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jueves, 8 de agosto de 2013

EL CINE ECUATORIANO: UNA PROYECCIÓN EN EL TIEMPO


Por Leonardo Parrini

Lejos están los días en que íbamos al cine del barrio a ver a los chullitas enfrentarse con los “malos de la película”, por puro placer de entretenernos. Salíamos de la sala en penumbras con los ojos entrecerrados hasta acostumbrarnos a la reverberación de la calle y descubrir que nuestros gestos eran más decididos: caminábamos como el “chullita de la película”, el más rápido del Oeste, o el karateka más devastador del suburbio. No nos hacíamos lío con el mensaje: hay que ser bien parado en la vida como el chullita, lo demás viene solo. No importa si el enemigo es indio, blanco o mestizo. Para eso los cowboys le daban duro a los indios Cheyennes y demostraban ser bien machos a la hora de matar. Y así fuimos aprendiendo que en la vida el que pega primero, pega dos veces; que no hay que ahuevarse frente a nadie y qué… En el amor también había que ser duro, como el chullita que las enamoraba y después si te he visto no me acuerdo, o las atrapaba en manada, para eso era el más guapo !Ah los días de cine de barrio y su didáctica cartelera dominical!

Hasta que un buen día vimos la primera película criolla Dos para el camino de Jaime Cuesta (1980), protagonizada por nuestro chullita, el inolvidable Don Evaristo, que en su peregrinar por los caminos del Ecuador setentero, sentimental y agrario, iba dejando una estela de sabiduría popular y risas entre los espectadores. Y así, como diría Evaristo, vení acá, el cine nos convocaba a regocijarnos con el hechizo de sus imágenes y sonidos, a vivir una vida recreada en la pantalla como una parodia. El cinematógrafo criollo reflejaba conflictos, vivencias y sueños de un país que pujaba por romper el cascarón provinciano en el que la clase dominante -gamonales agroexportadores- hacía su agosto en el negocio del cacao y el banano.

Y en ese avatar, las relaciones cotidianas se habían vuelto cada vez más contradictorias; entonces el cine, puesto los ojos en la literatura local que daba cuenta de la realidad de los más humildes, también daba a luz la primera película con “sentido social”: el cortometraje Los Hieleros del Chimborazo (1980) de Igor Guayasamín. Luego vendrían Daquilema (1981), Una araña en el rincón (1982) y Luto Eterno (1982). Casi una década tuvo que transcurrir para que la producción local produjera un nuevo film de tono social que se convertiría en la película más taquillera del cine nacional: La Tigra (1989) de Camilo Luzuriaga, basada en los cuentos montubios de José de la Cuadra. La lucha política de los años sesenta alcanzó su máxima metáfora en la novela Entre Marx y una mujer desnuda de Jorge Enrique Adoum. Suficiente estímulo para que Luzuriaga lleve a la pantalla, en 1996, la ya clásica historia de un grupo de militantes comunistas de la época.

La experiencia del cine ecuatoriano en ciernes se multiplicó y, por lo mismo, buscó nuevas fuentes de motivación y realización. Es así que se produjeron largometrajes que ya son piezas de antología de la filmografía autoral ecuatoriana: Ratas, ratones y rateros (1999), Fuera de Juego (2002), Cara o cruz (2003), Mientras llega el día (2004), Crónicas (2004), Qué tan lejos (2006), Esas no son penas (2006), Cuando me toque a mi (2007), Alfaro Vive Carajo (2008), Retazos de vida (2008), Impulso (2009), Rabia (2009), Los canallas (2009), Vale Todo (2009), Blak Mama (2009), Zuquillo exprés (2010), A tus Espaldas (2010), Prometeo deportado (2010), En el nombre de la hija (2011), Con mi corazón en Yambo (2011), Pescador (2011), Sin otoño sin primavera, (2012), La Llamada (2012), Mejor no hablar de ciertas cosas (2012) y La bisabuela tiene Alzheimer (2012), además de una decena de filmes que están en este momento en postproducción.

Retos del cine criollo

La producción de cine en el Ecuador comenzó en la década de 1920, con la realización del primer largometraje argumental: El tesoro de Atahualpa, dirigido por el ecuatoriano Augusto San Miguel, y estrenada en los teatros Edén y Colón de Guayaquil, el 7 de agosto de 1924. En los años siguientes se proyectaron las películas Se necesita una guagua (1924), Un abismo y dos almas (1925) y Guayaquil de mis amores, primer filme sonoro producido en el país, en 1930, por el chileno Alberto Santana.

El cine ecuatoriano, expresión autoral por excelencia, ha pasado de la etapa quijotesca a una situación de apoyo estatal, a través de políticas públicas del Consejo Nacional de Cine que fomentan la producción y la distribución de las realizaciones cinematográficas, sin que por ello el cine criollo haya alcanzado -quién sabe si para mejor- el rasgo de industria. El CNCine ha distribuido USD 4. 589 000 entre 248 proyectos que incluyen procesos de capacitación, festivales y muestras, según su Director Ejecutivo, Juan Martín Cueva, quien afirma que “la producción nacional ha logrado consolidar una multiplicidad de voces”.

Amparado en la Ley de Cine, el séptimo arte es el espejo donde hoy se refleja la nueva realidad del cine ecuatoriano que recrea las vicisitudes de un país mucho más consciente de sus diversos rasgos identitarios y señas particulares. Durante el año 2012 las salas del país estrenaron ocho largometrajes nacionales, que fueron vistos por 200 mil personas de los 14 millones de espectadores que entraron al cine. En esto radica el nuevo desafío del cine ecuatoriano: entrar en los grandes circuitos de distribución o generar sus propios canales donde mostrar sus productos. Lejos están los días en que ir al cine del barrio era un encuentro, desde lo más íntimo, con lo extraño. Hoy el reto pendiente es hacer de ese encuentro con el cine, un acto masivo con lo nuestro.

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