Por Leonardo
Parrini
Era una noche
luminosa en el Centro de Arte Contemporáneo. En los patios del viejo edificio
restaurado recibo a un muchacho de breve estatura, inquieto, con la prisa de su juventud y
las vibraciones de su talento como fotoperiodista de largo carrete en los medios
impresos. Paúl Navarrete me saluda con una sonrisa iluminada por su alegría como ganador de la
segunda edición del Premio de Fotoperiodismo
por la Paz Juan Antonio Serrano.
“Como hijo de una madre que tuve
que emigrar, he sentido que tengo una deuda pendiente con los otros que se
quedaron y no tuvieron una experiencia positiva, dice Paúl, mientras su mirada
destella con la evocación de los protagonistas del proyecto que constó de doce
fotografías incluidas en el reportaje ganador: Mejor no hablar de los niños suicidas. Con esas palabras describe
su actitud de fotoperiodista comprometido con las mejores causas del ser humano.
Le sonrío y le abrazo levemente por el hombro mientras lo entrevisto y caminamos
en dirección de la sala principal donde tendrá lugar la premiación. Mientras habla,
Paúl saluda con gesto amable con sus amigos jóvenes como él, apasionados por su
oficio y por dejar un testimonio de vida con su trabajo. Me cuenta que su fotografía ganadora fue realizada en la localidad de Chunchi, de donde emergen los migrantes que se van a España
en busca de mejores horizontes. Hijo de migrantes, Paúl se reconoció en ellos y
solidarizó con su suerte echada por el mundo.
Mientras
esperamos el inicio de la premiación, Paúl habla en voz baja, muy cerca de mi
grabador, y me dice que el fotoperiodismo es una forma de denuncia, ¿o de
anuncio? Un testimonio de vida. Comencé a
fotografiar por el gusto de hacerlo,
por ego -dice Paúl- tengo un
instrumento poderoso, un lenguaje fuerte y quiero denunciar. Me planteo la
alteridad, me fijo en el sujeto, reconocerme como el otro. Humanizar a las
personas. El fotoperiodismo es compromiso, es una actitud de vida, me levanto
fotógrafo y me acuesto fotógrafo. Las cosas necesitan ser contadas. Ahora busco
sensibilizar a la gente y quiero esconderme y mostrar el sujeto.
En la
pantalla gigante instalada para el evento aparece la fotografía ganadora: La opacidad de la niebla no deja ver el horizonte en la
escena bucólica. En primer plano, el huerto de una casa rural cercado por una
empalizada. En planos posteriores, árboles que emergen de la bruma como
fantasmas. La imagen evoca el lugar donde sucedió el suicidio de niños en la
localidad serrana de Chunchi. La cámara hace el descubrimiento de seres
ausentes, a través del testimonio visual que muestra el entorno donde vivieron
su existencia en soledad. Son los grandes ausentes: los hijos de los migrantes
de Chunchi.
Registrador de la vida
Con esa misma pasión
y profesionalismo, Paúl Navarrete asistió a Sarayaku, la comunidad Kichwa de la
provincia de Pastaza, donde tenía lugar el acto en que el Estado ofrecía
disculpas a los comuneros de Sarayaku por “daño a la propiedad y poner en
riesgo sus vidas” durante la fase exploratoria de petróleo en ese territorio en
el 2002. Paúl había salido desde Quito el miércoles por la mañana para cubrir
la información para el diario El Universo, y lo hacía como siempre, es decir,
sin las seguridades del caso, como un freelancer.
En el transcurso de la ceremonia oficial su cámara había registrado las imágenes
de cobertura y otras del entorno comunitario, con la sensibilidad que le
caracterizaba como joven talento. A las cinco de la tarde un sol aun ardiente caía
sobre Sarayaku, cuando decoló la pequeña avioneta pilotada por Francisco Gonzáles
y los pasajeros Juan Carlos Gualinga, Toribio
Tapuy, Maritza Aranda y Paúl Navarrete, fallecidos y Hugo Medina y su pequeña
hija que resultaron heridos. La nave describió una maniobra fallida
ante un desperfecto e intentó aterrizar, pero se estrelló a pocos metros de la
pista.
El destino
echó las cartas para Paúl ese miércoles fatídico. Su cámara aún guarda las imágenes
de su última cobertura, mientras quienes lo conocimos guardamos silencio de consternación
por la sensible pérdida del hijo, del esposo que deja una pequeña hija y a una
compañera desoladada. Dolor por el amigo querido, por la pérdida de un profesional a
tiempo completo. Paúl Navarrete concibió la vida como un destello solidario por
los demás. Su cámara respondió miles de veces a ese destello de luz interior
que emanaba de su talento de joven apasionado por la imagen. Un fotógrafo de
por vida...
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