Por Leonardo Parrini
En el fútbol los empates se
dirimen jugando un tiempo adicional al reglamentario o, si persiste la
igualdad, a penales. En política no. Basta un voto de diferencia para
dictaminar al ganador. Es el caso de Venezuela en que un punto y medio
porcentual en la votación de Maduro y Capriles tiene al país llanero en una irreconciliable
fractura política. Esta fragmentación que divide al país registraba diferencias
más amplias en las elecciones anteriores en las que Chávez venció a Capriles
por más de un 10% de distancia en las urnas.
“El pueblo se cambió de bando”,
dijo un vendedor ambulante entrevistado por GamaTV en Caracas. “Es que Maduro no es
Chávez”, dijo otro ciudadano entrevistado y tiene razón. La diferencia de
perfil entre ambos dirigentes es abismal, por más que Maduro asimile la enseñanza
de quien llama “mi padre”. La primera contradicción es que segundas partes
nunca fueron buenas. Los dobles en política no existen. Los líderes forjan su
propia impronta y esa es la asignatura pendiente de Maduro a su favor. Todo
apunta a que la imagen de un político no es endosable, en votos, a su adlátere
inmediato.
La obsesión de Maduro por
encarnar a Chávez lo puede convertir en una caricatura política. El ex
conductor de buses colectivos ha hecho todo lo que está a su alcance para
levantar míticamente la figura de su líder, ejerciendo un desenfrenado culto a
la personalidad que se explica por la necesidad propagandística de mantener al tope
la imagen de Chávez ausente en la lid electoral. Eso lo ha conseguido, pero con
un triunfo apretado por la caída de las cifras del chavismo en favor del
opositor Henrique Capriles.
Hugo Chávez iba a ser Presidente
de Venezuela hasta el año 2019. El comandante logró en las elecciones derrotar,
mermado por la enfermedad, a su rival más difícil, el joven líder de la
oposición Henrique Capriles con el 54,4% de los votos frente al 44,0%, venciéndolo en 20 de los 23 estados
venezolanos. Frente al triunfo de Maduro que obtuvo la victoria con el 50,66%
de los votos sobre el 49,07% para Capriles, una diferencia absoluta de 235.000
votos al cierre de este artículo.
Factores del resultado
Los resultados electorales del
domingo pasado se inscriben en la vieja fórmula: todos contra el poder. Los
sectores opositores al régimen chavista, liderados por el empresario Henrique
Capriles, han logrado unificar a las fuerzas derechistas y remontar, en pocos
meses, los diez puntos porcentuales que lo separaban de su contendor
oficialista Nicolás Maduro. Ese es el primer factor del repunte opositor y de
la victoria oficial con sabor a derrota. Aquello fue posible por la suma de
factores subjetivos relacionados con la personalidad de Chávez y de Maduro que lo
reemplaza, sin encarnar sus virtudes.
Según el historiador Juan Paz
y Miño los factores del resultado electoral se relacionan con “la unificación de
la derecha”, la orquestación mediática, la corrupción,
la inflación y la escasez de productos, situaciones que estarían provocando
un creciente descontento popular canalizado por la derecha capitaneada por
Capriles.
Al comportamiento
emocional de las masas frente al reemplazo del lider, hay que adicionar
condiciones objetivas del descontento popular provocado por la situación
económica en una Venezuela que exhibe un índice inflacionario entre los más
altos de la región. Las causas, según analistas, se deben a “un conjunto de
políticas económicas fallidas en los ámbitos fiscal, monetario, cambiario, petrolero,
y, ante todo, salarial”. El fenómeno inflacionario entre 179 países no fue mayor al
5% en 2009, mientras Venezuela registró un 25% anual que aumentó al 35% en el
2010. La inflación promedio de Venezuela en los últimos 12 años se ubica en 23%, mientras que en los 12 años anteriores era de 54%. La escasez
de productos de consumo básico es un hecho que cursa con la inflación en los
costos de dichos productos; fenómeno que se explicaría por la fuerte demanda
estimulada por un circulante a disposición de los consumidores y al ocultamiento
de bienes de consumo masivo provocado por ciertos establecimientos comerciales
con el propósito de multiplicar el descontento popular.
La corrupción es un fenómeno
que no logra ser erradicado de la sociedad venezolana. A principios de los años
setenta, después de recibir un gigantesco ingreso petrolero a mediados de esa
década, la calidad del gobierno se deterioró y la corrupción
se estableció en el país. La corrupción en Venezuela se mide en el
despilfarro de un billón de dólares del ingreso nacional. Transparencia Internacional muestra a
Venezuela, en 2010, entre los doce países más corruptos del mundo. En contraste, las dictaduras del
pasado hicieron de la corrupción el privilegio de una élite; según sectores de oposición, “Chávez permitió que una masa considerable de sus seguidores participen,
en distinto grado, de la “piñata” del dinero, la tierra y los recursos
nacionales”.
El fenómeno se localiza en algunas
dependencias del Estado venezolano como el
palacio presidencial de Miraflores, "centro de operaciones del Presidente en prácticas
de corrupción política”. La Campiña, sede
principal de Petróleos de Venezuela (Pdvsa), convertida en
“un conglomerado incoherente de diversos negocios que van desde la importación
y distribución de alimentos hasta el entrenamiento de atletas”. El
Ministerio de Defensa y la Guardia Nacional y el Ministerio de Finanzas son ámbitos
señalados como escenarios de corrupción. “La administración de las
finanzas de Venezuela durante el régimen de Chávez -según la oposición- ha sido
extremadamente irregular, jugando crimie con nalmentlos tipos de cambio duales,
los funcionarios del Ministerio de Finanzas y los banqueros y corredores de
bolsa asociados se han convertido en millonarios instantáneos”.
En este contexto las empresas
mediáticas de televisión, prensa y radio, “en manos de la industria privada”,
participan en una “Guerra de Medios ya que la mayoría de los medios de masa
está en contra del gobierno”. A diferencia de los EE.UU. u otros países, donde
éstos tienden a verse como neutrales, “los medios venezolanos toman partido,
provocando que sean frecuentemente inundados con propaganda anti-gubernamental”.
El nuevo gobierno
de Nicolás Maduro tiene una agenda compleja hasta el 2019, en la que destaca el desafío
de consolidar un proceso revolucionario que Hugo Chávez llevó adelante, contra
viento y marea, con indudables éxitos en el campo de la salud, la educación y
la democratización política de la sociedad venezolana. El desafío del Gobierno
venezolano es común para los regímenes “de la
nueva izquierda latinoamericana”, que tienen por delante la tarea de
fortalecer la conciencia política de sus adeptos y evitar futuros reveces electorales. Un reto que el historiador
Juan Paz y Mino sintetiza en “la necesidad de inclinar la institucionalidad
estatal a favor de amplios sectores populares, de trabajadores y ciudadanos –puesto
que son ellos los que afirmaron el sistema democrático- y que, históricamente, pueden
dar pasos importantes para superar el capitalismo con miras a una sociedad
distinta.
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