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martes, 19 de marzo de 2013

EL PODER SIGNIFICANTE DE LA PALABRA

Por Leonardo Parrini

¿Qué sería del mundo sin palabras? Esta pregunta no tiene otra respuesta: un caos natural. La palabra cambia el sentido de las cosas, a través de la significación y les otorga una asignación de funciones.

La palabra nos separa de la naturaleza yerma y nos introduce en el universo de los significados, representaciones y simbolismos. Los pájaros no son ya criaturas aladas, son el vuelo mismo. El propio hombre no es la criatura social, es la humanidad.

A partir de entonces el planeta es sublimado al plano de lo cultural y con ello el paisaje se convierte en geografía. Lo natural fue culturizado, lo silvestre, civilizado. El entorno salvaje ahora escriturado es semantizado, cuyo referente natural se le ha asignado signos, es decir, se le dio un nombre a través de la palabra y con ella identidad a las cosas.

El retorno a lo natural, nostálgico romanticismo, forma parte del mito. Así como el mito de la palabra originaria, en estado puro, no es tal. Que el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, debió ser exactamente al revés, históricamente hablando. Primero hubo de ser la carne y en seguida el nombre del hombre. Mediante el nombre propio los seres humanos obtienen un lugar en el mundo de los símbolos, quedan atados al nudo complejo de la significación.

Tiempo de palabras

Estos días la humanidad se ha estremecido con la palabra que nombra, designa y confiere sentido a los acontecimientos que vivimos. Estos últimos tiempos la muerte física de Hugo Chávez y la entronización del nuevo Papa Francisco, conforman un conjunto de circunstancias nombradas por un par de palabras claves. En el primer caso del fallecimiento del Presidente venezolano, la muerte es nombrada con un apelativo metafísico, como si no bastara decir la muerte. Como ésta no tiene pretextos, hubo que agregar la palabra física, para dejar un espacio a la sobrevivencia espiritual del personaje, a la trascendencia, más allá de la muerte a secas.

En el segundo caso, la entronización del Papa quiere significar la exaltación, el ascenso, no al cielo porque no ha sido canonizado, sino al trono de Pedro, representante de Cristo en la Tierra. El termino entronizar, además de ser protocolario en la jerga del Vaticano, es ontológico, relativo al ser sublimado del Papa.

No hay nada más ideológico que el rol de la palabra. Doble rol de la ideología: la naturaleza por efecto de la palabra es historizada, pero también la historia es naturalizada. Así lo que es fruto de la historia se lo quiere hacer aparecer natural y lo natural es elevado al rango de historia. La función política de la palabra es inconfundible: volver histórico lo natural y volver natural lo histórico. Es otras palabras, deificar lo real para hacerlo parecer absoluto. Así la realidad se vuelve inalterable, la única posibilidad de trascendencia es metafísica, más allá de lo real, de la mano de los dioses. 

No está por demás recordar que Serguei Meliujin identifica niveles de organización de la realidad, a saber: inorgánico, orgánico e histórico. En los dos primeros tienen lugar los fenómenos naturales y, en el tercero lo social, donde interviene la mano del hombre. Es en esa jerarquía que la realidad no da lugar a confusiones, puesto que lo natural tiene su estrato y es abordado por las ciencias naturales, física, química biología, y lo histórico tiene su estatus y es comprendido por las ciencias sociales. Es oportuno decir que lo histórico contiene lo natural en su esencia y no podría existir sin ese nivel primario.

El fenómeno de sublimación de la naturaleza por medio de la palabra, forma parte del desarrollo evolutivo del hombre. Aunque el poder de la palabra es ambivalente: unas con más poder que otras, la palabra siempre será el inexorable destino del hombre en su desolada búsqueda de sentido existencial.

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