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jueves, 2 de octubre de 2014

PAUL NAVARRETE: UN FOTÓGRAFO DE POR VIDA...


Por Leonardo Parrini

Era una noche luminosa en el Centro de Arte Contemporáneo. En los patios del viejo edificio restaurado recibo a un muchacho de breve estatura, inquieto, con la prisa de su juventud y las vibraciones de su talento como fotoperiodista de largo carrete en los medios impresos. Paúl Navarrete me saluda con una sonrisa iluminada por su alegría como ganador de la segunda edición del Premio de Fotoperiodismo por la Paz Juan Antonio Serrano. 

“Como hijo de una madre que tuve que emigrar, he sentido que tengo una deuda pendiente con los otros que se quedaron y no tuvieron una experiencia positiva, dice Paúl, mientras su mirada destella con la evocación de los protagonistas del proyecto que constó de doce fotografías incluidas en el reportaje ganador: Mejor no hablar de los niños suicidas. Con esas palabras describe su actitud de fotoperiodista comprometido con las mejores causas del ser humano. Le sonrío y le abrazo levemente por el hombro mientras lo entrevisto y caminamos en dirección de la sala principal donde tendrá lugar la premiación. Mientras habla, Paúl saluda con gesto amable con sus amigos jóvenes como él, apasionados por su oficio y por dejar un testimonio de vida con su trabajo. Me cuenta que su fotografía ganadora fue realizada en la localidad de Chunchi, de donde emergen los migrantes que se van a España en busca de mejores horizontes. Hijo de migrantes, Paúl se reconoció en ellos y solidarizó con su suerte echada por el mundo.

Mientras esperamos el inicio de la premiación, Paúl habla en voz baja, muy cerca de mi grabador, y me dice que el fotoperiodismo es una forma de denuncia, ¿o de anuncio? Un testimonio de vida. Comencé a fotografiar por el gusto de hacerlo, por ego -dice Paúl- tengo un instrumento poderoso, un lenguaje fuerte y quiero denunciar. Me planteo la alteridad, me fijo en el sujeto, reconocerme como el otro. Humanizar a las personas. El fotoperiodismo es compromiso, es una actitud de vida, me levanto fotógrafo y me acuesto fotógrafo. Las cosas necesitan ser contadas. Ahora busco sensibilizar a la gente y quiero esconderme y mostrar el sujeto.

En la pantalla gigante instalada para el evento aparece la fotografía ganadora: La opacidad de la niebla no deja ver el horizonte en la escena bucólica. En primer plano, el huerto de una casa rural cercado por una empalizada. En planos posteriores, árboles que emergen de la bruma como fantasmas. La imagen evoca el lugar donde sucedió el suicidio de niños en la localidad serrana de Chunchi. La cámara hace el descubrimiento de seres ausentes, a través del testimonio visual que muestra el entorno donde vivieron su existencia en soledad. Son los grandes ausentes: los hijos de los migrantes de Chunchi.  

Registrador de la vida

Con esa misma pasión y profesionalismo, Paúl Navarrete asistió a Sarayaku, la comunidad Kichwa de la provincia de Pastaza, donde tenía lugar el acto en que el Estado ofrecía disculpas a los comuneros de Sarayaku por “daño a la propiedad y poner en riesgo sus vidas” durante la fase exploratoria de petróleo en ese territorio en el 2002. Paúl había salido desde Quito el miércoles por la mañana para cubrir la información para el diario El Universo, y lo hacía como siempre, es decir, sin las seguridades del caso, como un freelancer.  

En el transcurso de la ceremonia oficial su cámara había registrado las imágenes de cobertura y otras del entorno comunitario, con la sensibilidad que le caracterizaba como joven talento. A las cinco de la tarde un sol aun ardiente caía sobre Sarayaku, cuando decoló la pequeña avioneta pilotada por Francisco Gonzáles y los pasajeros Juan Carlos Gualinga, Toribio Tapuy, Maritza Aranda y Paúl Navarrete, fallecidos y Hugo Medina y su pequeña hija que resultaron heridos. La nave describió una maniobra fallida ante un desperfecto e intentó aterrizar, pero se estrelló a pocos metros de la pista. 

El destino echó las cartas para Paúl ese miércoles fatídico. Su cámara aún guarda las imágenes de su última cobertura, mientras quienes lo conocimos guardamos silencio de consternación por la sensible pérdida del hijo, del esposo que deja una pequeña hija y a una compañera desoladada. Dolor por el amigo querido, por la pérdida de un profesional a tiempo completo. Paúl Navarrete concibió la vida como un destello solidario por los demás. Su cámara respondió miles de veces a ese destello de luz interior que emanaba de su talento de joven apasionado por la imagen. Un fotógrafo de por vida...

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