En su
apartamento de las Torres de Almagro, en Quito, parece no transcurrir el
tiempo. El eclecticismo de la decoración, -de exquisito gusto, por lo demás-,
remite a una atmósfera atemporal donde es posible encontrar una pintura de
Stornaiolo, un panel con íconos de remotos lugares del mundo, un jarrón de
porcelana milenaria o un souvenir traído recientemente de Atenas. Me recibe
afable Abdón Ubidia, como gran anfitrión a su eterno vecino. Vamos a terciar nuestro segundo conversatorio
periodístico, íntimo, suscitador, grato en todos los sentidos. Me ofrece un
puñado de sus libros y me parece reconocer textos que han dejado una huella
marcada, a fuego lento, en mi espíritu. Lo digo, porque la lectura de Ubidia
siempre será reposada, anchurosa como un sobrevuelo a una inteligente
diversidad de temas. Esta vez vamos a hablar de su libro Tiempo, que será presentado el próximo 6 de octubre en la Casa de
la Cultura. Un texto en el que Abdón Ubidia reflexiona a acerca de los designios de un
enemigo silencioso, -el tiempo- y que, en su páginas se convierte en una circunstancia
acaso promisoria.
En tu libro has insinuado que el reloj no es el que marca
el tiempo, sino el tiempo marca los relojes. Si esto es así, ¿qué es lo que
marca el tiempo?
Yo había
escrito un cuento que se llama Relojes,
en el que un protagonista compra esos relojes digitales de la década de los
ochenta donde desaparecía la esfera de manecillas y solo asomaban como
pulsaciones los números. En el reloj de manecillas uno podía ver el decurso del
tiempo, el pasado que se va volviendo presente y va hacia el futuro. Que hay
una circularidad en el tiempo que promete que volverá con sus días y sus
noches. Esta es la promesa del eterno retorno del tiempo. En la esfera de
manecillas podíamos mirar el centro y eje que lo organiza todo. Ese reloj
marcaba certeza, la idea de un centro ordenador, llámese Dios o llámese
racionalidad. De pronto asoma el reloj digital que no nos permite ver el
presente instantáneo con un deseo en donde asoma el momento, el instante. El
antiguo reloj mostraba una concepción del mundo, no era el reloj lo que marcaba
al tiempo, era la época lo que imponía la posibilidad de construir un reloj. Este
reloj digital nos está mostrando un tiempo vacío, sin certezas, un tiempo sin
pasado y sin futuro, sino sin centros ordenadores. A lo mejor, ese es el tiempo
de hoy. El cuento terminaba con una
escena en la que alguien había inventado un reloj que marcaba tu tiempo de
vida, lo que te queda. No pueden ser inventados los relojes gratuitamente, sino
cuando una concepción del mundo exige que existan.
Dice Bertolt Brecht que las nuevas épocas no comienzan de pronto, ¿puede la literatura
adelantar una época?
De hecho, la
literatura ha adelantado todas las épocas. El Quijote está anunciando ya la
oposición de razón-locura que regiría luego, dos siglos después. Kafka, su
literatura, en El Proceso, libro cuyo protagonista es juzgado por algo que
no es. Entonces ocurre que su mujer Milena fue ajusticiada,
pocos años después, por el hecho de ser judía. Qué decir de Julio Verne y la
literatura de ciencia ficción y anticipación. Sostengo que vivimos presos en un
palacio de espejos, la mente humana ya está hecha, que no puede inventar lo
desconocido, sino que piensa siempre lo mismo. Yo creo que toda literatura se
anticipa, porque no requiere de las deducciones lógicas de los aparatos
racionales, autolimitados, que la academia impone, sino que se adelanta en la
medida en que acude a un elemento supremo: la intuición y los presagios.
Y las utopías…
La literatura
está hecha, no solo de utopías, sino de distopias.
Confronto dos ideas de tu libro: por un lado dices que el tiempo es la incógnita actual, y por
otro, que la literatura explica lo
inexplicable. ¿En qué medida ésta contribuye a desentrañar el tiempo?
Ahora no tenemos
una ciencia que nos diga qué es el tiempo. Un pensador genial como Einstein,
escribe en su Teoría de la relatividad
que el tiempo es una dimensión más de la materia. Pero la teoría quántica desmiente
aquello. Extrapolando una idea de Heidegger, diría que estamos hechos de
tiempo, somos más que nada, tiempo. No es el espacio lo que genera el tiempo,
es el tiempo lo que genera el espacio; creo eso y más que seguro que estoy
equivocado, ojalá que sea así. Tengo una vieja idea que es que la literatura
explica lo inexplicable, pero también lo explicable. Pero yo no puedo
explicarme muchos hechos como la vida y la muerte, las coincidencias o los
destinos macabros. Faulkner explicó lo inexplicable y Balzac explicó lo
explicable y lo inexplicable de la sociedad burguesa de Francia. Pero no
explica el enigma que eso me provoca. Y también el realismo social tiene un
límite, no puede explicar lo que explican las tradiciones orales, otro modo de
entender el mundo. Cómo alguien vuelve de la muerte, cómo hay aparecidos en el
universo de mitos. Eso para mí es una verdad, y como la literatura explica lo
inexplicable, se mete con el tiempo. Ahí solo pueden entrar los literatos a
explicar el enigma.
Tu afirmas en el libro Tiempo que los filósofos son un pretexto para expresar los cambios de las
relaciones de poder entre ricos y pobres. ¿La literatura puede alterar
estas relaciones?
Bueno, de hecho
que sí. Brecht se desquitaba de los burgueses de su tiempo en sus obras, por ejemplo
en la ópera Tres Centavos.
La literatura suele ser un temporizador, un catalizador
del tiempo que hace que las cosas sucedan, porque se anticipa ellas; pero, al mismo
tiempo es memoria. ¿Qué opinas de esta dualidad, o solo existe el presente?
Vuelvo a la idea
existencialista que lo que tenemos entre las manos, solo es el presente. El
futuro no existe, está hecho de proyectos pensados que se cumplen o no, y
llegas al vacío. Galeano decía que las utopías solo sirven para dar un pasito más hacia ellas, pero que se cumplan,
difícilmente. El futuro es el presente que va a llegar, y el pasado es el
presente que fue. Lo que va quedando es una memoria. El presente es algo que se
desplaza, que va dejando una huella que es el pasado, y que va abriendo promesas que son futuras.
En aquello de cotejar nuestro tiempo y la literatura,
permíteme sugerir que hagas una caracterización de cuáles son las señas
particulares de nuestro tiempo y de la literatura actual.
En mi libro La Aventura amorosa sostengo que el pensamiento hegemónico es imposible, y lo que existen son pensamientos fragmentarios. Si los discursos están fragmentados a nosotros nos queda la posibilidad de eclecticismo, de pensar una y otra cosa sin contradicciones. Algunos le llaman posmodernidad, yo no estoy tan acuerdo. Habermas dice que lo que llaman posmodernidad no existe, es un momento de vacilación de la modernidad. Yo creo que esta época, a diferencia de la modernidad que era un proyecto, -del desarrollo de los estados nacionales y del capitalismo-, en este momento es muy difícil establecer promesas, éstas están dadas por los mentirosos, los charlatanes y los negociantes.
En mi libro La Aventura amorosa sostengo que el pensamiento hegemónico es imposible, y lo que existen son pensamientos fragmentarios. Si los discursos están fragmentados a nosotros nos queda la posibilidad de eclecticismo, de pensar una y otra cosa sin contradicciones. Algunos le llaman posmodernidad, yo no estoy tan acuerdo. Habermas dice que lo que llaman posmodernidad no existe, es un momento de vacilación de la modernidad. Yo creo que esta época, a diferencia de la modernidad que era un proyecto, -del desarrollo de los estados nacionales y del capitalismo-, en este momento es muy difícil establecer promesas, éstas están dadas por los mentirosos, los charlatanes y los negociantes.
"Estamos solos en el
mundo"
Hay una idea que manejaste brillantemente en Referentes. En esta incerteza, en estas
dudas, en estos vacíos, tú bogas por volver a los grandes referentes,
extraviados en el mundo…
El problema es que en el vacío surge la desesperación y surge la incertidumbre. Vivimos en una época de incertidumbre, pero si te conformas con la incertidumbre y la desesperación, evidentemente tu futuro no sabes que será, pero tu presente podrá ser arruinado porque te aferraras a cualquier idea de promesas redentoras de futuro. Y eso es lo que ha hecho el neoliberalismo, la utopía neoliberal que promete la desigualdad absoluta. La idea es que –como decía la Tacher-, la desigualdad permite el dominio de los mejores. Los resultados del neoliberalismo son dramáticos: el 1% de la población de los EE.UU capta el 99% del crecimiento de la riqueza. Grecia es un ejemplo donde se privatiza todo. Alemania se ha tomado Grecia, sin armas, con una ideología y una economía perversas. Vengo presentando mi segundo libro en Atenas, traducido al griego. Lo que me enorgullece, la industria cultural está bien, lo demas está destrozado. Carlos Slim gana 16 millones de dólares diarios en México, mientras el 60% de los mexicanos no llega a ganar 3 dólares al día. Esa gran diferenciación genera una violencia absurda, mientras los narcos están ahí dispuestos a reajustar, a sangre y fuego, a como dé lugar ese esquema. El neoliberalismo ya está viviendo su utopía de abolir todos los referentes. En el arte se ha suprimido el referente del artista, el artista ya no es nadie. Está sujeto al dominio del curador que se ha vuelto un comisario, que no ordena lo que el artista ha hecho, sino cura lo que debe hacer. Ahora es un refrito que solo permite que cualquiera pueda ser artista, y no es así.
En la literatura está pasando lo mismo, ¿el editor es otro comisario frente al escritor?
Si, por
desgracia sí, porque el crecimiento de las grandes casas editoriales aprobó la
edición sin editores. Por suerte hay editoriales independientes y pequeñas que
combaten esa idea de que el mercado lo determina todo. Libros que tengan sexo,
autoayuda o violencia extrema y algo más, tienen el éxito asegurado. Como
escritor, olvídate del mercado; solo importa lo que quieres hacer. Estamos
solos en el mundo.
En el libro Tiempo
adelantas una frase en boca de un personaje: te empieza a preocupar el momento
en que el tiempo decrete tu fin ¿Te preocupa la muerte?
Claro, me preocupó siempre desde niño. Decía que quería vivir cuarenta años, cuando cumplí cuarenta años me moría de miedo. Ahora estoy en una edad en la que no quiero reconocerme, pero que los otros me reconocen, y me digo: ¿cuántos años me quedarán de vida? Yo no quiero morirme, quiero vivir hasta los 128 años por lo menos. ¿Por qué? Por curiosidad.
En tu libro encontramos otra frase muy significativa, que dice: el deseo es un cisne que canta para morir. ¿El amor es igual?
La frase es de
Bachelard: los cisnes cantan una sola vez en la vida, cuando van a morir. La
idea es que la pasión tiene fecha de caducidad. Nace, canta y muere y después
se transforma en otros modos del amor. Hay una constante, la pasión no dura más
de tres años. Es un mandato de la supervivencia y no tiene sentido que se
proyecte mas allá.
Cortázar dice que todo
dura un poco más de lo que debiera. ¿Cómo podríamos disponer de un tiempo a
nuestra medida, vivir reflexionando, para que el futuro no fuera un volador de
luces y el pasado fuera un lastre...? ¿Cómo saltarnos esa sentencia de
Cortázar?
Yo creo que es,
como los has dicho, una sentencia. Todo debería durar más. Que la muerte es un
accidente. No se ha podido pasar de los 90 años, alguien vivirá 120, pero
algunos científicos sostienen que el ser humano está equipado para vivir 160 años,
pero no los cumple porque hay muchas condiciones adversas, y por eso creo yo
que 160 sería una buena cifra, porque la inmortalidad sería otro problema.
Sería una cifra que nos permitiría vivir más lentamente, el pecado en la
actualidad es el culto a la velocidad.
Vivir significa
construir futuros recuerdos, dice Ernesto Sábato. ¿Cómo
te gustaría ser recordado, qué te preocupa de la trascendencia, de todas las
ofertas existentes para trascender, con cuál te quedas?
Sabes que el
tema de la trascendencia, inevitablemente evoca el tema de la muerte. Pero,
evidentemente, prefiero estar vivo que ser recordado. Prefiero tener mis amigos
como vos, y como mis otros amigos. Yo soy mis amigos. Quiero que me recuerden
como un tipo que se pasó la vida tratando de escribir.
Hemos conversado largo y tendido, Abdón, ¿qué pregunta se
me quedó en el tintero que te harías tú mismo?
La pregunta que
me haría yo mismo es: ¿cómo escribir un poco más? La literatura es vida, pero
para escribir literatura tienes que dejar un rato la vida. Hay quienes dicen:
enciérrate en un cuarto para escribir y eso será tu vida. Pero, yo me acuerdo
una vez que vine deprimido de un gran encuentro que hubo en Alemania de
escritores profesionales. Ellos no querían salir de las habitaciones del hotel,
porque estaban escribiendo sus catorce horas diarias. Yo no quiero esa vida, yo
no voy a ser escritor profesional. Yo tengo que salir a ver el mundo. Tal vez
escribo a pesar mío. Tal vez no soy muy buen escritor. Tal vez no me guste
tanto escribir. ¿Y qué me hago con las inquietudes que el mundo me siembra todo
el tiempo? La literatura es un resultado, un destino que se ha ido dando a lo
largo de la vida en función de unas cuantas tozudeces. Hubiera querido ser
cantante…y de tangos.
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