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jueves, 17 de enero de 2013

LOS EXTREMISMOS DEL PREDICADOR INTOLERANTE



Por Leonardo Parrini

Que los extremos se tocan, es una verdad que manejaba mi madre con mucha convicción. Igualmente compartía la idea que quien pregona, lo hace alardeando de aquello que adolece. Parafraseando a mi madre, diré que quien predica cojea del lado que moraliza. En política estas luminosas verdades de mi madre se expresan en una figura intolerante en la campaña presidencial ecuatoriana: la retórica moralista como argumento político. No deja de ser curioso que en un país con una Constitución archidemocrática, un individuo pretenda ser elegido Presidente de la República con argumentos que contradicen, diametralmente opuestos, a las tesis sociales incluyentes y garantistas de dicha carta constitucional.

Pero, como mi madre tenía razón, quien predica a los cuatro vientos su condición, oculta bajo la manga aquello que no es, puesto que, aquel que tiene conciencia de sus valores no necesita pregonarlos a destajo. Pero en política no hay lógica; tanto así, que la demagogia pone en boca del más recatado expresiones como las que estos días oímos en boca de un candidato predicador evangélico que denosta a sus semejantes en nombre de Dios, con el más recalcitrante absolutismo ideológico, en tiempos en que la diversidad de opinión es cada día más valorada en el Ecuador democrático de hoy.

Escuchar por una emisora de radio, a estas alturas de la vida, en boca de un candidato que los homosexuales son el fruto de un acto sodomita de sus padres causa, por decir lo menos, estupor. Puesto que en Ecuador corren vientos de inclusión y de respeto a las más diversas opiniones, acciones y omisiones de cada ciudadano y ciudadana, sorprende que la intolerancia sea promesa de campaña electoral y práctica de quien, desde un inaceptable fundamentalismo, pretende dirigir los destinos del país. Más allá de que las encuestas no reflejen ninguna posibilidad para que el susodicho candidato sea elegido Presidente, sus expresiones invitan a reflexionar sobre el carácter extremista de estas perlas: “Que si en Europa este tipo de relaciones (homosexuales) están permitidas, pues que se vayan todos para allá, recomendó. Y algo no menos indignante que lo anterior: que sus recursos económicos provienen de la creación de siete iglesias. Y que fue el mismísimo Dios quien le pidió que sea candidato y salve a los ecuatorianos”

Intolerancia neofascista

La historia de la humanidad registra, no pocas ocasiones, versiones del discurso nazi fascista. Entre los argumentos manidos de los dictadores está la alusión demagógica a ciertos talantes humanos como el sentido obsesivo del deber, la homofobia, el furibundo desprecio por las razas de color o la misoginia extrema. No es casual constatar, entonces, que las dictaduras son intransigentes con la diversidad. Los dictadores son moralistas. Los dictadores maniqueistas dividen al mundo entre el bien y el mal, como expresión de una sospechosa moralina cuartelera.

Los dictadores, Adolfo Hitler y Augusto Pinochet las emprendieron contra los homosexuales en una forma de autoafirmación de género machista que refleja la génesis violenta del comportamiento político y social de sus dictaduras. El primero los exterminó junto a los judíos, y el segundo los echó al mar desde un barco-mazmorra. Todo moralista es violentamente fundamentalista y todo fundamentalismo es irrespetuoso de los derechos y matices humanos.  

Andar aferrado a sus dioses, es otro acto de absolutismo ideológico de quienes adolecen de aquello que predican. Algo así, como decía mi madre, el diablo vendiendo cruces. Siempre con la fatua misión de pastorear ovejas descarriadas, estos fanáticos dan en la cabeza con la biblia a todo el mundo, sin mirar la paja en el ojo propio. Las fobias son una característica de los dictadores. Fobias contra esto y aquello, contra el negro, el amarillo y el gay. Fobia, como rechazo neurótico de aquello que no alcanzan a comprender. Hablar en nombre de Dios y negar, en la práctica, el principio de universalidad, es un clamoroso contrasentido. Pretender salvar a la humanidad despreciando al hombre, es obra de esquizofrénicos. No hay peligro mayor que cuando se mezclan, en una amalgama de intolerancia, fanatismo religioso, intransigencia política y fuerza bruta. El balance de esta funesta trilogía, en algunas naciones del mundo, se ha escrito siempre con sangre. Ecuador está a tiempo de impedirlo y mi madre lo sabe.

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