Foto Universo
Por
Leonardo Parrini
El Gabinete del Presidente Rafael Correa quedó integrado por cuadros
rotados del mismo talego. Hombres y mujeres, por cierto, que ya vienen
colaborando en el equipo de Gobierno y que han sido enrocados en el tablero de
ajedrez gubernamental. Los nombres corresponden a cuadros fogueados, -como diría
un amigo-, que no necesariamente quemados al fragor del servicio público o en
la pira del clamor popular.
Entre ellos destaca Omar Simón, nuevo Secretario General de la Presidencia de la República,
que se ha desempeñado como titular del Consejo Nacional Electoral CNE, y anteriormente,
cabeza de la ONG Participación Ciudadana. Vinicio Alvarado, ex Ministro de Turismo
que regresa como Secretario de la Administración Pública “para imprimir un
enfoque político” al cargo. Carlos Marx Carrasco, hombre duro del régimen con
resultados visibles en el SRI, será reemplazado por Ximena Amoroso, y ahora va a
la cartera del Ministerio de Relaciones Laborales. Cargo clave en su relación con
las empresas a las que conoce en detalle en el banco de información proporcionado
por rentas internas. Hugo Villacrés va al Consejo del Instituto Ecuatoriano de Seguridad
Social, en remplazo de Fernando Codero, quien asume la Secretaria de Seguridad. Sorpresivo para muchos, puesto que Fernando Cordero había sido señalado
por Avanza como “uno de los responsables de la no concreción de una alianza”, factor
que habría marcado la derrota electoral oficial en Cuenca. Otros nombramientos son el de Héctor Solórzano en Transportes,
Paola Carvajal, Ledy Zúñiga en Justicia y Rommy Vallejo en Inteligencia.
Lógica
presidencial
¿Con qué criterio fueron elegidos los hombres
y mujeres del Presidente? Rafael Correa repite la fórmula: no
dar más espacio a otros partidos, -Avanza y Socialista Frente-Amplio- aliados
del régimen cuya representación sigue en los mismos términos, pese a que el
Presidente Correa “ratificó la apertura
que el Gobierno tendrá con los movimientos y partidos, pero procurará que la
mayor parte de miembros se incluyan en la Revolución Ciudadana”.
La lógica presidencial es clara: conformar equipos
con políticos-técnicos, en capacidad de cumplir con tres requisitos: lealtad, capacidad
y probidad. Lealtad con los líderes y programas de la revolución ciudadana.
Eficiencia en la capacidad para alcanzar resultados planificados y probidad en
el cargo para ser consecuentes con los principios políticos del proyecto
revolucionario. En este aspecto Correa resume su decisión en una frase feliz
con fuerte sentido aspiracional: “la
ciencia sin conciencia es poco lo que puede aportar” al país. Explícitamente
el Presidente ha hecho un llamado a “ver claro, sentir hondo y obrar recio”, en un tono cargado
de liderazgo firme y transparente. Esa postura de urgente necesidad pretende
fijar un criterio cuyo acierto se verá en el camino: “no busquemos contentar a todo el mundo, sino ser fieles a nuestros
principios y valores”.
¿Consecuentemente, el Presidente Correa está
o no corrigiendo los errores que desencadenaron los resultados electorales de
febrero?
La respuesta del Mandatario es categórica: Para
ejercer los cargos, “no solo se necesita
saber qué hacer, sino hacerlo con calidad y calidez”, puesto que “tengan claro que a nosotros no se nos
perdonan los errores, esas son las consecuencias para los que no agachamos la
cabeza y no nos dejamos poner un cascabel”. Esta referencia hace sentido
cuando Correa denuncia que está en marcha “la guerra de cuarta generación que se
da en los medios de comunicación y las organizaciones no gubernamentales”
contra el Gobierno. Enemigos frente a los cuáles “No permitamos que nos roben lo más
preciado, la verdad”.
Lo bueno del cambio ministerial es encontrar
a un Presidente Correa montado firmemente en el caballo, con claro y lúcido
liderazgo espoleando a sus huestes. Lo malo es que ciertos miembros de las huestes,
ahora sí, tienen cero márgenes de error, puesto que para ejercer de político-técnico,
hay que serlo y parecerlo. Lo feo es que el país no entienda con claridad que al
Mandatario hay que dejarlo gobernar y que, a su vez, éste debe garantizar que la
voz del pueblo debe ser escuchada, como un eco que siempre le señalará el
camino a seguir. Para bien y para mal.
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