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martes, 17 de marzo de 2015

UN ESTADO MORALISTA


Por Leonardo Parrini

Cuando el Estado pretende regir la vida íntima de los ciudadanos, más allá de las políticas públicas, y se inmiscuye en la privacidad de las personas, corre el riesgo de convertirse en Estado fascista. Y esto ocurre por acción y/o por omisión. Acción de sobredosis moral en la política, omisión por olvidar que el Estado laico -como se define el Estado ecuatoriano- coexiste separado, autónomo de todo principio religioso ¿Qué empuja entonces a los funcionarios públicos del régimen revolucionario a apelar a preceptos morales de corte conservador, para pretender regentar conductas humanas como la sexualidad femenina, el placer adolescente, entre otros comportamientos que están, por lo demás, claramente instituidos como derechos humanos inalienables?

¿Qué tamaña estulticia moral o insensatez política, incitan a poner en el debate temas que distraen de los asuntos importantes y generan una polarización gratuita en contra del régimen? ¿O es que en el Gobierno existen caballos de Troya, quintacolumnistas dispuestos a atornillar al revés, a cometer todos los errores necesarios para debilitar un proyecto político que exhibe aciertos en muchos otros ámbitos de la vida nacional? Aciertos que son borrados con el codo por posturas fundamentalistas, y por tanto antidemocráticas, que enervan la paciencia de los ciudadanos. 

Desde la mirada ciudadana las declaraciones del Secretario Jurídico de la Presidencia de la República, Alexis Mera, serían una impertinente intromisión en la vida privada. Mera afirmó que "el Estado debe enseñar a las mujeres que es preferible que retrasen su vida sexual y retrasen la concepción para que puedan terminar una carrera”. La frase resulta inoportuna y sentenciosa, por lo mismo polémica, como idea y como acción. ¿En qué basa su criterio el abogado de la Presidencia para determinar la conducta privada de las mujeres de este país desde la perspectiva del Estado? No cabe dudas que la expresión del funcionario cae en la retórica de una pseudo política pública para convertirse en un deber ser moralista que obstruye libertades, conculca derechos de género y atenta contra la libre determinación de las personas a decidir su vida íntima. 

Queremos pensar que el aspiracional de Mera responde a sus propios cultivos morales, puesto que como política de Estado es un despropósito mayúsculo, en la medida de que el Estado es un ente autónomo, integrador y laico. Esto quiere decir que se rige por un principio de soberanía frente a las instituciones y manifestaciones de carácter religioso o moral. En términos ideológicos, el Estado ecuatoriano se define intercultural, es decir, permisivo, incluyente y respetuoso de todas las formas culturales que tienen expresión en el territorio nacional donde el Estado ejerce jurisprudencia. Estas formas culturales incluyen visiones de género, creencias, tendencias, preferencias y diferencias sexuales, diversas posiciones de carácter político, étnico y ético, entre otros componentes de la ideología. Es una crasa omisión soslayar estos principios constitucionales elementales, tan proclamados por la revolución ciudadana y ya arraigados en la conciencia colectiva de los ecuatorianos.

Desde la perspectiva de género la afirmación de Mera raya en lo patriarcal, según la socióloga Marcela Benavides, puesto que vulnera valores de género que no son definibles desde una política estatal. La afirmación del abogado de la Presidencia, según Benavides, “asume la violencia de género en el espacio intrafamiliar como un problema individual y no de una sociedad patriarcal, recayendo como culpabilidad en las mujeres”. Las activistas del feminismo afirman que el cuerpo es propiedad de la mujer, no del Estado, y que tratarlas como seres inferiores, es violencia de género.

El arcaísmo, como visión de la condición de la mujer, tiende a soslayar derechos, entre otros, la autonomía que debe regir en el uso y decisiones adoptadas sobre su cuerpo. La omisión de Mera es evidente cuando delega en el Estado -¿en cuál de sus instituciones? - lo que debería formar parte de la educación integral de la mujer, sin dedicatorias morales, sin cortapisas ni recetas sacadas de la manga, fuera del ámbito de la vida misma.

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