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miércoles, 20 de abril de 2016

LA RECONSTRUCCIÓN MORAL DEL ECUADOR


Por Leonardo Parrini

Una célebre frase del viejo Marx dice que el hombre es la naturaleza que toma conciencia de sí misma. Una sabia aseveración complementa la idea de la relación existente entre el hombre y la naturaleza, constatando que las dos principales contradicciones del hombre son consigo mismo y  con su entorno natural. Una lucha dialéctica que descubre al ser humano bajo el yugo de la explotación laboral y al medio ambiente bajo la depredación natural.

Pero la naturaleza, cíclicamente, se toma revancha. Y una de las más violentas contradicciones entre la especie humana y su hábitat, son los terremotos. Sucesos impredecibles e incontrolables capaces de provocar incalculables pérdidas humanas y daños materiales, sumiendo a los territorios devastados en escenarios de horror y muerte. El terremoto que asola las costas ecuatorianas, y gran parte del resto del territorio, sorprende por su violencia y capacidad de remover los cimientos del Ecuador como nación. Una devastación material y al mismo tiempo moral, que debe estremecer nuestro ser nacional en el aprendizaje de una dura lección que nos deja el cataclismo.  

Entre escombros que perturban el paisaje del otrora amable litoral ecuatoriano, habrá que hurgar los vestigios de una nación que tiene la invalorable oportunidad de reconstruirse física y moralmente. Habrá que identificar los viejos adobes de la conducta ruin de quienes sacan cuentas para obtener réditos de la tragedia. Será preciso constatar que el sismo sepultó para siempre protervos intereses políticos y que entre las ruinas, cuentan también los minúsculos afanes personales. Amerita decir que la naturaleza nos hace tomar conciencia de nuestra pequeñeces humanas, expresadas en el odio irracional de quienes no postergan sus inicuos afanes de hacer oposición gubernamental en esto momentos de tragedia nacional.

Ojala entre los escombros sucumba la mezquindad política de los amargados de siempre. Agoreros del desastre que hoy se solazan en la desgracia nacional. Voceros del odio y la mentira, como aquel minúsculo ex presentador de televisión manabita, que no desperdicia oportunidad para expresar su perturbadora actitud sediciosa, azuzando a las Fuerzas Armadas a enfrentar a su pueblo bajo el supuesto de que estarían arranchándoles las donaciones populares para figurar como institución que hace solidaridad con recursos ajenos, según tuitea en su cuenta el despreciable sujeto. Habrá que sepultar entre escombros la frase irreflexiva y maligna de los falsos profetas de la crisis. Sera preciso enterrar el cálculo electoral mezquino y la vanidad fatua de quienes buscan promover su imagen individual a costa del infortunio colectivo.  

El dolor es una potente terapia existencial. Enseña las debilidades y grandezas humanas. El dolor es fuego purificador e insoslayable que decanta las pasiones del alma. El dolor redime cuando se tiene las condiciones espirituales para renacer y reinaugurar la vida. Y en esa catarsis social, acaso Ecuador resurja como ave Fénix. La naturaleza con espantosa didáctica enseñó esta vez -como el verso de Silvio Rodríguez- que, así como lo hermoso cuesta la vida, lo más terrible se aprende enseguida. Y la enseñanza dicta que los designios de la naturaleza hermosa y violenta de nuestro país, nos permite tomar conciencia de nuestra grandeza como pueblo. Un país que se levanta unido y solidario. Que responde con decisión y disciplina a los desafíos colectivos e individuales. Una reto que nos retribuye el sentido de pueblo bajo la voluntad plural de reconstruirnos moralmente como nación. En esta hora de mandato popular, amerita supeditar las voluntades regionales al llamado de la patria. Izar la bandera de una férrea e incluyente unidad nacional. Desplegar renovadas energías en la tarea de reconstrucción. Un desafío asumido con organización y sensibilidad, de cara a las urgentes demandas de quienes lo perdieron todo: la vida, la familia y el hogar. Esta vez el Ecuador, telúrico y bello, nos brinda una nueva oportunidad. Somos esa parte de la naturaleza que toma conciencia de sí misma. Superaremos este momento aciago con la misma fuerza con que en su didáctica terrible, ella libera un inconmensurable poder transformador. He ahí la sabiduría moral de una tragedia inesperada.  

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