Por Leonardo Parrini
La sociedad de la información,
en la que vivimos, se muestra muy sensible a las opiniones extremas. Habituada
ya a la profusión informativa, se incomoda ante puntos de vista que no matizan las
ideas y los sentimientos y se alejan del consenso que suele contar con mayor
aceptación social. Esa fue la reacción
social ante una reciente opinión editorial publicada en diario El Comercio de
la ciudad de Quito, cuyo autor, sin contraste alguno, se manifestó abiertamente
en contra del matrimonio y adopción de menores entre homosexuales y lesbianas.
El editorial titulado ¿Familia
Alternativa? empleó expresiones como “repugnantes” y “desadaptados
sociales” para referirse a quienes practican relaciones con personas de su mismo sexo.
En discordancia, voces disímiles
se hicieron escuchar en medios como diario El Telégrafo en cuyas páginas
publicó que “la homofobia constituye una enfermedad, revela una condición
extraña con respecto a su propia sexualidad”. La reacción de rechazo de un sector
de la sociedad que se siente provocada frente a un intempestivo extremismo editorial,
no se hizo esperar en un Ecuador que comienza a dar notorios indicios como sociedad
incluyente y consensual.
No obstante, el mencionado editorial
de El Comercio, eliminado luego de su página web en prueba de “censura posterior”,
confirma que la diversidad de expresión aún es una asignatura pendiente en los
medios de información. Diversidad que, cuando se la ejerce, profundiza el
concepto de libertad de expresión como un derecho humano esencial, pues recoge el criterio de más de un
opinante en un espacio equivalente para los distintos puntos de vista. El
editorial de Miguel Macías Carmigniani refleja que la libertad de
expresión, en este caso, fue ejercida como una práctica unilateral que transitó
por un solo andarivel, sin contraste de fuentes ni con multiplicidad de enfoque
en el asunto tratado.
El caso se volvió un tema
sensible ya que se trata de la homosexualidad y el lesbianismo, realidades ante
las cuales la sociedad ecuatoriana intenta gestos de tolerancia y respeto considerando,
precisamente, la diversidad de tendencias sexuales que tienen lugar en el país.
Por eso resultan extrañas e inaceptables las posturas extremas que interponen
juzgamientos moralistas en lugar de una actitud reflexiva frente a las distintas
preferencias de sexo.
La infodiversidad, si se me permite el concepto, -o diversidad de
expresión- debe llenar un vacío informativo aun existente en el espectro
mediático, como principio esencial de la política editorial de noticieros y contenidos
audiovisuales e impresos. Diversidad de expresión que asegure la polivalencia
informativa con más de una fuente equiparada y contrastada o, al menos, una
dualidad de enfoque del tema. Diversidad que garantice el derecho de expresión de
todos los sectores de la sociedad en los espacios periodísticos y en los editoriales de
las empresas mediáticas, redactados por personajes que no son, necesariamente,
profesionales de la comunicación social. Infodiversidad
que otorgue lugar a una variedad de enfoques, no sólo a miradas unilaterales y
tendenciosas que responden a intereses parciales.
La sociedad de la información
en la que vivimos, lejos de ser unívoca, tiende a ser diversa. Esto evidencia que en democracia la libertad de expresión se multiplica en plural y no se
reduce a una sola voz autocrática que pretende reducir la
convivencia social a un espacio de retaliaciones e intransigencias extremas. Confírmase,
además, que a esa misma libertad de expresión, ¡cuánta falta le hace todavía
una dosis de diversidad de expresión para ser verdaderamente incluyente!