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lunes, 31 de marzo de 2014

OCTAVIO SIN PAZ


Por Leonardo Parrini

No hace honor a su apellido el escritor mexicano Octavio Paz, que se ha pasado la vida lidiando en mil batallas. La última que perdió, fue contra la muerte en 1998; y hoy, que se conmemora el centenario de su natalicio, el Premio Nobel de literatura 1990, parece siemprevivo. Hijo de una generación de escritores de entre guerras, acuñó el sentido del liberalismo ideológico como divisa, matizada por acercamientos y distancias con el marxismo al que considero “su punto de vista”, más allá de las disidencias con el socialismo real. En esa batalla se alineó a disidentes de la izquierda como Albert Camus, André Bretón, George Orwell, Ignazio Silone, y otros fustigadores del estalinismo. Entre sus papeles se encuentran temas de su incumbencia y obsesión: la vida intelectual de su tiempo en relación con el poder, la democracia como forma de vida, los asuntos identitarios, entre temas coyunturales en los que Paz siempre dio guerra, sin hallar esa concordia subscripta en su apellido.

No obstante, su adhesión critica al marxismo le daba licencia para el fustigamiento intelectual a las ideas de la izquierda latinoamericana y mundial, marcando distancias con la revolución cubana, repudiando los vestigios autoritarios que advertía en los países del bloque socialista y haciendo caso omiso a sus antecedentes políticos como nieto de un editor combatiente de las guerras liberales en México. La suya fue una ráfaga perenne que transitó por una estirpe idealista que concibe el acto poético como potestad revolucionaria para trasformar el mundo y viceversa. En la lúcida egida de su obra se cobija ese notable escrito que es El laberinto de la soledad, carta de presentación con la que Paz irrumpe, en 1950, como develador de realidades camufladas por el folklorismo mexicano. En sus páginas pone al descubierto: la extraña pasión por la muerte y por la fiesta, sus miedos más recónditos a ser eternamente vencidos o conquistados, el subsuelo indígena, el arraigo de su vieja cultura española y católica, el desencuentro con el liberalismo occidental, la vocación nacionalista y revolucionaria.

Sus flirteos con la izquierda y el surrealismo lo hicieron acreedor a una constante crítica de sus contemporáneos. Allí están el decisivo encuentro con André Breton, su renuncia a la diplomacia mexicana luego de la masacre de Tlatelolco que puso “un sangriento fin al movimiento estudiantil de 1968”, hasta enfilarse en el denuedo de la crítica al socialismo del siglo XX. Las guerras de Paz solían ser interminables, y es así que, en 1976, funda la revista Vuelta, una trinchera desde donde albergó a los disidentes y disparó sus armas contra los regímenes socialistas, la guerrilla marxista, tanto como contra las dictaduras militares latinoamericanas, gestos que sin embargo le hicieron acreedor al mote de reaccionario. Vino la contra repuesta y Paz en guerra, fue eliminado de las listas de académicos progresistas, expulsado de las aulas académicas, incinerados sus libros y su efigie en los campos universitarios. Una batalla que sólo coronó de victoria, cuando luego de la caída del Muro de Berlín, le concedieron el primer Premio Nobel de literatura de la época post socialista, como “poeta de la libertad”. 

Al conmemorarse hoy los cien años de su natalicio, Octavio Paz, intelectual polémico y lúcido, sigue aún muy lejos de reconciliarse con la armonía. En un mundo que concibe polarizado, fragmentado a veces en trizas, en el que recoge los escombros para volver a asumir su belicosa vocación en el campo de eterna batalla donde Octavio subsiste sin paz: Romperé los espejos, haré trizas mi imagen, que cada mañana rehace piadosamente mi cómplice, mi delator. Sequía, campo arrasado por un sol sin párpados, ojo atroz, oh conciencia, presente puro donde pasado y porvenir arden sin fulgor ni esperanza. Todo desemboca en esta eternidad que no desemboca.

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