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martes, 26 de enero de 2016

LOS CHICOS DE LA TELE










Por Leonardo Parrini

Encender la tele es un ejercicio rutinario que abre una caja de sorpresas repetidas que encandilan y atrapan en la vorágine de imágenes vertiginosas que no alcanzamos a digerir debidamente. Desde sus inicios en los años sesenta, la televisión ecuatoriana ha sido vista como el medio que refleja lo real. Sin embargo, opiniones críticas la señalan como la “caja estúpida”, que establece una falsa ilusión de la realidad.

Los canales ofrecen una programación compuesta de noticieros, series, películas, farándula, concursos, etc., y salvo excepciones que aportan información a la audiencia -Mitos y Verdades, Minicons, Ecuatorianos en el mundo, Ecos, Día a Día, La Televisión, PluriTV, Visión 360, Arcandina-, la televisión ha sido el medio de manipulación de empresas vinculadas que creen ser intocables y únicos dueños de la verdad.

La oferta en pantalla es llamada, no sin razón, "televisión basura", espacios de dudosa calidad que se los protege afirmando que sólo “reflejan” la realidad. El Presidente Rafael Correa ha mantenido  constante enfrentamiento con medios acusados de "corruptos, mentirosos y mediocres", bajo una mirada que desnuda la imposibilidad de una comunicación mediática desprovista de intereses políticos y económicos. La audiencia ve televisión por distraerse y en busca de noticias, pero crítica sus contenidos de baja calidad.

Mirada de la autoridad

Desde la vigencia de la Ley de Comunicación en junio de 2013, el Consejo de Regulación y Desarrollo de la Información y Comunicación, CORDICOM, realiza estudios de temas que vulneran el derecho ciudadano a la comunicación. Los ítems revisados se refieren a contenidos discriminatorios, violentos y sexualmente explícitos. Hernán Reyes, ex consejero de CORDICOM, reconoce que la aplicación de la norma “ha tenido un impacto medianamente significativo, pero aún existe una serie de programas televisivos que estigmatizan y abiertamente ofenden a grupos sociales por su orientación sexual, género, etc.” No obstante, esta situación ha mejorado, ya que “han desaparecido espacios de humor ofensivo como Vivos, Mi recinto, La pareja feliz que fueron demandados y sancionados. Reyes plantea que “no existen parámetros para distinguir qué son contenidos violentos”; y así la violencia “perdura sin mayor cambio”, porque genera buen rating. Los contenidos sexualmente explícitos están permitidos en franja horaria a partir de las 22h00.  

Los canales nacionales exhiben contenidos “alienantes, faltos de identidad propia, mercantilistas e ideologías” emitidos en condición de actores políticos, con mensajes sesgados y parcializados, “sin mucha voluntad de los involucrados para responsabilizarse”, según la autoridad. La audiencia continúa expuesta a programas catalogados como telebasura: formatos que apelan a un periodismo amarillista, crónica roja y enfoques banales que trivializan y distorsionan los hechos. Una diversidad temática consumista se inclina por “la farandulización de la realidad, escandalización de la política, sin indagar si es o no cierto lo que se dice”, señala Reyes.  

La televisión tiene una asignatura pendiente, “hemos avanzado muy poco en contenidos de calidad, inclusive en medios públicos”, plantea el consejero de CORDICOM. Existen canales incautados “sometidos al imperio del rating que compiten en iguales términos de baja calidad con canales privados”. Bajo esta situación subyace una estructura mercantil que domina el escenario de la televisión, rigiéndose por la lógica de la dictadura del rating que representa auspiciantes e ingresos económicos. Estos condicionantes determinan que las televisoras ofrezcan contenidos que complacen el gusto masivo sin importar la calidad. 

El cambio hacia una televisión distinta, no es fácil. Falta diversificar la programación para que la audiencia, en paulatina educación, adquiera con nuevos referentes un sentido crítico frente a lo que consume. La ley de comunicación debe superar la visión punitiva que solo busca aplicar sanciones y la norma debe propiciar diálogos con sectores involucrados y fortalecer los derechos de grupos y minorías frente a contenidos atentatorios a su dignidad. En definitiva, mejorar la calidad de la sanción, sesgar menos y explicar por qué se sanciona. En reenfoque de su rol, el Estado debe entender la comunicación más allá de la propaganda, ya que ese discurso se muestra agotado. Escuchar a la audiencia para conocer sus preferencias como un intermediario entre la sociedad y los productores de televisión. En esa nueva cultura televisiva encenderemos el receptor, sin temor a sentirnos agredidos por los chicos de la tele.  

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