Por
Leonardo Parrini
Cuando
el Estado pretende regir la vida íntima de los ciudadanos, más allá de las
políticas públicas, y se inmiscuye en la privacidad de las personas, corre el
riesgo de convertirse en Estado fascista. Y esto ocurre por acción y/o por
omisión. Acción de sobredosis moral en la política, omisión por olvidar que el
Estado laico -como se define el Estado ecuatoriano- coexiste separado, autónomo
de todo principio religioso ¿Qué empuja entonces a los funcionarios públicos
del régimen revolucionario a apelar a preceptos morales de corte conservador, para pretender
regentar conductas humanas como la sexualidad femenina, el placer adolescente,
entre otros comportamientos que están, por lo demás, claramente instituidos
como derechos humanos inalienables?
¿Qué
tamaña estulticia moral o insensatez política, incitan a poner en el debate temas
que distraen de los asuntos importantes y generan una polarización gratuita en
contra del régimen? ¿O es que en el Gobierno existen caballos de Troya, quintacolumnistas dispuestos a atornillar al revés, a cometer todos los errores
necesarios para debilitar un proyecto político que exhibe aciertos en muchos
otros ámbitos de la vida nacional? Aciertos que son borrados con el codo por
posturas fundamentalistas, y por tanto antidemocráticas, que
enervan la paciencia de los ciudadanos.
Desde
la mirada ciudadana las declaraciones del Secretario Jurídico de la
Presidencia de la República, Alexis Mera, serían una impertinente intromisión
en la vida privada. Mera afirmó que "el Estado debe enseñar a las mujeres que es preferible que retrasen su vida sexual y retrasen la concepción para que puedan terminar una carrera”. La frase resulta inoportuna y sentenciosa, por lo
mismo polémica, como idea y como acción. ¿En qué basa su criterio el abogado
de la Presidencia para determinar la conducta privada de las mujeres de este
país desde la perspectiva del Estado? No cabe dudas que la expresión del
funcionario cae en la retórica de una pseudo política pública para convertirse
en un deber ser moralista que obstruye libertades, conculca derechos de
género y atenta contra la libre determinación de las personas a decidir su vida
íntima.
Queremos
pensar que el aspiracional de Mera responde a sus propios cultivos morales,
puesto que como política de Estado es un despropósito mayúsculo, en la medida
de que el Estado es un ente autónomo, integrador y laico. Esto quiere decir
que se rige por un principio de soberanía frente a las instituciones y
manifestaciones de carácter religioso o moral. En términos ideológicos, el
Estado ecuatoriano se define intercultural, es decir, permisivo, incluyente y
respetuoso de todas las formas culturales que tienen expresión en el territorio
nacional donde el Estado ejerce jurisprudencia. Estas formas culturales
incluyen visiones de género, creencias, tendencias, preferencias y diferencias
sexuales, diversas posiciones de carácter político, étnico y ético, entre otros
componentes de la ideología. Es una crasa omisión soslayar estos principios
constitucionales elementales, tan proclamados por la revolución ciudadana y ya
arraigados en la conciencia colectiva de los ecuatorianos.
Desde
la perspectiva de género la afirmación de Mera raya en lo patriarcal, según la
socióloga Marcela Benavides, puesto que vulnera valores de género que no son definibles
desde una política estatal. La afirmación del abogado de la Presidencia, según
Benavides, “asume la violencia de género en el espacio intrafamiliar como un
problema individual y no de una sociedad patriarcal, recayendo como
culpabilidad en las mujeres”. Las activistas del feminismo afirman que el
cuerpo es propiedad de la mujer, no del Estado, y que tratarlas como seres inferiores, es
violencia de género.
El
arcaísmo, como visión de la condición de la mujer, tiende a soslayar derechos,
entre otros, la autonomía que debe regir en el uso y decisiones adoptadas sobre
su cuerpo. La omisión de Mera es evidente cuando delega en el Estado -¿en cuál
de sus instituciones? - lo que debería formar parte de la educación integral de
la mujer, sin dedicatorias morales, sin cortapisas ni recetas sacadas de la
manga, fuera del ámbito de la vida misma.
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