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viernes, 29 de marzo de 2013

PADRE ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?



Por Leonardo Parrini

En esta época de reflexiones -y no me refiero necesariamente a la semana en la que el mundo religioso conmemora la muerte de Cristo- sino al signo de tiempos en que el hombre busca respuestas existenciales a su condición humana, me detengo en una frase que siempre me ha subyugado, por decir lo menos, en mi curiosidad periodística.

Según los escritos bíblicos señalados como Mateo 27:45-46, a la hora novena y bajo intensas tinieblas que cubrían la tierra, Jesús al momento de morir crucificado, pronunció con voz estentórea: Elí, Elí, ¿lama sabactini? (Padre, por qué me has abandonado). Estas palabras de Cristo agonizante, pronunciadas seguramente en hebreo o arameo, no sólo me han obsesionado, sino que expresan uno de los misterios más inescrutables para los seguidores de Jesús.

En distintos momentos de su historia, católicos y protestantes, han intentado una respuesta satisfactoria a la interrogante: ¿Cómo es que el hijo de Dios se siente abandonado por el Padre, en el momento crucial de su misión en este mundo? Cuestión frente a la cual, aún no encuentro respuesta satisfactoria y convincente.   

Hace un año, el ex papa Benedicto XVI, en una alocución por Semana Santa resumió la respuesta a la decisiva interrogante, señalando que “No se trata de dudas sobre su misión o sobre la presencia del Padre: “Jesús ora en el momento del último rechazo de los hombres, en el momento del abandono; ora, sin embargo, con el Salmon 22, consciente de la presencia de Dios Padre aún en esta hora, en la que se siente el drama humano de la muerte”.

El ex jefe de la iglesia católica justificó en estos términos la frase de Cristo: "En el amor redentor que le unía siempre al Padre, nos asumió en nuestra separación de Dios a causa del pecado hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: ¿Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".

Según esta respuesta papal, ¿significa que el Padre no sólo abandonó a su Hijo, sino además al resto de la humanidad en nombre de la cual Cristo se sacrifica y redime en ese acto extremo de su vida? No hay respuesta más desafortunada, a nuestro entender, para la interrogante cristiana, puesto que pone en tela de juicio la bondad de Dios y frente a la duda, la propia fe de Cristo. En conclusión a la explicación papal, la frase de Cristo, tomada al pie de la letra, el redentor murió en la desesperación existencial.

La amargura de un rezo

El Salmo 22 al que hace referencia el ex jefe de la iglesia católica, fue escrito 600 años antes del nacimiento de Cristo, en tiempos en que la crucifixión no había sido todavía inventada. Ese brutal procedimiento de tortura y muerte fue creado por los Fenicios y adoptado por los Romanos. Cuando Roma ocupó Israel impuso la crucifixión como forma de ejecutar penalmente a los judíos reemplazándolo por la lapidación.

El Salmo 22, según los especialistas bíblicos, es un rezo extremo que comienza con un texto cargado de amargura y desaliento, pero que concluye con frases más esperanzadoras y que reiteran la fe en el Padre: ante él se inclinará los que bajan al polvo: a mí me dará vida.

Cristo, en su agonía ¿no alcanzó a rezar el salmo completo, o no tuvo ánimo de concluirlo con una frase más alentadora? Cualquiera sea la respuesta el tema es determinante porque pone en tela de juicio un fundamento esencial de la historia de Cristo y su menajes mesiánico: ¿Cristo perdió la fe en Dios, su padre, el momento de su muerte? De haber sido así, es el acto más humano jamás experimentado vivencialmente por un ser que, según la lógica de la deificación, encarnó un dios.

Analistas del tema han señalado que “Es posible que en algún momento en la Cruz, cuando Jesús se hizo pecado a favor nuestro, en un sentido, Dios el Padre, le volvió la espalda a Su Hijo (Habacuc 1:13 que Dios es muy limpio para ver el mal), por lo tanto, es posible que cuando Jesús llevó nuestros pecados en la Cruz (1 P 2:24), Dios, el Padre, le volvió la espalda espiritualmente.”

Frente a la invocación de Cristo a su Padre caben algunas interrogantes: ¿El padre lo abandonó efectivamente, Cristo dudó de su misión y de la fe en su padre? ¿Hubo alguna parte del guión profético que no se cumplió?

Algo sí es seguro: la tortura y muerte de Cristo representa el acto más extremo de la lucha religiosa de su tiempo. No se debe olvidar que Cristo es juzgado y ejecutado por orden de los sacerdotes y lo hicieron en nombre de la Ley de Dios. "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir", exclamaron sus acusadores ante Pilato (Jn 19,7)”.

La frase de Cristo pronunciada en su agonía le devuelve una historicidad innegable y una condición humana que representa el mayor acto de redención: ser igual a sus iguales y asumir su destino. Mientras concluyo este artículo me viene a la mente la frase de Abdón Ubidia, escrita en su libro Referentes: Estamos solos en el mundo y sin dioses. Lapidaria sentencia que nos estigmatiza en nuestra extrema soledad existencial frente a nuestras propias debilidades y fortalezas. Una condición humana, por lo demás coherente, con un destino ineludible, frente a cual debemos sobrevivir como hombres, con o sin redenciones, en nombre del padre y del hijo abandonado.

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