Militante de la literatura y de la vida
Por Leonardo Parrini
Asoma su estampa en la terraza
de la fachada blanca que da a la calle y confirmo lo que venía dándome vueltas
en la cabeza, mientras me encaminaba hasta su morada en un barrio
del norte de Quito. Alli estaba su rostro incásico, pétreo, ideal para ser
esculpido por sus rasgos firmes, rotundos, marcados por la vida y la herencia
de una raza de la cual profesa orgullo.
Raúl Pérez Torres, un
registrador vital que no traiciona a su tiempo histórico, sigue siendo el de entonces,
el escritor prolífero de una obra esencialmente comprometida con los destinos
de su país y de un mundo distinto. Un narrador de un “sensualismo amargo y
desbordado” que deja honda huella en las letras ecuatorianas.
Hoy que retorna a la Casa de
la Cultura Ecuatoriana como su flamante presidente, Raúl reitera su compromiso
de democratizar la cultura, un gesto adquirido entonces cuando nació militante
de la literatura y de la vida.
Has dicho que el tiempo que vivimos no nos deja ver pasar el tiempo. ¿A
qué tiempo te refieres?
-Hay un último libro de Vargas
Llosa que es sobre la civilización del espectáculo, es decir, ha cambiado tanto
aquello de la producción de la cultura, que para mí es toda la producción de la
tierra, es lo que el hombre y la mujer agregan a la naturaleza, son todas las
formas de expresión que tenemos en la vida. Pero eso es para tratar de hacernos
y ser felices: el compañerismo, la solidaridad, porque ahora hay un tiempo que
te consume absolutamente en banalidades. Es el tiempo de la banalidad, es el
tiempo del micro mercado, del súper mercado. Conversaba con un compañero y
hablábamos muy melancólicamente que nosotros íbamos al parque nos reuníamos los
amigos, la jorga, los primeros amores en el parque, en la iglesia, lugares
ricos para el espíritu. Ahora los encuentros son en el centro comercial, pero
ahí no se da un encuentro afectivo ni efectivo, estamos viendo las mercancías,
comparando las mercancías. Nuestros hijos se silencian frente a la computadora,
están pasando dos, tres días y alli apenas una pregunta, apenas una relación,
pero nada de aquello fraterno y solidario con lo que nosotros vivimos. No te
quiero decir que todo tiempo pasado fue mejor, pero quizás fue más afectivo,
más amoroso. Ahora hay una frialdad tremenda que yo siento también. Se la
siente porque las nuevas generaciones son las del teléfono, de la computadora,
del internet, que está muy bien; pero, para mí la caja, la computadora puede
ser perversa, como puede ser un motivo de conocimiento, tu puedes encontrar de
todo alli. El comportamiento social, educativo y humano que tú tengas con tus
hijos de amor, de afectividad, puede dar para que la tecnología y esta
robotización del ser, sea para mejor, para ser más felices, que no sea para ser
más solitarios. Es una nueva enfermedad de la soledad.
Raúl has sido y eres certero caracterizador de nuestro tiempo, hace
algunas décadas escribiste tu obra, la famosa Teoría del desencanto. Raúl, ese
desencanto ¿sigue vigente, contra que tenemos que desencantarnos hoy?
-Es decir, en este momento de
mi vida no siento un desencanto, siento que debo participar en lo que esta
sucediendo. Me parece que en los pueblos de América Latina, ese Bolívar que
despierta cada cien años, está despertando. Tengo gusto por las cosas que
pasan, quiero participar, quiero ser solidario con las cosas que suceden en
Uruguay, en Paraguay, en Argentina, en Ecuador. Me parece que no podemos ser
traicioneros de nuestro tiempo, ni de nuestra historia. Estamos frente a ese
monstruo unipolítico que es el capitalismo. Pero América Latina está dando ese
otro rostro que es el de estar en contra de esos neo colonialismos, de todo lo
que hemos sufrido, esa explotación y miseria, primero por los españoles después
por los gringos y por tantos otros países que solo han tenido la fortaleza para
destruirnos y despojarnos. Entonces quiero ser como he sido siempre, toda mi
vida he sido de izquierda, empecé en el Partido Comunista, termine en
Liberación Nacional; y mi manera de ser, es ser consecuente con mi sociedad,
con mi historia y con mi pueblo.
Y esa consecuencia habla de un Raúl Pérez no desencantado, de un hombre
con una visión esperanzadora, por así decirlo, pero esa visión contradice en
alguna forma la afirmación de Abdón Ubidia que dice que estamos solos en el
mundo sin dioses, en un tiempo donde se han perdido los referentes que él llama
a rescatar. ¿Compartes esta visión de Ubidia?
-No, Abdón es un poco trágico,
en ese sentido. El escritor está solo frente al mundo, eso sí. El escritor está
solo, nadie le puede ayudar a escribir. Él es un profesional de la escritura,
sabe que somos un poco atormentados con la palabra, con la letra y la
significación que tiene la palabra, con esa maravillosa magia, misterio, que
entraña la palabra y la frase y la lucha desesperada que tenemos. Pero lo otro:
tienes que ser también un ente colectivo, tu soledad, tu singularidad hay que
respetarla, pero también hay que ser respetuoso de los demás y en ese sentido
los afanes, las necesidades colectivas son más importantes.
“Yo viví más en la literatura que la
vida real”
Has dicho que tu padre cometió el único error de su vida: morirse
cuando tenías cinco años. ¿Qué significo él en tu vida, por qué la muerte de tu
padre es un error?
-Bueno, es una especie de
metáfora decir que yo me quede de cinco años, a mí me parece muy joven, eso me
generó una carencia en la vida. Una carencia de padre que, de todas maneras, mi
hermano Lenin, que también ya se murió, supo contrarrestar con gran afabilidad,
con cariño, con gran rigor en mi educación. Mi padre nos dejó su nombre, pero también
una biblioteca inmensa donde empecé a descubrir esos otros mundos que yo necesitaba
para mi ensoñación, mi tristeza y mi soledad. Necesitaba esas nuevas aventuras,
esas nuevas formas de vivir. Yo viví más en la literatura que la vida real.
Te han señalado como un escritor de un sensualismo amargo y desbordado,
¿compartes eso?
-Sí, yo creo que es así. Yo
tuve un amigo, que más que amigo era padre, Angel Felicísimo Rojas que me daba
muchos consejos con una serenidad, con una forma de ser tan de corazón, que me
decía esas palabras que el mío era un sensualismo amargo. Sí, es decir, a mí
las relaciones sociales, las relaciones de pareja han tenido mucha
significación en mi vida. La mujer, las formas, los conflictos de la pareja han
ido entrañando un universo en mi narrativa que está marcada por una tristeza,
una melancolía infinita, pero que también la adquirí en la literatura. Mi hermano
cometió otro error, en el sentido de que cuando yo tenía 17 años ya me había
obligado a leer, seguramente toda la obra de Dostoievski y no era esa un obra,
precisamente, para los 17 años. De todas maneras esa melancolía, que es una
melancolía literaria, de un Quito y de una Rusia de ese tiempo quedó un poco
impregnada en mi corazón. La literatura es conflicto, es todo lo que nosotros
nos queremos contar en la forma que tenemos de arreglar el mundo y arreglar la vida y en ese sentido, yo
creo sí que hay un sensualismo amargo.
Y también hay golpes de timón. Tú estudiabas periodismo y lo dejaste
porque no te gustó, ¿qué parte del periodismo no te gusta?
-Yo termine la carrera de
comunicación social, no me gradué porque cuando presente la tesis, una película,
con Rodrigo Granizo y Pedro Jarrin, nos dijeron que eso no estaba en los
estatutos, no había como presentar una película y yo no seguí.
¿En todo caso, cual es la parte de periodismo que no te gusta?
-No, a mí me gusta mucho el
periodismo. Claro que el periodismo también ha castrado muchas voluntades
literarias y ese miedo siempre lo sintió García Márquez que todo lo hizo bien,
la crónica, el reportaje, y no se diga la literatura, pero él decía que hay que
tener mucho cuidado, porque el periodismo te puede arrebatar cualquier otro don
que tu tengas. El periodismo es inmediato. Ahora, en relación al fondo del
periodismo, sigo pensando que debe ser un periodismo responsable, que lo que tú
digas sean palabras escritas para siempre. Los chinos decían que lo que no se escribe no existe, entonces hay que
poner las palabras y poner detrás de las palabras toda tu responsabilidad
frente esas palabras. Yo amo las palabras por eso digo que cada palabra tiene
que tener su responsabilidad, su vida. Tú te puedes jugar la vida por una
verdad, pero no te la puedes jugar por una mentira. Hay que recapacitar bien en
el periodismo, a mí me gusta la crónica, el reportaje. Yo hice una entrevista a
Guayasamín que se llama Los ojos más tristes de la tierra. Él me contaba que la
hija de Chagall le había dicho que él tenía los ojos más tristes de la tierra,
esa entrevista dio la vuelta al mundo en varios idiomas, primero en Francia,
luego en Cuba y en los EEUU, porque fue una entrevista en la que yo respetaba
sus espacios, pero también rompía esos espacios. Empezamos muy coloquialmente
juntos, luego empezamos a emborracharnos y es cuando le prendí la grabadora
casi al final para saber sus cosas esenciales, para saber de su sangre y su
pensamiento indio, enérgico duro, pero también colectivo, fraterno y salió una
cosa linda. El periodismo te permite hacer eso, hay libros tan hermosos
escritos por periodistas y además tan valientes. He leído cosas bellas de Hemingway
que fue periodista de la guerra y eso nos ha enriquecido mucho. Lástima que
cada día que va pasando es eventual, pero hay cosas que quedan, a eso tendería
yo como periodista.
La crítica literaria considero que debe ser una forma de acercar la
obra al lector, el cuadro al espectador. ¿Cómo la concibes, le temes a la crítica
literaria?
-Yo estoy completamente a
favor de la crítica literaria, porque además a mí me ha servido para comprender
mucho más. Yo, por decirte algo, me drogaba con César Vallejo, éramos dos o tres
compañeros que leíamos en voz alta, que nos tomábamos los tragos por Vallejo,
que sabíamos todos los poemas de Vallejo. Eran cosas inentendibles, en Trilce
tiene poemas inentendibles, pero cuál es la magia de la palabra y de la poesía,
cuál es el misterio que está adentro que, por más que no entiendes racionalmente,
en alguna parte de tu vida entiendes, en el corazón entiendes seguramente.
Llega de otras maneras, no de la manera de la reflexión del pensamiento o del raciocinio, sino por otras vías. En ese
sentido hay críticos que te permiten dejar esas carencias que tú tienes. Es como
un cuadro, no sabes todas vertientes de la pintura, no sabes sobre la historia la pintura, sobre los grandes artistas. Ves un
cuadro y te sientes paralizado. Contaba una compañera que ante la Gioconda se
quedó una hora llorando con un ataque de nervios. Yo ante una mujer bella, ante
una mujer desnuda, lo primero que me ha dado es ganas de llorar realmente. O sea,
es tan impactante la belleza y el crítico está allí para abrirte caminos,
horizontes que tal vez no has pensado y que te enriquecen la figura y la palabra
del otro.
Se ha dicho que tu obra, tus cuentos, en alguna forma son la continuidad
de lo que había hecho Pablo Palacio, ese kafkiano antes de Kafka. ¿Podrías reconocer
influencia de Palacio en tu obra?
-Claro, es decir, yo reconozco
grandes padres, entre esos Pablo Palacio, claro que sí. Por ejemplo quien me
ayudó a caminar, el que presentó mi libro el que un nunca presentaba un libro a
nadie, Alfredo Pareja Diezcanseco, presentó Teoría del desencanto. Se sintió enamorado
del personaje Daniela y eso enriqueció mi espíritu, mi seguridad, porque yo
toda la vida he sido inseguro en ese sentido. Acabo de publicar un libro que se
llama Nosotros los de entonces, tomando un poquito el verso de Neruda nosotros los de entonces ya no somos los
mismos. Lo importante es que esta generación nuestra seguimos siendo los
mismos, seguimos escribiendo desde nuestro puesto de combate, trabajando con la
palabra como militantes de la literatura y de la vida. Todos estamos dentro, no
de un partido político pero si de una actitud de izquierda que creo que no se
ira jamás. Y está Iván Eguez, Abdón Ubidia, Jorge Velasco Mackenzie, Eliécer Cárdenas,
Jorge Dávila Vázquez, Béjar Portillo, es decir, una antología un poco melancólica
de los años setenta en que pasó todo en el mundo, cuando tuvimos la suerte de
irnos a Paris, por no decirte a pie, pero irnos como hippies de América Latina,
de ver el mayo del 68 y ver la universidad llena de grafitis tan recordados.
A propósito de la militancia Raúl, parodiando la frase de Roger Garaudy,
¿se puede ser comunista hoy?
-En el tiempo en que nosotros
fuimos comunistas los militantes, los jefes, los que manejaban el partido nos
enseñaron una cosa que quizás sea principal. Pedro Saad nos decía: ser
comunista es una forma de vida, tú tienes que ser comunista en tu vida, no
solamente en el programa político, Ser más justo, más solidario, honesto, prestar
oídos a los demás, estar dentro de una colectividad que te permita ser solidario.
Cuando empieza a ser partido, es cuando las cosas van cambiando poco a poco y
tiene los mismos defectos de los partidos políticos de esa partidocracia. Yo
pienso que nos traicionaron, pero yo sigo siendo en algún sentido comunista en
mi vida. Mi comportamiento es comunista, es de apoyo permanente y de solidaridad
con las causas del pueblo y eso te enriquece el espíritu. Yo nunca he
ambicionado tener dinero, altos cargos. Soy una persona sencilla humilde y ese espíritu
de barrio es el que se mantiene en mi corazón.
“Me inquieta tener que irme para siempre”
¿Qué ves cuando te miras al
espejo por las mañanas?
-Veo, ante todo, una persona
alegre. He pasado por muchas facetas, pero hay una diferencia muy grande entre
la cantidad de conocimiento y la sabiduría. Pienso que cuando estamos ingresando
a los setenta años hay una nueva forma de mirar la vida, tienes una gran experiencia
alrededor de lo que ha pasado, de tus equivocaciones, de tus virtudes y tus defectos
y empiezas a serenar tu corazón y tu espíritu. Entonces está cerca la sabiduría,
que no es cantidad de conocimientos, es más bien todo lo que te ha estado bullendo
en el corazón que empieza a serenarse y reflexionas y ves a tu alrededor. El
arte sirve para una sola cosa: para hacer sensibilizar nuestro corazón, para hacernos
más buenos, más comprensivos y profundos.
Qué aspecto del futuro te inquieta…
-Me inquieta tener que irme para
siempre. No me inquieta por mí, me inquieta por los que dejo, me inquieta por
mi compañera de toda la vida, porque nací casado. He vivido con ella más que he
vivido con ninguna otra persona, más que con mis padres, más que con todo el
mundo. Es una pareja que en la vida real es una sola cosa. Me inquieta que
sufran mis nietos que me tienen un especial amor, mis hijas, ese sufrimiento de
los demás me inquieta, porque yo ya no lo sentiré…
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