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martes, 4 de junio de 2013

EL SER NATURAL


Fotografía Leonardo Parrini
Por Leonardo Parrini 

El hombre es la naturaleza que toma conciencia de sí misma, esta promisoria frase de Marx sirve de preámbulo para comprender la relación de la sociedad con el entorno natural. Relación que en la práctica está marcada por la inarmonía y, en la teoría, sigue preñada de confusiones. 

Cuando Marx enunció esa máxima de su pensamiento social, quiso dar cuenta de la dialéctica existente entre los seres humanos y el hábitat donde tiene lugar la vida en comunidad. Una relación que nunca debió ser conflictiva -ni contradictoria- en su rol social; pero, que desde el comunismo primitivo hasta la sociedad capitalista, evidencia una contradicción histórica y natural. La primera contradicción, decía Marx, es la del hombre consigo mismo; y, la segunda gran contradicción, es la del hombre con la naturaleza. Esto como resultado de la instauración de un modo de vida caracterizado por la explotación del hombre por el hombre y de la utilización depredadora de la naturaleza. 

¿Cómo pudo el hombre enajenarse de sí mismo y extraviarse en su propio entorno natural? 
   
La respuesta está en la voracidad del modo de apropiación privada de los recursos, que convirtió al hombre en lobo del hombre y en enemigo de su habitat. Se asume que en la sociedad primitiva los medios de producción eran de la comunidad, así como el fruto del trabajo colectivo; por tanto, debió existir una relación fraternal de los hombres entre si y armónica del hombre con la naturaleza. Si no, ¿cómo explicar la sobrevivencia humana en condiciones precarias tan adversas? Pero aquella confraternidad que congregaba al ser humano en armonía con su entorno, llegó a su fin cuando surgió el sentido de propiedad privada en que ya no fue dable compartir, sino apropiarse de lo producido y recolectado en desmedro del otro. Ese instinto privatizador terminó con la congregación del hombre consigo mismo y dio paso a la depredación violenta de la naturaleza. 

Hoy, que las culturas ancestrales que habitan el planeta se aferran a la relación filial con la Pachamama, y que se quiere anteponer la naturaleza al hombre, es hora de volver a un sentido objetivo de la relación con el ambiente. Un entendimiento que permita reconocer a la naturaleza sus derechos, a partir de su capacidad de ser consciente de sí misma a través de la inteligencia humana. 

El arte es la forma de representar esa relación social y natural del hombre con la vida, y puede ser el nexo que viabilice esa inteligencia pendiente. Más aún, si el arte retorna a una relación también de armonía con la ciencia que haga posible, en conjunto, dar una mirada humanizada y transformadora de la realidad. Puesto que ésta no tiene por qué ser caótica, ya que se sabe que los niveles de organización de esa realidad -inorgánico, orgánico e histórico- permiten al ser humano aproximarse a la vida social y natural, a través de su sabiduría y creatividad para no sucumbir ni depredar su entorno. 

El sentido de la defensa ecológica no debe anteponer a la naturaleza como prioridad por sobre el ser humano; como no puede, tampoco, perderse de vista que la sociedad debe usar con responsabilidad los recursos naturales para satisfacer sus necesidades de sobrevivencia en comunidad. Frente a esa verdad luminosa de que el hombre es la naturaleza que toma conciencia de sí misma, en el Día Mundial del Ambiente, amerita reconocer que ese ser natural no es posible ser concebido, sin aquella matriz maravillosa donde se incuba la vida.

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