Por Leonardo
Parrini
Las derrotas
tienes dos partes funestas: que se vuelvan irreconocibles e irremediables. La
primera tiene que ver con la incapacidad de reconocer una derrota cuando
existe, a riesgo de confundirla con victoria. La segunda, es el peligro de no
poder remontarla en el tiempo, previo reconocimiento de sus causas y efectos.
El instinto de inaceptabilidad del ser humano es un mecanismo de defensa que
actúa al no querer aceptarse a sí mismo, por temor o por vanidad, el resultado
es el mismo. Una zona de empantanamiento en la que no nos movemos y tampoco nos
reflejamos en el líquido viscoso. La visión acrítica es un síndrome de
debilidad tan asociado a las capitulaciones, como a los fracasos. Impide ver
con claridad dónde están los verdaderos resortes que nos permiten avanzar o
permanecer trabados en una tramoya intrincada que supera nuestras fuerzas de
reacción.
Para reconocer
las derrotas hay que tener una buena dosis de estatura moral, precisamente la
necesaria para la victoria, es decir, no hay porque sentirse totalmente vencido
luego de una derrota, a condición de que sepamos dimensionarla en su justa
medida. El primer paso de la superación de la derrota es registrarla, luego
explicarla y tratar de superarla. La derrota siempre tiene su cotejo con la
utopía del proyecto, con el ideal concebido y no alcanzado. De allí que es
preciso volver a mirar la utopía, el sueño inconcluso para empezar a superar
los reveses y salir airosos, como ave Fénix de entre los escombros.
En política es
clave saber reconocer, tanto la derrota como la utopía que nos impulsó a
luchar. No perder de vista el proyecto y su realización final, aun en los
momentos de menor entusiasmo. Frente a los comicios del 23 de febrero las
fuerzas políticas de la revolución
ciudadana deberán reconocer la utopía entre los escombros, sacudirle el
polvo y ponerla de nuevo en pie. Es el
momento de preguntar cuál es la utopía irrealizada, cuál el sueño inconcluso,
el ideal abortado, qué proyecto político está pendiente de ser realizado. En
ese autoexamen saltarán a la vista los contornos de una idea y de una
plataforma original que, en el avatar de la lucha, pudo haberse desdibujado en
su inaugural intensidad de convocatoria.
Las nuevas utopías
El presidente
Rafael Correa ha reconocido que al movimiento político oficial “le faltó
advertir su incidencia en los sectores populares, confiando simplemente en el
apoyo obtenido, pero descuidando la organización”. Diáfana verdad, pero que aún
no toca el fondo del problema: no fue cuestión de descuido sino de concepto, puesto que el
movimiento Alianza País siempre desdeñó convertirse en un partido más orgánico
de lo que realmente es. En
el necesario recuento de las utopías originales, el historiador Juan Paz y Miño
menciona que inicialmente en el 2006 “Correa representaba una renovación de la
política”. Esa fue la primera utopía y la gran victoria inicial: sincerar la
política ecuatoriana liberándola de sus viejos esquemas partidistas.
En el devenir de
la revolución ciudadana impulsada por
el régimen de Rafael Correa, el historiador Paz y Miño constata que “se
solucionó el problema de la economía, superando el modelo empresarial por otro
más social y solidario”. Esa fue otra gran utopía originaria de la revolución ciudadana. En segundo lugar,
la política nacional se ha activado en torno a la movilización ciudadana -señala
el historiador-, y en ese sentido, se ha profundizado la democracia formal
indirecta y enriquecido la partición ciudadana organizada y frontal. Concomitante
con esa realidad hubo “cambios en términos de soberanía y nacionalismo”, lo suficientemente
significativos y necesarios para motivar una cultura general de la población que
hoy se siente orgullosa del Ecuador, concluye Paz y Miño.
En reciente
informe de las Naciones Unidas se señala que Ecuador dio, o está dando, cumplimiento a ocho
objetivos del milenio: El Presidente Rafael Correa informó que las metas
cumplidas son reducción de la pobreza, erradicación del hambre, tasa neta de
matrículas en educación básica, eliminar las desigualdades entre los sexos en
todos los niveles de enseñanza, reducción de la mortalidad en niños menores de
5 años, detener la propagación de VIH – Sida, reducción de la incidencia de
paludismo y tuberculosis y acceso sostenible a servicios de agua y saneamiento.
He ahí otras utopías cumplidas, pero mal difundidas.
La primera fase
del experimento revolucionario ecuatoriano que va del 2007 al 2013, es un
periodo de acumulación de fuerzas, cambios en la economía y recuperación del
Estado. Luego se abre un segundo momento en que los principios de la economía
social y solidaria que plantea la Constitución,
no han dejado de tener apoyó popular. Sin embargo, hay asignaturas
pendientes, según Paz y Miño, en el orden de algunas reacciones en las
universidades en cuestiones relativas al cuidado ambiental, como el proyecto de
explotación de Yasuní. Es imprescindible que la revolución llegue al campo con
una profunda reforma agraria, y se consolide en la ciudad con “nuevas reformas
que afecten todavía más a la concentración de la riqueza y un incremento de la
movilización y la organización popular”.
Lo más denso
está por venir. Remontar la derrota, amerita poner en tensión todas las fuerzas
proclives al cambio social y neutralizar a los sectores que se opondrán,
firmemente, a la continuidad de proceso revolucionario. Y en ese sentido, un
llamado de alerta: Los sociólogos e
historiadores, - advierte Paz y Miño- siempre
tenemos muy claro que uno de los frenos que puede tener una revolución es que
se estabilice en un Estado y descontinúe la profundización de los cambios.
El desafío de la revolución ciudadana
consiste en revolucionarse a sí misma y revigorizar la verde utopía.
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