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miércoles, 14 de agosto de 2013

YASUNÍ: LA ÚLTIMA UTOPÍA NATURAL


Por Leonardo Parrini

La primera vez que escuché la palabra Yasuní me sonó a una fina beldad japonesa; no obstante, por su tenue sonoridad fonética de género femenino, es nombre apto para evocar a una warmi huaorani. Mi ignorancia se disipó cuando tuve la oportunidad de conocer la reserva ecológica con la mayor biodiversidad del planeta: el Yasuní, un territorio selvático virgen de 9.820 kilómetros cuadrados ubicado entre los ríos Napo y Curaray, en las provincias amazónicas ecuatorianas de Pastaza y Orellana.

El Yasuní se volvió un vocablo memorable, aunque sin etimología conocida en los diccionarios, cuando en 2010 el Estado ecuatoriano, representado por el Presidente Rafael Correa, propuso la Iniciativa Yasuní-ITT (Ishpingo, Tambocha y Tiputini) consistente en dejar bajo tierra unos 920 millones de barriles de petróleo con el fin de evitar la emisión de 410 millones de toneladas de CO2 y la desaparición de una importante fauna y flora, considerando que esta es la región con más biodiversidad en el mundo.

En compensación el Ecuador recibiría 3.600 millones de dólares hasta el año 2023, proveniente de aportes de donantes internacionales, equivalentes al 50% del valor económico de la reserva hidrocarburífera yaciente bajo el Yasuní. Una reciente evaluación determina que el proyecto Yasuní ha generado apenas $ 10 millones en el fideicomiso internacional y $ 2 millones en el nacional, además de la promesa de recabar $ 336 millones de forma inmediata. El balance negativo amerita la toma de decisión frente a la continuidad de la iniciativa Yasuní-ITT de parte del Estado.

Demagogia internacional

El inminente fracaso del proyecto Yasuní-ITT tiene responsables identificados entre los gobiernos y las ONGs europeas y americanas que comprometieron, demagógicamente, su palabra de desembolsar aportes económicos ofrecidos bajo la euforia del ecologismo, a ultranza, que no ha pasado esta vez de las palabras a los hechos. El Estado ecuatoriano ya hizo lo suyo: ofreció desistir, formalmente, de la extracción de hidrocarburos del Yasuní y renunciar así a explotar el 25% de la reserva petrolera nacional.  

La propuesta ecuatoriana Yasuní-ITT se inscribe en los principios ecosocialistas de justica social y defensa ambiental, que pasan por el cuestionamiento a la lógica de acumulación capitalista generadora de crisis económicas, financieras, energéticas y climáticas. La lógica que privilegia el crecimiento económico como sinónimo de “desarrollo”, sustentado en mera acumulación de riquezas, se impone siempre en detrimento de la naturaleza. El modo de producción aplicado por sobre las consideraciones sociales y naturales, imperante en las naciones capitalistas industrializadas, hace que el símbolo mundial llamado Yasuní, no sea para esos países más que una romántica declaración desprovista de auténtico sentido de justicia social y ambiental.   

Renunciar al Yasuní significa dar la espalda a un nuevo modelo de desarrollo basado en el cambio radical de la matriz energética –reducir uso de combustibles fósiles sustituyéndolos por energía hidráulica, geotérmica o solar-, como alternativa de una nueva modalidad de matriz productiva de industrias generadoras de industrias, dentro de una economía postpetrolera. Ojala que la decisión presidencial escuche su propia conciencia y no responda a presiones internacionales del ambientalismo neoliberal o del extractivismo voraz. Tampoco sería viable canjear la iniciativa Yasuní por acuerdos libre mercantilistas con los países europeos.

El Yasuní debe prevalecer en la conciencia de los ecuatorianos como el gesto magnánimo de un país que, invocando a la madre Tierra, escucha el llamado de la Pachamama a no traicionarnos. Hijos pródigos de una tierra que se brinda generosa, al extremo de renunciar a su riqueza material en nombre de una utopía natural inmanente y, por lo mismo, trascendente.

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