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jueves, 2 de octubre de 2014

APOLOGÍA DE LA NOVELA ROMÁNTICA



Por Aitor Arjol

Te quiero. Soy tu vela. Soy tu capitán vespertino. Ahora mismo nos hacemos a la mar y nos casamos con un cura que sea progresista. Es decir, que diga que estemos juntos hasta que nos separen civil o cabalmente. Y tengo el rabo más grande que la mancuerna de un toro. Con eso quedarás tan satisfecha de por vida, que los grajos del campanario volarán en torno a tu sonrisa. Y te quiero tanto que por ti soy capaz de cruzar las olas en patinete y de velar por la sagrada investidura de tu liga de color rojo que te pusiste el día de la boda para decir que eres del Athletic de Bilbao y no del Emelec. Así nos irá en la vida. Escribiremos una novela de amor. Una de esas que gozan de tendencia y se venderá como rosquilla de niño en todos los tugurios reales y virtuales donde los ciudadanos que, ya de por sí anestesiados por tanta huevada literaria, compran las baratijas románticas a precio de ganga, movidos por el afán de encontrar penes, muslos, labios cáusticos, hombros con un dirigible tatuado, pezones con alquitrán, prepucios del tamaño de un satélite convencional puesto en órbita, anatomías trabajadas a golpe de cincel gimnástico, semen colateral, penetraciones del alma, alaridos y gemidos narrativos, piernas con mallas negras, látigos sangrientos, camas de abuela donde el muelle suena como el último éxito del verano, almohadas en las que apoyarse, orinales de antaño para mear cuando no da tiempo a acercarse al baño y columpios para nuevas posturas.

Te quiero y esa novela será el ejemplo de cuánto te quiero. Te pondré a mirar hacia Huelva, aunque si eres argentina te pondré mirando a Ushuaia y si boliviana observando el lago Titicaca y si por el contrario tú tomas la iniciativa me puedes poner mirando al Pichincha que me encanta y es un volcán acelerado. La novela hablará de dos amantes que cada día conocen a un tercero en discordia y se cuentan las aventuras. Contaremos cómo lo hacemos y ponemos en práctica en ascensores, sobre vinilos, en el parqueadero de nuestro garaje, junto al altar de la iglesia del barrio, con las piernas tiesas, con tacones y sin ellos, con zapatos de color carmesí, con medias donde la serigrafía de Lady Gaga practique la conjetura del vacío, con banderas del partido gobernante, con la honorabilidad por grito, en la baranda del parque, sostenida por un par de cuerdas, en la última fila de las butacas del cine mientras proyectan el mayor escándalo de la historia cinematográfica, de pie sobre una maceta que contenga un geranio, mientras te corto las bragas con una podadora o te arranco el pelo con el escupitajo de una vicuña o dicto una conferencia sobre la influencia de la metáfora barroca en la poesía del más tonto al que aplauden otros veinte para decir que es el más importante poeta del país.

La titularé como se merece. Algo así como la vagina circunstancial o las nalgas irresolubles. Algo que llame la atención al ver el mencionado título en el escaparate. Con una imagen que sea fronteriza con el ridículo, pero lo suficientemente estúpida como para que atraiga. Qué tal una tanga con el logotipo de una selección de futbol. O un calzoncillo cosido con parches para llantas de bicicleta. Algo que no sea anodino, o ropa interior fabricada con tela de paracaídas para que no te caigas cuando estoy encima. O tal vez la titule como el amante que tenía la pinga más grande del malecón, para que creas que soy negro y que formo parte del mito de la misma naturaleza. Es decir, que bailo salsa y el tolete me gira alrededor de la panza y da tres vueltas sobre la misma antes de converger en la totalidad de su medida. Y yo seré el más guarro de los personajes. El más categórico. El más imbécil. El más hastiado. Y comenzará con nuestro encuentro en la puerta de un bar. Nos sonreiremos y sin pedir permiso, alcanzaremos la sala de billar. Y ahí, sobre la mesa, sobre ese tapete de intenso verde, rodeado de más bolas aparte de las mías que se proyectan sobre el techo como si fueran un horizonte blanco, me tomarás. Así, de frente. Sin prolegómenos. Como si estuviéramos en un campeonato de palos y tacos y tizas y carambolas. Romperás sobre mí. Y ahí comenzará todo. 

Verás cómo nos compran. Seremos el amor más tieso. Harán colas. Éstas llegarán hasta las Antillas, prestos a fundar la primera gala en Santiago de Chile. Allá en la plaza de Mulato Gil. Convendremos en citar a los medios diciéndoles que soy un pervertido que saldrá desnudo con la fotografía de una mujer desnuda y sumamente popular anclada con una chincheta en el ombligo y que, mientras tanto, cantaré a capela una canción de Gilberto Gil y otra de Caetano Veloso y que además soy el hijo secreto de algún rey o reina de estos que todavía subsisten y que, sobretodo, me botaré desde el rascacielos más alto de la capital para reivindicar el amor libre y la paz duraderas. Verás entonces cómo vienen los medios, con reporteros, periodistas, fotomatones, presentadores, micrófonos, cámaras en tres dimensiones y primera plana en radio, televisión y prensa. Porque la huevada es lo más noticioso y ellos son como moscas que acuden a la mierda. Entonces, hay que darles mierda como parte de una estrategia perfecta de marketing. No lo olvides. Por todo esto te quiero y más y haremos una novela de ello. Una erótica. Una romántica. Una de estas que se anuncian como parte de la tontería mundial en que vivimos.

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