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miércoles, 20 de noviembre de 2013

CHILE ¿LA COPIA FELIZ DEL EDÉN?


Por Leonardo Parrini

Siempre esta estrofa del himno nacional chileno me pareció excesiva: la copia feliz del Edén. Desbordante de ese sentimiento de superioridad que insufla a los chilenos a compararse desde arriba con los demás países del continente. La humildad no ha sido, precisamente, característica de los hermanos del sur, sino su sentido desproporcionado de mirarse a sí mismos superlativos, acaso como herencia del pensamiento europeo que tanto arraigo tiene desde siempre en la sociedad chilena. Un sustrato de inamovilidad política, de privilegios económicos y de conservadurismo social, caracteriza a esa sociedad en la que el himno nacional se descuajaringa en adjetivos, tales como el campo de flores bordados o la copia feliz del Edén, metáforas que camuflan una realidad adversa y diversa que, cada cierto tiempo, emerge en el país como el magma de sus volcanes.

Los ecos de las elecciones chilenas del domingo anterior confirman nuestra hipótesis de que Chile es un país aspiracional que siempre reclama cambios, pero que no los consolida. Chile es un país que suele dar señales de utopías transformacionales que, sin embargo, al momento de remover las estructuras sociales entra en crisis de gobernanza y desdice lo andado. Así ocurrió en 1973 cuando un sangriento golpe militar encabezado por Pinochet, oscuro militar sin abolengo ni apellido, puso freno violento al proceso de cambios revolucionarios que había emprendió Chile bajo el liderazgo del médico Salvador Allende. Se ponía, una vez más en evidencia la incapacidad del país sureño de superar una estructura social y política que se estremece, pero que a la hora de la verdad no se derrumba tan fácilmente.

En los años fundacionales de la República liberal, en 1895, el gobierno transformador y laico de José Manuel Balmaceda, terminó en tragedia con el suicidio del Primer mandatario, ante el acorralamiento del Congreso conservador. Años después, en 1938, el movimiento obrero llevó al poder a Pedro Aguirre Cerda, bajo el impulso del Frente Popular, pero la respuesta reaccionaria terminó en un baño de sangre en manos del dictador Gabriel González Videla que puso fin a la democracia y a la libertad en campos de concentración, persiguió a sus opositores y mandó al exilio a Pablo Neruda.

Este rasgo de la sociedad chilena, politizada cual más, ideologizada como ningún otro país sudamericano, revive un constante pujo que no termina en el nacimiento de una nueva sociedad. El parto social no engendra una vida distinta por más que pujen los sectores llamados a protagonizar los cambios, siempre urgentes, en el país más excluyente del planeta. La chilena se ha evidenciado como una sociedad conservadora, que engendra en sus entrañas brotes de cambios que aborta para mal, en medio de crisis de enormes proporciones y costo social.

El domingo anterior Chile volvió a emitir señales de urgente necesidad de transformación de sus estructuras, maniatadas a una Constitución hecha por la dictadura de Pinochet y a un sistema económico engañoso que emite falsas señales de progreso y bienestar social para todos los chilenos. Bástenos señalar la insultante concentración de poder económico en manos de grupos monopólicos que imperan en el país; mientras que millones de jóvenes estudiantes, secundarios y universitarios, se han pasado los últimos diez años luchando por lograr acceso a una educación gratuita y de calidad.

Se escuchan nuevamente voces de cambio en el país de Gabriela Mistral y es la propia derecha la que decide dar un nuevo maquillaje a sus conservadoras posturas para enfrentar a las tendencias de izquierda llamadas, naturalmente, a impulsar esos cambios. No obstante, los chilenos no olvidan que no ocurrió un vuelco profundo con el retorno a la democracia en 1990. Las fuerzas de izquierda marxistas y socialdemócratas gobernaron 20 años hasta perder el poder frente a Sebastián Piñera y dejaron una deuda política y social de cambio inconcluso que les costó el gobierno.

Hoy el país de Víctor Jara se enfrenta a la disyuntiva entre la derecha tradicional, representada por Evelyn Matthei, y la izquierda también tradicional, liderada por Michelle Bachelet. Ambas depositarias de la tradición de dejar el país intacto, con muchos pujos y pocos alumbramientos de un nuevo orden, que los chilenos reclaman a los cuatro vientos. Corren vientos de cambio en el país de la dulce patria, como exalta su himno nacional, pero que carga una amarga historia en sus espaldas. Es de esperar que esta vez esos cambios acerquen la realidad al idílico tono del himno patrio, y que Chile, el país más desigual del mundo, por lo menos intente emular la copia feliz del Edén.

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