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martes, 31 de diciembre de 2013

¿A QUIÉN QUEMAR ESTA NOCHE?



Por Leonardo Parrini

En Ecuador, país de tradiciones arraigadas a través de la costumbre, la oralidad y la sabiduría popular, se suele conservar una tradición única en el mundo: quemar un muñeco de trapo relleno de papel o ropas en desuso que simboliza, dizque, el año que se va, el viejo año que termina. Este ritual popular practicado por todos los ecuatorianos, sin distingo de clases ni sexo, tiene lugar precisamente a las doce de la noche del 31 de cada mes de diciembre. La tradición encuentra orígenes a fines del siglo XIX posiblemente en ritos y sacrificios indígenas relacionados con ciclos agrícolas, según Darío Guevara. El investigador Rodolfo Pérez Pimentel sitúa esta tradición en la costumbre de celebrar comparsas portando muñecos de trapo que “pedían limosna” a los transeúntes para comprar un licor llamado Mallorca. La comparsa iba acompañada por las viudas que dejaba el año que moría, horas después de ser quemados los muñecos al caer la tarde del 31 de diciembre.  

Hoy la tradición se extiende a todos los rincones del Ecuador, aun con variaciones respecto de los materiales con que son hechos los monigotes. Antes se los hacía de trapo, en la actualidad existen artesanos dedicados a la manufactura de muñecos rellenos con aserrín, tela, paja y artefactos pirotécnicos. El monigote, por lo general, representa a un personaje popular, o a uno muy odiado, que es personalizado por una careta o máscara de cartón. Los candidatos naturales a ser representados en un muñeco y quemados el 31 de diciembre son políticos, artistas, futbolistas, gente de la televisión, o personas que representan instituciones, lugares o acontecimientos juzgados por el escarnio popular. Existe en torno a esta tradición un comercio informal en calles y plazas del Ecuador. Es posible adquirir un muñeco de aserrín por 10 dólares, uno de papel engomado por 6 dólares, caretas y pelucas por 2 dólares. Pero también suele haber monigotes gigantes a un costo superior a los cien dólares.

Una forma de hacer política popular

La quemazón de muñecos representando personajes de la vida pública del Ecuador encuentra su máxima expresión en la quema de Presidentes, políticos o candidatos de oposición. Nadie que tenga un cargo de representación popular pública se salva de ser quemado. La tradición ecuatoriana de quemar un muñeco personalizado en un político que representa todas las penurias del año que fenece, se ha convertido en tribuna popular del descontento y la protesta cívica desde siempre. En este sentido, la costumbre de quemar el año viejo es un barómetro que indica la presión política del país en forma de sarcasmo popular, de protesta pacífica y masificada. La tradición no es exclusiva del Ecuador ya que la quema de muñecos tiene expresión en México, Venezuela  y Uruguay, aunque con menor popularidad que en nuestro país.

¿A quién quemar esta noche?

Si bien el ritual incluye la confección del muñeco, tanto o más importante es pensar qué vamos a simbolizar en ese monigote que incineraremos a la vera de una calle. No es difícil colegir que quemamos nuestras propias desdichas. Las promesas incumplidas. Las veleidades recibidas. Los compromisos inconclusos. Los malos negocios. Los amores traicioneros. Los hijos ingratos. Las ausencias. Las muertes prematuras. Las decisiones erradas. Las ilusiones que no fueron realidad. Los sueños abortados. Pero también realidades nefastas: los gobernantes demagogos. Los candidatos falsetas. Los falsos profetas. Los curas pedófilos. Los inconformes. Los conformistas. Los ex presidentes corruptos, fugados del país. Los que quieren volver, como si la memoria colectiva fuera solo amnesia. Los banqueros atracadores que se afincaron en Miami. Los malos ecuatorianos que se contentan con el fracaso del país. Los cómplices de todos ellos.

Y deberíamos quemar la mala leche de algunos. La contagiosa mala onda de otros. La recurrente actitud de mal agüero de muchos. Quemar en la hoguera de fin de año la desazón estimulada por los medios informativos. Los editorialistas en campaña de deshonra permanente. Los opinadores asalariados del poder y de la oposición. Los odiadores de pacotilla. Los irresponsables de siempre. Los malos empresarios. Los pésimos vendedores. Los comerciantes inescrupulosos. Los taxistas abusivos. Los policías coimeros. Los meretrices de la política.

Pero por sobre todo incinerar ese otro yo que anda deambulando nuestra alma alicaída, nuestro espíritu derrotado, nuestro sin sentido de la vida. Quemar ese otro ser que nos traiciona a cada paso en la búsqueda de la plenitud y el encuentro con el ser humano. ¡Que arda esta noche ese otro ser que no debemos ser!


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