Por Leonardo
Parrini
En esta época de reflexiones -y no me refiero necesariamente a la semana en
la que el mundo religioso conmemora la muerte de Cristo- sino al signo de
tiempos en que el hombre busca respuestas existenciales a su condición humana,
me detengo en una frase que siempre me ha subyugado, por decir lo menos, en mi
curiosidad periodística.
Según los escritos bíblicos señalados como Mateo 27:45-46, a la hora novena y bajo intensas
tinieblas que cubrían la tierra, Jesús al momento de morir crucificado,
pronunció con voz estentórea: Elí, Elí,
¿lama sabactini? (Padre, por qué me has abandonado). Estas palabras de Cristo agonizante, pronunciadas
seguramente en hebreo o arameo, no sólo me han obsesionado, sino que
expresan uno de los misterios más inescrutables para los seguidores de Jesús.
En distintos
momentos de su historia, católicos y protestantes, han intentado una respuesta
satisfactoria a la interrogante: ¿Cómo es que el hijo de Dios se siente
abandonado por el Padre, en el momento crucial de su misión en este mundo?
Cuestión frente a la cual, aún no encuentro respuesta satisfactoria y
convincente.
Hace un año, el ex papa Benedicto XVI, en una alocución por Semana Santa
resumió la respuesta a la decisiva interrogante, señalando que “No se trata de dudas sobre su misión o sobre la presencia del Padre:
“Jesús ora en el momento del último rechazo de los hombres, en el momento del
abandono; ora, sin embargo, con el Salmon 22, consciente de la presencia de
Dios Padre aún en esta hora, en la que se siente el drama humano de la muerte”.
El ex jefe de la iglesia católica justificó en estos términos la frase
de Cristo: "En el amor redentor que le unía siempre al
Padre, nos asumió en nuestra separación de Dios a causa del pecado hasta el
punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: ¿Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?".
Según esta
respuesta papal, ¿significa que el Padre no sólo abandonó a su Hijo, sino
además al resto de la humanidad en nombre de la cual Cristo se sacrifica y
redime en ese acto extremo de su vida? No hay respuesta más desafortunada, a
nuestro entender, para la interrogante cristiana, puesto que pone en tela de
juicio la bondad de Dios y frente a la duda, la propia fe de Cristo. En
conclusión a la explicación papal, la frase de Cristo, tomada al pie de la letra,
el redentor murió en la desesperación existencial.
La amargura
de un rezo
El Salmo 22 al que hace referencia el ex jefe de la iglesia católica,
fue escrito 600 años antes del nacimiento de Cristo, en tiempos en que la crucifixión no había sido todavía inventada. Ese
brutal procedimiento de tortura y muerte fue creado por los Fenicios y adoptado por los Romanos. Cuando Roma ocupó Israel impuso la
crucifixión como forma de ejecutar penalmente a los judíos reemplazándolo por
la lapidación.
El Salmo 22,
según los especialistas bíblicos, es un rezo extremo que comienza con un texto
cargado de amargura y desaliento, pero que concluye con frases más
esperanzadoras y que reiteran la fe en el Padre: ante él se inclinará los que
bajan al polvo: a mí me dará vida.
Cristo, en
su agonía ¿no alcanzó a rezar el salmo completo, o no tuvo ánimo de concluirlo
con una frase más alentadora? Cualquiera sea la respuesta el tema es
determinante porque pone en tela de juicio un fundamento esencial de la
historia de Cristo y su menajes mesiánico: ¿Cristo perdió la fe en Dios, su
padre, el momento de su muerte? De haber sido así, es el acto más humano jamás
experimentado vivencialmente por un ser que, según la lógica de la deificación,
encarnó un dios.
Analistas
del tema han señalado que “Es posible que en algún momento en la Cruz, cuando
Jesús se hizo pecado a favor nuestro, en un sentido, Dios el Padre, le volvió
la espalda a Su Hijo (Habacuc 1:13 que Dios es muy limpio para ver el mal), por
lo tanto, es posible que cuando Jesús llevó nuestros pecados en la Cruz (1 P
2:24), Dios, el Padre, le volvió la espalda espiritualmente.”
Frente a la
invocación de Cristo a su Padre caben algunas interrogantes: ¿El padre lo
abandonó efectivamente, Cristo dudó de su misión y de la fe en su padre? ¿Hubo
alguna parte del guión profético que no se cumplió?
Algo sí es
seguro: la tortura y muerte de Cristo representa el acto más extremo de la
lucha religiosa de su tiempo. No se debe olvidar que Cristo es juzgado y
ejecutado por orden de los sacerdotes y lo
hicieron en nombre de la Ley de Dios. "Nosotros tenemos una Ley, y según
esa Ley debe morir", exclamaron sus acusadores ante Pilato (Jn 19,7)”.
La frase de
Cristo pronunciada en su agonía le devuelve una historicidad innegable y una
condición humana que representa el mayor acto de redención: ser igual a sus
iguales y asumir su destino. Mientras concluyo este artículo me viene a la
mente la frase de Abdón Ubidia, escrita en su libro Referentes: Estamos solos en el mundo y sin dioses.
Lapidaria sentencia que nos estigmatiza en nuestra extrema soledad existencial
frente a nuestras propias debilidades y fortalezas. Una condición humana, por
lo demás coherente, con un destino ineludible, frente a cual debemos sobrevivir
como hombres, con o sin redenciones, en nombre del padre y del hijo abandonado.
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