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sábado, 6 de abril de 2013

LA FUGACIDAD DE LOS HÉROES

Leonardo Parrini

Una mujer anónima en una ciudad cualquiera se detiene en una esquina; de pronto, una imagen alucinante: una estatua es transportada lejos de ahí colgada de un helicóptero. Es el busto de Lenin que cruza su mirada muerta con la mirada de la mujer. Es un instante impresionante, la estatua parece querer tender una mano en un gesto vacío, es un gesto imposible La estatua se aleja y la mujer anónima queda ahí en la esquina de esa ciudad, pero ya todo ha cambiado.

Esta escena corresponde al filme Good bye, Lenin del cineasta alemán Wolfgang Becker que encontré en una tienda de videos y que vuelvo a ver después de diez años de haber sido rodada. La película narra el momento en que la República Democrática Alemana RDA, se sacude bajo el derrumbe del socialismo a la caída del muro de Berlin en octubre de 1989. La escena de la mujer junto a la estatua de Lenin que simbolizó el socialismo real en la Alemania de Eric Honecker, me hace pensar en tantos ídolos, iconos de utopías, que hemos visto caer, o mejor, reemplazar en la historia por una nueva forma de organización social, o por el regreso al pasado, en una involución muchas veces dificil de entender.  

En América Latina hemos asistido en las cuatro últimas décadas a la muerte de Salvador Allende, a la desaparición de Hugo Chávez, al retiro en vida de Fidel Castro, por nombrar a tres líderes que de alguna manera han encarnado la utopía latinoamericana de la sociedad socialista. En los tres casos la ausencia del lider ha significado, o podría significar, también la desaparición de aquello que representan, de la quimera política que encarnaron en su momento histórico concreto.

Y ahí están las estatuas citadinas, porque una ciudad sin estatuas es una ciudad sin héroes. El anhelo de mundos ideales, tan antiguo como el ser humano conduce a la idolatría, esa vieja práctica que impulsa al hombre a crear dioses. Una manera de petrificar las ideas en iconos que simbolicen las aspiraciones populares de trascender el momento histórico vigente, a cambio de un mundo idealizado que se presenta como alternativo al mundo real existente.


Héroes transitorios

¿Están condenados los héroes a desaparecer junto con los sueños que encarnan? La utopía no sólo consiste en soñar, sino cambiar la vida real. ¿Qué ilusión queda en un mundo en ruinas donde los grandes relatos están diseminados como escombros? Es preciso descubrir, como el ave Fénix, la nueva utopía que puede sostener al hombre.

Nos toca vivir un tiempo de héroes transitorios y cruzarnos con la mirada vacía y ausente de un dios muerto, un icono desaparecido, un lider desterrado o una causa perdida. Habitamos un mundo derrumbado, como la épica que entrañó sus grandes utopías ya desvencijadas. Cuando se acaba el macro relato y sólo quedan pequeñas historias cotidianas de sobrevivientes anónimos, se comienzan a ver los náufragos de una tormenta existencial en la que hemos navegado sin faro.

Los pueblos sacralizan sus héroes a la medida de sus necesidades ideológicas, cada grupo humano crea dioses transitorios que luego incinera en la hoguera del desprecio y en las cenizas del olvido. Ecuador ha petrificado sus tendencias políticas de cada tiempo histórico con mucha nitidez. En el ámbito nacional se yerguen estatuas al ideario del liberalismo y conservadurismo que, en su momento, se han alternado en la conducción de los destinos del país.      

Sin embargo, Ecuador tiene pocas estatuas como pocos héroes que perduran en su memoria colectiva. José Antonio de Sucre, Juan Montalvo y Eloy Alfaro, vigilan algunas esquinas del país. Gabriel García Moreno, José Vicente Olmedo o José M. Velasco Ibarra enfilan una mirada de piedra a orillas de un rio o en medio de un parque. El resto corresponde a un puñado de gamonales nacidos en pequeños feudos de origen rural, que lucen desportilladas estatuas en plazas pueblerinas.

Es comprensible que sociedades tribales de chamanes y brujos, de aquelarres políticos y revoluciones de papel, sucumban a la sacralización de ídolos de cartón. Aludo a aquellos líderes que llamados a conducir colectivos humanos en la senda de lo grupal, por ironía de la historia y culto a la personalidad, concentraron en su efigie el destino de procesos que debieron contar con una orgánica que garantice su continuidad, más allá de la vida de sus dirigentes. Hoy son cadáveres políticos, sin siquiera una estatuilla de barro.  

La historia toca a campanazos de alerta a los líderes actuales. Llamados a trascender y hacer trascender las causas que lideran, las revoluciones podrían morir con ellos, precisamente por no sembrar la raíz orgánica de un movimiento colectivo que sobreviva a la transitoriedad histórica de los hombres. Latinoamérica está llena de héroes pasajeros, y acaso todo lider en la soledad del poder esté condenado a la fugacidad temporal de un momento de gloria, para luego convertirse en estatua de sal que será retirada un día de una plaza cualquiera, como sucedió con el líder bolchevique en el filme Good bye Lenin.

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