres, mucho tiempo azumagadas. En un síntoma palpable
de que la primera parte del cuento había tocado a su fin. Y el cuento tomó un
giro de comedia de las equivocaciones -o mejor-, de las explicaciones. Allí está
el capítulo del IESS y sus afiliaciones voluntarias
obligatorias. Allí, el terreno electoral perdido, no en forma gratuita, como piensan
unos, si no a un alto costo político. Y el cuento se volvió pura explicación
inexplicable. Allí, la otra explicatoria confusión reciente sobre si la enseñanza
del idioma inglés es o no necesaria en la escuela primaria, ante el Acuerdo Ministerial que
elimina esa material hasta el séptimo año de básica.
Y viene la
tercera parte del cuento revolucionario, el desenlace. Es la fase en donde se
suele dar el clímax y la salida a la trama. Incluso en los cuentos con final
abierto, hay un desenlace, que en el cuento de la revolución ciudadana todavía es
imprevisible. ¿Cuáles son los posibles finales abiertos de este cuento? No
imponer, sino dialogar, no sentirse dueño absoluto de la política, evitar
en la escena pública los gestos que la coartan, como los errores que generan confusión. Abrir nuevos espacios negociados, sin morir en el intento.
Revitalizar una revolución que se siente arrogante, en la falta de autocrítica de
ciertos obsecuentes. O que se siente de antemano vencida por temor a mirar la
verdad de frente y corregir lo perfectible. Por el solo hecho de que la política
es el arte de hacer que las cosas sucedan, solo por eso, no bastan los
dogmas, ni los sectarismos adulatorios que denunció el propio Presidente Rafael Correa. Por ahí el cuento se deja leer
con un desenlace que demuestra que la cosa se viene reñida, pero no por acción de
una oposición dinamizada, sino por la acción de la revolución agotada en sí
misma, si no propone urgentes y nuevas alternativas argumentales.
No es tiempo de
llorar sobre la leche derramada, pero si hubiéramos tenido más
lucidez para ver lo que no estaba bien, otro gallo hoy cantara. La política no
se mide sólo por los triunfos o las derrotas electorales, sino por la reencarnación
en una cultura política diferente en un país cambiante. Ese debería ser el
posible escenario: un desenlace abierto que, como en los buenos cuentos, la revolución
ciudadana continuará… Lo auguramos
como el que más y como la mayoría del país. Que la esperanza de cambio renueve
la lozanía seductora de su efecto único
inicial, del que hablaba Poe. Sólo así no sufriremos la sensación indigesta de haber
comido un mal cuento.
Felicitacidades! me encantó tu blog.
ResponderEliminarGracias, Gabriela.
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